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¿Caridad social?

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Alguien pudo extrañarse y ver exagerada la relación que establecí en mi artículo de la semana pasada, “¿Amor o negocio?”, entre amor y relaciones comerciales; pero, una vez leído todo el texto, no había menos que estar de acuerdo con la tesis que desarrollaba en él. El Catecismo habla de “caridad social”, y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y la Deus caritas est de Benedicto XVI están plagados de aplicaciones concretas. Hay que reafirmar, con nuestras obras, el amor en el negocio (obra de los laicos), y no solo en las relaciones de familia o amistad. Es la única salida del atolladero en que nos hemos metido exaltando el liberalismo y el individualismo exacerbados, pues ambos nos están encadenando a nuestra propia libertad. El paso de ruptura estamos dándolo en estos momentos, como bien observó el filósofo Simon Critchley en “La Contra” de La Vanguardia del pasado 3 de diciembre: “La gente no quiere hacer el bien, sino sentirse bien y sentirse bueno. Quieren someterse y someter al mundo a los feelings”, “Hoy las razones ceden ante la tiranía de los sentimientos”. ¡Aberrante! ¡Debemos darle la vuelta! De hecho, mirando atrás en la Historia, resalta sobremanera la influencia del cristianismo en la creación, el desarrollo y la cristalización de nuestra cultura occidental, hasta el punto de que esta ruptura que estamos sufriendo es en realidad un desgajo ontológico del mundo y la sociedad (y por tanto de cada uno de nosotros) tal y como los conocemos. El concepto de “Creación” del judaísmo y el cristianismo ha hecho posible el desarrollo científico-técnico, al contrario de las religiones inmanentistas, como la hindú, las mistéricas o las telúricas del sol y la luna. Fe, esperanza y caridad son la tríada que nos ha construido (Cfr. Pág. 322-323, Historia de las Religiones, Manuel Guerra Gómez, EUNSA). Tanto es así, que por este motivo están alzándose cada día con mayor fuerza y amplitud voces de agnósticos y hasta de algún ateo en defensa de la tradición cristiana de nuestra sociedad: sinodalidad de los laicos junto a los eclesiásticos en la Iglesia, en la que insiste cada vez más a menudo el Papa Francisco: entre todos podemos salvar nuestra cultura de las fauces y garras de personajes políticos, sociales y culturales que pretenden abocarnos a la ferocidad del laicismo destructivo y de la jungla urbana, que, como observamos cada día con mayor intensidad, están haciendo que nos carguemos incluso el mundo físico, el planeta entero. Si el mundo revienta, reventamos nosotros. La solución es el amor (Amor). También “social”.

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