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Ignacio de Loyola (1491-1556)

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1. Introducción y primeros años

Una de las características de los grandes hombres que han configurado el pensamiento occidental europeo es la humildad, y junto a ella, el desconocimiento de que todo cuanto vivían, hacían y decían fuera a tener la influencia y fecundidad que tuvo. San Benito de Nursia, San Agustín, Santo Tomás de Aquino o el mismo San Ignacio de Loyola nunca pretendieron nada más que servir a Dios. Pero este servicio se transformó con el paso del tiempo y sin ellos pretenderlo en sillares de lo que hoy conocemos como Europa en cuanto proyecto cultural y secular. Todos ellos vivieron también en contextos históricos especiales, pero supieron, quizás también de manera providencial, estar a la altura de su tiempo y lograron acertar en la dirección a tomar en medio de la invasión bárbara, el final del mundo antiguo, la convulsión del siglo XIII por la recuperación de Aristóteles o el nacimiento del protestantismo. La obra de Benito de Nursia fue el monasterio benedictino, la de Agustín su legado intelectual que determinó la filosofía y teología del medioevo, la de Tomás de Aquino la armonía entre la fe y la razón, pero ¿cuál fue la aportación de Ignacio? Indudablemente los ejercicios espirituales y la Compañía de Jesús.

Ahora bien, los ejercicios espirituales nacen de la biografía de Ignacio. No hay nada mejor para conocer a Ignacio que leer su vida a la luz del libro de los ejercicios. De algún modo, eso es lo que intentaremos hacer en las próximas páginas. Algunos datos biográficos serán tan solo señalados y no comentados, según sirvan o no al fino que nos hemos propuesto. Hecha esta advertencia empecemos. Íñigo de Loyola nació posiblemente en 1491[1]. Su padre fue D. Beltrán Ibáñez de Oñaz, señor de Loyola y su madre Doña Marina Sánchez de Licon. Contrajeron matrimonio en 1467 y tuvieron 13 hijos. El último recibió el nombre de Íñigo. No se sabe con certeza la fecha de la muerte de Don Beltrán y Doña Marina. Algunos biógrafos señalan que murieron antes de 1506 y que Íñigo se crio en casa de su tío D. Martín Beltrán, junto a sus primos y bajo la tutela de su tía Doña Magdalena de Aroz. En todo caso, ese año, 1506, enviado por su padre o por su tío, Íñigo deja su tierra y parte hacia Arévalo. Y este es el primer dato importante que tenemos que señalar. Arévalo no era en aquel tiempo una villa insignificante. En ella residía Don Juan Velázquez de Cuéllar, contador mayor del Reino (hoy diríamos ministro de hacienda), cuya esposa estaba emparentada con los Loyola. El joven Íñigo residirá en uno de los palacios más lujosos de la España de aquel tiempo. García-Villaoslada, en una excelente biografía que citaremos aquí repetidamente, escribe lo siguiente: “Habitaba ordinariamente don Juan Velázquez no en el castillo, del que fue alcaide, sino en el palacio real de Juan II, regiamente amueblado y lujosamente decorado por el señor que lo ocupaba. Cuando Iñigo de Loyola puso los pies en él por primera vez, bien pudo imaginarse que entraba en la más rica mansión del monarca”[2]. Íñigo fue enviado, a petición del Don Juan Vélazquez, para ayudar y servir, al mismo tiempo que se iba formando cerca de la corte. Durante once años vivió rodeado del lujo y toda la clase de vanidades. Recibió la formación cortesana propia de aquel tiempo. El palacio contaba también con una hermosa biblioteca y sabemos que Iñigo estudió e incluso se convirtió en un excelente escribano, siempre fue alabado por su hermosa caligrafía. Es importante que retengamos el ambiente en el que vivió nuestro personaje desde los 15 años hasta los 26. Son años donde la persona se forma, se fija la jerarquía de valores, los principios de vida, el ideal que se pretende alcanzar. En agosto de 1517 falleció Don Juan Velázquez de Cuéllar. Omitimos la circunstancia histórica y los detalles que hicieron caer en desgracia a la familia del protector de Iñigo. El caso es que a raíz de esa muerte, Íñigo pasó a servir durante cuatro años al Duque de Nájera, Don Antonio Manrique de Lara. Destacó en algunos servicios como la pacificación de ciertas villas de Guipúzcoa, y en la sublevación de la villa de Nájera. Así mismo sobresalió en la defensa de Pamplona contra el ejercitó francés en el año 1521. Allí fue herido. En ese momento cuenta Ignacio en su biografía “Los de la fortaleza se rindieron luego a los franceses, los cuales, después de haberse apoderado de ella, a mí, que estaba herido me trataron muy bien, cortés y amigablemente. Y después, de haber estado doce o quince días en Pamplona, me llevaron en una litera a mi tierra.” Debió despertar admiración su entereza y valentía en el campo de batalla para que los franceses se molestaran en tratar del modo como lo hicieron al que había sido su enemigo[3].

