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Aventurero del espíritu: Charles Péguy

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Por Mauricio Sanders

En sus poemas, Charles Péguy imita la voz de Dios sin remedarlo. Hace como que sabe qué dice, qué siente Dios.  En estos poemas como océanos Dios habla consigo mismo. No obstante, no son soliloquios: Dios abre su corazón y los poemas son como sumergirse en las aguas y uno ya no sabe si es Péguy o Dios quien habla. Podrían ser escritura inspirada por el Espíritu pero también una imitación movida por el ángel caído. En los poemas de Péguy late una inquietud vital que está a años-luz de las devociones religiosas que ahogan el soplo de la gracia.

La Iglesia fue desconfiada con Charles Péguy. No obstante, el teólogo jesuita Hans Urs von Balthasar coloca a Péguy entre una docena de genios religiosos, junto con san Agustín, Dante y Pascal. Lo confirma otro jesuita, el cardenal Henri de Lubac, importantísimo en las discusiones del Concilio Vaticano II: “Péguy es el profeta de la fidelidad.” Péguy odiaba el mundo moderno, el capitalismo, el cientificismo, el imperialismo, el clericalismo y las ideologías modernas que degradan al hombre, lo envilecen, lo esclavizan en su trabajo, su libertad y su vida.

Los poemas de Péguy parecen ríos anchos difíciles de navegar. Estrofas irregulares de versos desiguales se suceden como en una recitación interminable. Tienen principio y fin pero lo que está en medio, agua que fluye entre dos riberas, no tiene antes ni después: solamente transcurre. Leídos de corrido, es fácil extraviarse en el caudal de significado que llevan estos poemas como Amazonas o Mississippi. No obstante, al ir partiéndolos en fragmentos breves, empiezan a destacar las palabras que significan cosas sorprendentes por sencillas y asombrosas por lo simples. Son poemas de agua pero el agua es transparente: claramente se ve que son tan hondos que no tienen fondo.

Los poemas de Péguy son tiernos pero su ternura es rasposa. Es ternura viril de padre. Son los poemas de un orante que nos recuerda que vivimos en un mundo aterido por el pecado, sostenidos por encima del abismo por un hilo más fino que un hilo de telaraña. El periodo más inspirado de Péguy fue entre 1910 y 1914, cuando escribe sus principales trabajos en prosa y compone sus poemas mayores (El portal del misterio de la segunda virtudEl misterio de los Santos InocentesEl tapiz de santa GenovevaJuana de ArcoEl tapiz de Nuestra Señora y Eva).

Péguy fue poeta y fue periodista. Sin sueldo fijo, tenía cuatro hijos que mantener. (Alguna vez escribió: “El único aventurero de verdad es el padre de familia.”) Fue contradictorio. La misma pasión le suscitaba Homero y el Affaire Dreyfus. Fue creyente y socialista, practicante y anticlerical. Se casó por lo civil sin bautizar a sus hijos. No se atrevía a ir a misa pero iba a la iglesia, el edificio donde los hombres nos juntamos para llorar. Creía en la libertad. Por eso rompió con el socialismo francés cuando este comenzó a censurar las publicaciones que no seguían la línea del partido. Era un internacionalista pero era también un patriota. Murió por Francia cuando una bala alemana le impactó en la cabeza en la Primera Guerra Mundial. Péguy era un pesimista esperanzado.

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