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¿De veras un concilio negó que las mujeres tuvieran alma?

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Esto de tener hijos universitarios tiene, entre otras, la ventaja de que te ayuda a tomar conciencia del grado de ignorancia y prejuicios en que vive la inmensa mayoría de la sociedad española. Y especialmente la que se las da de docta, culta e ilustrada. No se pueden imaginar la de tonterías que tienen que escuchar en las aulas de la universidad por parte de profesores que supuestamente deberían anteponer el rigor y la ciencia a sus prejuicios anticatólicos.

Una de las acusaciones tópicas que se nos hace a los cristianos es la de haber negado que las mujeres tuvieran un alma. Ya lo saben, fue en un antiguo concilio merovingio, en el siglo VI, en el que un obispo defendió que las mujeres no tenían alma y que, en consecuencia, no debían ser tratadas como seres humanos, sino como una especie de animal de compañía del varón. Ya saben cómo sigue el cuento, con todo aquello del heteropatriarcado, la sumisión y todo lo demás, la causa de todos los males que en el mundo han sido y son.

Algunos llegan a admitir que más tarde la Iglesia se retractó, aunque solo fuera formalmente, tratando siempre a la mujer como un ser con un alma de segunda categoría y, de paso, mostrando que la Iglesia se contradice y no puede pretender enseñar de modo seguro e inmutable. Así llegamos hasta nuestros días, donde el nuevo ateo Michel Onfray insiste en recordarnos aquel funesto concilio de Mâcon en 585.

Pero, ¿qué sucedió realmente?

Gregorio de Tours relata el incidente acaecido en aquel concilio: «un obispo dijo que la mujer no podía ser llamada hombre (mulierem non posse dici hominem)… se quedo tranquilo cuando los obispos le hicieron entrar en razón, alegando el pasaje del Antiguo Testamento que dice que en el principio, cuando Dios creó al hombre, «varón y hembra los creó; y los bendijo, y los llamó Adán el día en que fueron creados.» (Gn 5, 2) lo que quiere decir hombre de tierra, llamando así con el mismo nombre de homo a la mujer y al hombre… Elucidada por muchos otros testimonios, esta cuestión fue aclarada de este modo».

Esto fue todo. Un simple problema lingüístico acerca de si bajo el término hombre nos podemos referir a todo el género humano, mujeres y hombres, fue distorsionado para que pareciera que se trataba de una cuestión antropológica. La duda sobre si la mujer quedaba englobada en el término hombre se transformó así, de modo sofistico, en duda y finalmente en negación de que las mujeres tuvieran alma, de que formasen parte de la especie humana.

A partir de esta manipulación fueron muchos quienes, por ignorancia o prejuicio anticristiano, se han dedicado a retomar la mentira, que de tanto usarse ha acabado siendo considerada por muchos, tampoco especialmente interesados en informarse e ir a las fuentes primarias, como una verdad demostrada. Se non è vero, è ben trovato, y ya se sabe que para aplastar a la Infame, como bien dijo Voltaire, todo vale.

Vemos que esto de las fake news tiene muchos siglos: la verdad es que la posibilidad que la gramática latina otorgaban al nombre homo para designar al ser humano, tanto masculino como femenino, provocó la protesta de un obispo puntilloso que no acababa de ver claro ese uso y que fue debidamente aleccionado en lo acertado de este uso. No hubo nada más. Las actas del concilio ni siquiera hacen mención de esa discusión sobre este uso lingüístico, que probablemente se mantuvo en privado. La única fuente es el comentario citado por San Gregorio de Tours. Todo lo demás es manipulación sectaria y mentiras interesadas.

Ya lo saben: la próxima vez que les digan aquello de que los teólogos medievales debatieron sobre si las mujeres tenían alma o no, pueden contestar que eso es una fake news como un piano, una operación de desinformación sin base alguna, una mentira que debería de sonrojar a quien la repite y expande.

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