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¿Qué es la “laicidad positiva”?

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La visita que el papa Benedicto XVI ha hecho a Francia ha suscitado un debate público que favorecerá la calidad democrática del país vecino, demasiado obsesionado con su añeja laïcité.

Tanto el Papa como Sarkozy se refirieron al concepto de “laicidad positiva”. Según Benedicto XVI, se trataría de que los Estados no ignoraran la « función irreemplazable de la religión para la formación de las conciencias y para su contribución a la creación de un consenso ético fundamental en la sociedad ».

Y ahí entran en escena los valores cristianos y su legado histórico, que se ha traducido, en Occidente, en la separación Iglesia-Estado y el reconocimiento de la libertad e igualdad religiosa.

La laicidad positiva no es nueva. En su versión actual, fue teorizada en 1989 en Italia, se incorporó a nuestra experiencia jurídica en los noventa y ha sido consolidada por el Tribunal Constitucional.

Así, en su sentencia 101/2004, de 2 de junio, el Tribunal sostuvo que:

«En su dimensión objetiva, la libertad religiosa comporta una doble exigencia, a que se refiere el art. 16.3 CE: primero, la de neutralidad de los poderes públicos, ínsita en la aconfesionalidad del Estado; segundo, el mantenimiento de relaciones de cooperación de los poderes públicos con las diversas iglesias. En este sentido […] “el art. 16.3 de la Constitución […] considera el componente religioso perceptible en la sociedad española y ordena a los poderes públicos mantener las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones, introduciendo de este modo una idea de aconfesionalidad o laicidad positiva”» .

De tal argumento se infiere que ambos incisos –el de laicidad y el de cooperación– se han concebido y conectado parejamente, como una dimensión objetiva exigida para garantizar la libertad de religión.

Sin embargo, cuando el Tribunal Constitucional se refiere a la laicidad como «positiva», no se detiene a valorar los contenidos ético-morales de los ciudadanos, o la verdad de las creencias alegadas como una suerte de nueva Inquisición.

En el fondo, la laicidad positiva no remite a la distinción entre Justicia y Bien. Por ejemplo, Sandel distingue entre la libertad religiosa (que sitúa en el plano de la Justicia) y el dogma o la creencia (que sitúa en el plano del Bien).

Pero, según Kymlicka, el problema de Sandel es que las virtudes y las identidades caen automáticamente del lado del Bien en vez de caer del lado de la Justicia y, por consiguiente, asume que la promoción de virtudes o identidades religiosas particulares es una cuestión más relacionada con la promoción de un concepto determinado del Bien que con la defensa de los principios generales del Derecho.

Para un demoliberal como Kymlicka la tesis del comunitarista Sandel es un error, puesto que la diferenciación entre el Bien y la Justicia es una distinción entre dos tipos de justificaciones de las políticas públicas, y no entre dos tipos de objetos de esa política.

Dice Kymlicka:

«Los liberales insisten en que sea cual sea el objeto de la política pública […] el objetivo de la política estatal debería ser la promoción de los principios del derecho, no la promoción de conceptos particulares del bien. Por el contrario, un Estado perfeccionista querría [por ejemplo, sirviéndose de la laicidad “positiva”] decidir todas las cuestiones de política pública –ya se tratase de derechos, recursos o virtudes– sobre la base de cómo promocionar mejor un particular concepto de la vida buena [el católico o el musulmán o el judío, etc.] que se considera el más gratificante o valioso. » (Véase: Politics in the Vernacular. Nationalism, Multiculturalism, and Citizenship , Oxford University Press, 2001, págs. 334-335).

En España, cuando el Tribunal Constitucional se refiere a la «laicidad positiva» no lo hace cual instrumento de un Estado que ahora se transforma en perfeccionista para legitimar, así, unas determinadas creencias religiosas en detrimento de las otras.

Lo que un Estado aconfesional (neutral) debe valorar no son los dogmas religiosos, sino la contribución de las iglesias al bien común, es decir, los frutos sociales que se derivan de las convicciones religiosas de la ciudadanía.

Por eso debe tenerlas en cuenta, pero tenerlas en cuenta no significa valorarlas como lo haría un Estado perfeccionista a través de una laicidad que, so capa del adjetivo “positiva”, se convierte en la excusa para romper la neutralidad estatal en materia religiosa o ideocrática.

Sin embargo, la teoría pura no es igual que la práctica realista. En sociedades multiculturales llega un momento en que los Estados no tienen más remedio que valorar esos frutos sociales, que no son los mismos según sea la tradición religiosa que los genera.

Por tal razón, el consenso democrático podría atreverse a legitimar en el futuro una nueva laicidad positiva… más vinculada al Bien que a la Justicia, a costa de la (¿dogmática?, ¿imposible?) neutralidad.

