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¿Hay alguien que se gane el cielo?

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¿Qué sexo tienen los ángeles? Podríamos pasarnos la vida discutiéndolo, lo mismo que con aquello de si es primero el huevo o la gallina. Sí. Efectivamente, dice Santiago en su carta que la fe sin obras es una fe muerta (St 2,17). Por tanto, la Palabra de Dios nos asegura que con buenas obras nos ganaremos el cielo. Pues no. Es condición, pero no certeza. De manera que es superior la fe a las obras, porque obramos por la fe. ¿Y con la fe? ¿Me ganaré el cielo? Me dices: “¡Uh! ¡Que el cielo no se lo gana nadie, es por Gracia si llegamos él!”. Y así es. Pues dice San Pablo: “Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que está en Cristo Jesús (…) y así ser Él justo y justificar al que vive de la fe” (Rm 3,23-24.26). De manera que nos topamos de cara con el misterio de la justificación que ha sido obrada por Jesucristo para abrirnos las puertas de la salvación, eso es, del cielo. Juntando ambas citas, podemos empezar a concluir que conseguimos la gracia por medio de las obras, pero obramos bien solo por la fe. ¡Pero si la fe es Gracia!: “Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”, dice Jesucristo (Jn 6,65). Por ese camino, llegamos a la conclusión de que ni la decisión de ser buenos es nuestra, sino que es una simple pulsión divina, que esconde el misterio de nuestra libertad, pues somos libres. No caigamos en aquello de la letra que mata y nos neguemos a decir que una persona con buenas obras se gana el cielo. Negarlo equivaldría a aseverar que no es inteligente, porque participa de la inteligencia del Creador; ni es buena, porque su bondad proviene de Dios; y que su fe no tiene valor, porque es infundida por el Inefable. Somos humanos y tenemos que aceptar nuestra miseria hasta en nuestro lenguaje. No nos obliguemos a hablar “a lo divino”. Limitémonos a aceptar que actuar “a lo humano” es lo único que somos capaces de hacer. Con “el valor divino de lo humano” (Jesús Urteaga). Aunque quizás ni de eso somos capaces, pues ya hemos dicho que todo lo que hacemos viene inspirado por Dios, puesto que Él es YHWH, el único que “es el que Es”, por su propio ser, sin origen y sin fin; y principio y fin de todo lo creado, alfa y omega. “Él solo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es” (Cfr. Catecismo n. 206 y 213). Así que será mejor no perdernos en disquisiciones. No en vano, dice Jesucristo: “No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21).

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