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En la muerte de Laura Luelmo y de dos ancianos: ¡Dejad de instrumentalizar a los muertos!

Editorial

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Esto va de respeto a los muertos y a quienes los quieren en el mundo de los vivos. Esto va del asesinato de una mujer joven que ejercía de maestra y el de dos ancianos, cuya muerte provocada en su propia casa, se conoció el mismo día. La mujer Laura Luelmo por desgracia se ha hecho famosa. De los dos ancianos, marido y mujer, nadie excepto los más allegados -bueno, y nosotros- parece acordarse.

¿Por qué hay tanta diferencia en la reacción de los opinadores públicos, sobre todo cuando son feministas de género que pueblan la mayoría de los medios de comunicación? ¿Acaso no son iguales todos los muertos?, ¿no son dos más que uno? ¿Acaso uno de los muertos olvidados no es también una mujer?  ¿Por qué este tipo de asalto a ancianos, incluso a plena luz del día, es una realidad cada día más frecuente perfectamente ignorada? ¿Cuándo ha habido la declaración de un político, artículos de opinión, concentraciones a las puertas del ayuntamiento, por el homicidio o agresión violenta a un anciano? Nunca, nada, no existen.

¿Cuál es la diferencia? El sexo, sí el sexo, el morbo de la agresión sexual que suscita la atención mediática. Todas las informaciones repiten una y otra vez, aunque ya sea conocido y se haya escrito, una palabra clave que debe herir a quienes querían a Laura Luelmo. “Semidesnuda”, es la palabra fetiche que da lectores y viralidad en la red. Cuando la mujer es agredida sexualmente esto tiene éxito en una sociedad hipersexualizada, cuando se trata de gente mayor ¿a quién le interesa?  No es solo el delito de lo que se informa, sino del imaginario sexual que lo acompaña. He aquí una clave decisiva de la cuestión.

Las agresiones sexuales son propias de una cultura que es continuamente excitada por llamadas e incentivos sexuales. Eso lo sabe el más lerdo: la noticia viral más fácil es la imagen de alguien en pelotas. Y al mismo tiempo, los valores y virtudes que ayudan a embridar el impulso sexual, a canalizarlo por la senda del respeto, son menospreciados y ridiculizados. Entonces ¿qué querían? ¿meter la mano en el fuego y no quemarse?

Existe otra diferencia radical, y es ideológica y política. Los asesinatos de mujeres, si son cometidos por hombres, son ampliamente instrumentalizados y transformados en una especie de epidemia cuyo portador son los genes XY, el macho. El cruel asesinato de Laura Luelmo ha desencadenado una histérica campaña que intenta convencer a las mujeres que su integridad física está en peligro, porque los hombres las acechan para abusar de ellas, violarlas o asesinarlas. Han montado una vez más una algarabía social y política por un asesinato concreto, cometido por uno o unos culpables concretos. Pero es que, además, las tasas de delito contra las mujeres en España son de las más bajas de Europa, que a su vez son de las menores del mundo. Mueren muchísimas más mujeres en accidentes de tráfico, pero muchas más, que por homicidio; hay más heridas, traumatizadas, por aquella causa, que agredidas y violentadas. Puestos a hablar de plaga para la mujer hablemos de los coches, motos, bicicletas y patinetes. Pero claro, no es el caso.

La tasa de homicidios de mujeres en España es de solo 0,15 por 1000 habitantes (2017) y su tasa de criminalidad de 2,6, bastante más alta, 17 veces más. Este es la ratio entre agresión y victimización de las mujeres. La tasa de homicidios de hombre es mayor, 1,29, ocho veces y media más.  Un hombre tiene 8,6 veces más posibilidades de morir por un homicidio que una mujer. Su índice de criminalidad también es más alto, 12,4, y la ratio entre agresión y victimización es de 9, 6. Solo un punto más que el de la mujer. La relación agresora-víctima en función del sexo no es tan distinta entre unos y otros. La mujer comete menos violencia, pero también es mucho menos víctima de ella. Y estas cifras se pueden extender a otros delitos graves.

Ninguna realidad avala el discurso de las feministas de género sobre la mayor victimización de la mujer y su inseguridad. Es un montaje, una fake news a gran escala, que en todo caso engaña a los bobos, que no respeta ni tan solo la tranquilidad de los muertos. Es un proceder indigno que dice mucho de cómo piensan, actúan, y la sociedad que quiere construir el feminismo de la agresión.

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