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • […] Para empezar, el autor de la nota sostiene que la instalación o no de una Virgen en la Rambla “no iba a cambiar absolutamente nada a la libertad de cultos que existe en el país”. A mí, que me defino “blanco desde la concepción y católico desde el bautismo”, la instalación de la imagen no cambia mi fe en Dios ni mi devoción a María. Pero si se admite la presencia de Iemanjá, de Confucio y del misterioso coreano, al tiempo que se niega la presencia de la Virgen María, me parece obvio que algo ha cambiado: en Uruguay a partir del 11 de Mayo de 2017, los católicos somos discriminados por la Junta Departamental de Montevideo. El articulista muestra también su molestia porque en el tema de la Virgen, como en el del aborto y el del “matrimonio” igualitario, hubo muchos blancos que –en representación de las grandes mayorías partidarias[i]- argumentaron y votaron en la línea de lo que dice la Iglesia Católica. Lo que olvida, es que la Iglesia Católica es la principal defensora de la ley y el Derecho Natural. Y que nuestra Constitución, es de clara filiación jusnaturalista. Por tanto, quien defiende el derecho natural, sea cual sea su religión o irreligión, estará siempre de acuerdo con dos cosas: con la Iglesia Católica y con la Constitución de la República. Más adelante, se afirma que “cuando uno es representante político lo que representa es a la ciudadanía en una lógica política. (…) Cuando uno hace política entonces, no debe privilegiar sus convicciones personales- religiosas como principal argumento político.” Dicha argumentación, equivale a solicitarle a un diplomático uruguayo que integra el Consejo de Seguridad de la ONU, que se centre en los problemas internacionales que se tratan en la asamblea, olvidando por completo a qué país y a qué continente pertenece… Lo cual sería un error porque a nadie se le puede exigir que deje sus convicciones filosóficas más profundas en la puerta del Parlamento, como si se tratara de un paraguas. Ni al librepensador, que actuará como tal, ni al católico, que también actuará como tal. Ser católico, no significa –solamente- creer en Dios y en lo que la Iglesia dice, por el sólo hecho de que la Iglesia lo dice. Ser católico significa, entre otras cosas, tener una peculiar concepción antropológica, de la que se sigue una peculiar concepción de la sociedad, del gobierno, de las instituciones. Del Derecho Natural que, reiteramos, inspira nuestra Constitución. Ello no significa que exista “una única solución católica” para todos los problemas de la sociedad. Lo que significa, es que a partir de ciertos principios y criterios fundamentales no negociables, se pueden encontrar cientos de soluciones posibles. Del mismo modo, un librepensador podrá tener su peculiar concepción de la persona, del valor de la dignidad humana y de la sociedad en su conjunto. Lo que tradicionalmente hemos hecho los blancos católicos, en estos casos, es contraponer nuestros argumentos, a los argumentos de quienes no piensan como nosotros. Pero jamás hemos tenido el atrevimiento y la osadía de exigirle a los relativistas, que dejen su condición de tales en la puerta del Parlamento. No en Uruguay. No los blancos católicos. ¿Por qué? Porque “lo político”, está influenciado tanto por una concepción filosófica relativista, cuando el político fue formado en esa escuela, como por una concepción filosófica realista, cuando el político fue formado en esa otra escuela. No existen políticos formados en una “escuela neutra”, ya que la neutralidad es, en sí misma una toma de posición política. Es falso que haya una confrontación entre lo político por un lado y lo religioso por el otro en las decisiones políticas de un cuerpo legislativo. Lo que hay, es una influencia de diversas concepciones filosóficas. Y cada una influye a su manera. Por ejemplo, alguien que manifiesta estar en contra del “matrimonio” igualitario, puede argumentar que piensa así porque el matrimonio está protegido y amparado por la Constitución de la República[ii] en atención a los hijos que de él puedan venir, y no porque exista un “derecho al amor” entre hombre y mujer. El caso de las uniones homosexuales es distinto: no necesitan dicha protección y amparo de la Constitución, pues entre ellos, no pueden engendrar hijos. Se podrá estar de acuerdo o no con este argumento, pero jamás se podrá decir que se trata de un argumento religioso. Además, no debería extrañar que un político blanco católico y un sacerdote católico, coincidan en la visión de un problema. En primer lugar, porque hay muchos no católicos que coinciden en estos casos con lo que dice la Iglesia. Lo que realmente sorprende, es que desde un medio blanco, se acuse a los legisladores del Partido Nacional de padecer “estupidez colectiva”, por afirmar el concepto de “laicidad positiva”. Y sorprende por dos razones: Primero, porque el concepto “laicidad positiva”, no es un invento del Vaticano, ni es un invento reciente de Sturla. Al primero que yo se lo escuché -o se lo leí- en Uruguay, fue al Diputado Rodrigo Goñi Reyes. Recién después escuché a Sturla usar dicho concepto. Segundo, porque es muy curioso que un politólogo de cierto prestigio, no sepa que el término “laicidad positiva” hace años anda en la vuelta. Tras una rápida búsqueda en Google, pude comprobar que Benedicto XVI y Nicolás Sarkozy manejaron ese término durante una visita