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Cristiandad siglo XXI (I)

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Incluso en el mundo católico, toda apelación a la cristiandad es vista bajo sospecha y considerada como algo negativo. Es una manifestación más de la colonización del mundo secular sobre la realidad cristiana. Otra perspectiva le confiere una dimensión muy lejana en el tiempo, algo totalmente incierto. En todos los casos, los apriorismos ideológicos y la ignorancia histórica priman sobre los hechos. Acotémoslos:

No hay una fecha precisa para el inicio de la cristiandad como régimen político y cultural. Podríamos apuntar a la normalización de la situación de la Iglesia durante el Imperio Romano, con el emperador romano Constantino en el año 313 d.C. como origen de un inicio. Pero no fue hasta la desintegración del Imperio cuando progresivamente se desarrollaron la cultura y las instituciones que caracterizaron la cristiandad. Su periodo de vida es muy largo, mucho más que el que ha dado pie a la Ilustración y la Modernidad. Durante su tiempo se produjeron los grandes hechos históricos que nos han configurado como civilización. El primero y más decisivo, el inicio y construcción de Europa. La Cristiandad es Europa y su posterior expansión universal, bien como culturas miméticas, en América, bien por influencia en concepciones más lejanas, en África, Oriente, China y Japón.

En el decurso de esta historia, sus instituciones, valores y virtudes; su cultura, se muestran capaz de superar el caos y destrucción del Imperio Romano, las sucesivas invasiones e incursiones de los pueblos eslavos. Hungría es una muestra de la capacidad integradora de la cultura de la cristiandad en este caso. La de los pueblos nórdicos, transformados a su vez por integración en puntal de la cristiandad, con los normandos, y la resistencia y, finalmente, expulsión de la invasión musulmana y turca. Superó las grandes pestes que diezmaron Europa, reduciendo su población como mínimo en un tercio, fue capaz de desplegarse en las Américas configurando una nueva sociedad, de ella surgieron instituciones tan determinantes como las universidades o los hospitales. La lista es demasiado larga como para tratarla ahora.

En todo caso, la Cristiandad transformó a mejor el mundo. Baste en señalar su último y reciente éxito: la reconciliación que permitió el renacimiento de Europa después de la II Guerra Mundial. Con la cultura hegemónica de ahora, la del “sin perdón”, la de la presunción de culpabilidad y la cultura woke, las heridas de aquel desastre continuarían abiertas, como abiertas las quiere esta cultura en España.

La cristiandad constituye un régimen político cuya característica esencial es estar basada en la cultura y la fe cristiana, en una interpretación determinada y, en ningún caso, la única posible, y demostró su capacidad para responder a los grandes retos y amenazas.

El fin de la cristiandad como régimen político y cultural en Europa tampoco tiene una fecha precisa. Algunos historiadores lo sitúan a finales del siglo XVIII, con la Revolución Francesa (1789) y el ascenso de la Ilustración, que desafiaron la autoridad de la Iglesia y la religión en la vida pública. Otros argumentan que la cristiandad se fue erosionando gradualmente a lo largo de los siglos XIX y XX, con la secularización de la sociedad, la separación Iglesia-Estado y el crecimiento del agnosticismo y el ateísmo.

Posiblemente, el Antiguo Régimen, que se basaba en la alianza entre el trono y el altar, fuera una última y más bien deteriorada expresión de su existencia, que pervivió en Europa hasta el fin del Imperio austrohúngaro. La nueva república francesa se proclamó laica y secular, lo que supuso un duro golpe para la cristiandad. De la Ilustración surgió el liberalismo y sus revoluciones que conmocionaron Europa en el siglo XIX, con 1848 como fecha clave, que  a su vez dio lugar a la respuesta del tradicionalismo y el conservadurismo. El nacionalismo, primero, y los movimientos revolucionarios, después, de matriz socialista, marxista y anarquista, culminaron la eclosión conflictiva de la modernidad que acabó con la Segunda Guerra de los treinta años (1914-1945) y que destruyó la civilización europea, recuperada en parte por un renacimiento europeo de matriz cristiana. Es cuando la concepción de Maritain y  precisamente su “Nueva Cristiandad” formulada en su Humanismo integral (1936), influye decisivamente a través de la formulación demócrata cristiana.

El liberalismo que abrió la puerta a la subjetividad y al relativismo, el auge del nacionalismo en el siglo XIX, que debilitó la unidad de la cristiandad, y el materialismo de la concepción socialista y marxista contribuyeron al fin de la Cristiandad, ayudada por una evolución del pensamiento científico que parecía tener explicación simple para todo y prescindir de toda necesidad de Dios.

Los avances en la ciencia y la tecnología durante los siglos XIX y XX desafiaron las narrativas religiosas tradicionales y promovieron una comprensión más secular del mundo. Teorías científicas, como la evolución de Charles Darwin y descubrimientos en campos como la geología y la astronomía cuestionaron las interpretaciones religiosas de la creación y el origen del universo. Pero todo esto ha cambiado radicalmente y la narrativa científica, sin que sea su finalidad, muestra cómo la existencia del Dios creador es la mejor de las explicaciones. Véase, por ejemplo, Dios. La Ciencia. Las pruebas. El albor de una revolución.

Claro que hay dos factores intrínsecos que la dañaron terriblemente: la separación protestante que rompió la unidad cristiana y la terrible secuela de las guerras de religión, que asolaron Europa en los siglos XVI y XVII y también contribuyeron al debilitamiento de la cristiandad.

El pluralismo religioso e ideológico de la sociedad y la laicización del Estado separando la iglesia del estado consumaron el cambio, que ha vivido una confusión. El de que la confesionalidad estatal entraña la ausencia de libertades, cosa que no tiene por qué ser así, como lo demuestra el carácter extremadamente confesional del Reino Unido, todavía hoy, y el de Suecia, Noruega y Dinamarca, hasta hace poco. De la misma manera que no puede confundirse la Cristiandad histórica con la Cristiandad como modelo conceptual, como muestra precisamente Jacques Maritain.

Esta somera mirada y revisión de su pasado nos conduce a la consideración de nuestro presente que, necesariamente, arranca de dos referencias. La ya citada Nueva Cristiandad de Maritain y la concepción y validez de la cultura cristiana como nueva matriz para una sociedad plural. Será la próxima semana.

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