del Papa a Francia en 2008[iii]. ¿Será también estúpido el ex Presidente de Francia? En el fondo, parecería que lo que en realidad preocupa al autor de la citada nota, es lo mismo que le preocupa al ex Presidente Julio María Sanguinetti (“intentos reiterados de la Iglesia Católica por avanzar en terrenos reñidos con nuestro sistema”), y al Diputado Chiazzaro (“hay un empuje de la Iglesia Católica y de las iglesias pentecostales que creo que es malo para el laicismo”). Faig dice en su artículo que la laicidad positiva, procura “ganar espacio a la religión católica por doquier”. Todos se refieren a lo mismo: en un país donde supuestamente hay libertad de cultos, a todos les preocupa que la Iglesia se haga visible, que se manifieste públicamente, y sobre todo que crezca. Lo que no queda muy claro, es quien le “calcó” a quien la preocupación sobre el “avance”, “empuje”, o el “ganar espacio” de la Iglesia. Más adelante, se alerta sobre el peligro de que el Partido Nacional termine “atado a argumentos de pequeños monaguillos aplicados que repiten como loros la consigna religiosa católica de moda”. Sorprende la empecinada reiteración de insultos a los blancos que están de acuerdo con la laicidad positiva, independientemente de sus ideas religiosas. Pero además, es falso que exista tal peligro. No tengo títulos universitarios en politología ni doy clases en universidades, pero ando en la calle y converso con la gente, y de esas charlas surge siempre una constante: lo único que hizo, hace y hará peligrar las posibilidades electorales del Partido Nacional, es la pérdida de identidad y de autenticidad, firmemente arraigada en principios y valores hispánicos, anclados en la ley natural. El único peligro de que el Partido Nacional desaparezca, radica en renunciar a lo que somos, a lo que siempre fuimos, y a lo que estamos llamados a ser, para convertirnos en un supermercado ideológico donde cada cual pueda tomar de las distintas góndolas, lo que mejor le parezca. Por supuesto que no somos un partido confesional. Somos un partido abierto a todas las creencias. Somos un partido de hombres libres. Pero ello es consecuencia, en buena parte, de la condición de cristianos de muchos de sus integrantes y de muchos de sus votantes. Basta para comprobarlo, mirar hacia los costados: colorados y frentistas, que cuentan en sus filas menor porcentaje de católicos que los blancos, recurren con mucho más frecuencia a la “disciplina partidaria” que nosotros… Cerca del final, se sostiene que “es infame a esta altura de la modernidad de Occidente que el blanco y católico privilegie su dimensión de católico para pasar a ser representante político de la Iglesia Católica dentro de un partido”. Es curioso que no se haya detectado tal infamia, cuando las mujeres del Partido Nacional decidieron privilegiar su dimensión de mujeres para pasar a ser representantes políticas del feminismo, tanto dentro de su partido, en la “Comisión de Género”, como en la suprapartidaria “bancada femenina”. Uno esperaría mayor coherencia. En otras palabras, ser católico, no es adherir a un club de fútbol. Es algo tan constitutivo del propio ser, como ser varón o ser mujer. Y si hay libertad de cultos en este país, entonces debe respetarse que los católicos piensen como católicos y velen por aquellos principios en los que creen, del mismo modo que las mujeres piensan como mujeres y velan por los derechos de las mujeres. Por supuesto que no hay una “bancada católica”. Ni la hay, ni debe haberla jamás. Pero ello no quiere decir que los legisladores blancos que son católicos, junto a los que no lo son, pero defienden el Derecho Natural, deban desprenderse de sus ideas porque un relativista así lo quiere. Tengo varios amigos blancos que sin ser creyentes, son firmes partidarios de la “laicidad positiva” y contrarios al aborto y al “matrimonio” igualitario. Ellos también han manifestado su incondicional apoyo a la iniciativa de instalar una imagen de la Virgen en la Rambla. No son monaguillos que repiten como loros la doctrina de moda. No se distinguen por calcar el pensamiento del Cardenal Sturla. Son no creyentes que simplemente, opinan que la libertad es para todos, y que nadie debe ser recluido en las catacumbas en razón de su pensamiento. En fin, si bien no sorprende que aún existan jacobinos en el mundo, en la sociedad, y en el propio Partido Nacional –hay de todo en la viña del Señor-, lo que sí sorprende, es ver a la reencarnación de Don Pepe Batlle escribiendo en “La Democracia”… Casi nada lo del ojo… Álvaro Fernández Texeira Nunes [i] Cada vez que en este país se hicieron encuestas sobre legalización del aborto o del “matrimonio” igualitario y se discriminaron las opiniones por partido político, la gran mayoría de los blancos siempre se manifestó en contra del aborto y del “matrimonio” igualitario. [ii] Artículo 40.- La familia es la base de nuestra sociedad. El Estado velará por su estabilidad moral y material, para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad. Artículo 41.- El cuidado y educación de los hijos para que éstos alcancen su plena capacidad corporal, intelectual y social, es un deber y un derecho de los padres. Quienes tengan a su cargo numerosa prole tienen derecho a auxilios compensatorios, siempre que los necesiten. [iii] https://www.forumlibertas.com/que-es-la-laicidad-positiva/ […]

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