2. 1521-1524 Conversión y peregrinaciones

Íñigo de Loyola llegó maltrecho a su casa. Su convalecencia fue larga. La cura hecha por los franceses no satisfizo a los médicos vascos que optaron por operar de nuevo a Ignacio para recolocar los huesos de la pierna en su sitio. Después de esta intervención empeoró hasta el punto que temieron por su vida y recibió la extrema unción. Pero el 24 de junio, día de San Juan, cerca ya de la media noche empezó a mejorar y poco a poco, en los días siguientes, se recuperó y salió del peligro de muerte en el que había caído. Al considerar como había quedado finalmente su pierna, se sintió muy insatisfecho. Ese miembro herido afeaba su figura y chocaba de lleno con el ideal de cortesano y caballero que hasta el momento había inspirado y movido su vida. De tal modo que, como escribe en la autobiografía “(…) no lo podía tolerar, porque estaba decidido a seguir el mundo y juzgaba que aquello me afearía.” Los once años de Árevalo pesaban mucho. Y así, prosigue en su autobiografía, “(…) consulté a los cirujanos si se podía cortar, y ellos dijeron que bien se podía cortar, pero que los dolores serían mayores que todos los que había pasado, por estar aquello ya sano y porque necesitaba tiempo para cortarlo. Con todo, determiné martirizarme por mi propio gusto, aunque mi hermano mayor se espantaba y decía que tal dolor él no se atrevería a sufrir; pero yo lo sufrí con la paciencia acostumbrada.” La operación se realizó pero la pierna que Ignacio quiso reparar por vanidad personal no la volvería a lucir en la corte. Le serviría, como en breve comentaremos, para peregrinar a Tierra Santa. Hasta aquí podemos resumir la vida de Ignacio con el inicio de su autobiografía: “Hasta los 26 años de edad fui un hombre dado a las vanidades del mundo; y principalmente me deleitaba en ejercicios de armas, con un deseo grande y vano de ganar honra.” ¿Qué pasó en esta segunda convalecencia? Solicitó libros de caballería que el conocía de su estancia en Arévalo, pero al no encontrarse en aquella casa su tía Doña Magdalena de Aroz le hizo llegar algunos volúmenes de vidas de santos, la vida de Nuestro Señor, etc. Tras la lectura “se paraba a pensar”. Hasta el momento los únicos libros que le habían hecho pensar eran los de caballería con sus héroes Amadís de Gaula, Don Galaor su hermano, el rey Lisuarte, Gandalín, etc. Todos ellos “habían constituido los modelos de vida y de virtud, que el caballero de Loyola llevaba siempre ante sus ojos”[4]. Pero de pronto, apareció en su vida otro tipo de caballería y otros caballeros que poco a poco le fueron cautivando. En su autobiografía recuerda a Domingo de Gúzman y a San Francisco. Concretamente decía esto:

“Porque, leyendo la vida de nuestro Señor y de los Santos, me detenía a pensar, razonando conmigo mismo: ¿qué sería si yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo? Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas, proponiéndome siempre a mí mismo cosas dificultosas y graves; las cuales cuando me las proponía, me parecía hallar en mi facilidad para ponerlas en obra. Mi modo de discurrir era decirme: «Santo Domingo hizo esto, pues yo lo tengo que hacer»; San Francisco hizo esto, pues yo lo tengo que hacer».”

Y sentía gozo y consuelo en estos pensamientos, de tal modo, que cayó en la cuenta que los libros de Santos le consolaban interiormente y pensar en caballeros y damas lo dispersaban y no le aportaban la paz de los primeros. Las lecturas, la reflexión, los momentos de oración transformaron poco a poco su persona. Algunos biógrafos señalan que el cambio interior que fue experimentando estuvo también condicionado por la cercanía de la muerte y el dolor físico por el que tuvo que atravesar[5]. Al final, Ignacio se convierte a Dios en la casa torre de Loyola. Aquí detenemos momentáneamente el relato de los hechos para comentar dos elementos de los Ejercicios Espirituales. El primero está relacionado con la consolación que le proporcionaban las lecturas de santos y la insatisfacción que le dejaba los pensamientos caballerescos. Todo ello le enseña a Ignacio lo que luego en los ejercicios aparecerá como las reglas de discernimiento de espíritus[6]. En segundo lugar debemos comentar el hecho mismo de la conversión. Este cambio de vida es lo que pretenderá luego la práctica del libro de los ejercicios espirituales. Pero ¿qué es la conversión? Es un cambio en el corazón, es un cambio en los afectos, es un cambio de amor. Del amor a uno mismo y olvido de Dios, al amor de Dios y olvido de uno mismo. Todo ello nos recuerda y nos evoca a San Agustín y su De Civitatae Dei:“Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial”[7].

Convertido en ciudadano de la Jerusalén Celestial decide peregrinar a la Jerusalén terrenal. Y con ese propósito bien guardado y secreto, una vez recuperada la salud, partió en 1522 con dirección a Barcelona, aunque antes pasó por el Santuario de Nuestra Señora de Aránzazu, donde veló una noche a la Virgen y posteriormente se detuvo en Navarrete, con el fin de visitar al Duque de Nájera y cobrar unas deudas. Repartió el dinero, destinando una parte a la restauración de imagen la Virgen, despidió a los criados y se dirigió a Montserrat. El plan era embarcarse en Barcelona para llegar a Roma, pedir permiso al Papa para peregrinar a Jerusalén y dirigirse lo más pronto posible a Tierra Santa. Pero antes pasó por Montserrat, donde se preparó e hizo la confesión general que duró tres días. Además veló sus armas delante de la Virgen de Montserrat durante la noche del 24 de marzo en la que dejaría de ser caballero de corte terrena para ser caballero de Cristo y de María. Queriendo pasar desapercibido no quiso dirigirse a Barcelona por el camino habitual y se desvió a Manresa donde pensaba hospedarse allí en un hospital llamado hospital de Santa Lucía. La estancia se prolongó durante once meses. Allí recibió muchísimas gracias y en los largos ratos de meditación fue escribiendo lo que hoy conocemos como los ejercicios espirituales. En Manresa tuvo un hecho singularísimo que no podemos pasar por alto. Narra él en su autobiografía que dirigiéndose a la Iglesia de San Pablo que está a las afuera de la ciudad, sentando frente al río Cardoner y metido en oración,

“(…) se me empezaron a abrir los ojos del entendimiento; no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales como de cosas de la fe y de letras; y eso con una ilustración tan grande que todas las cosas me parecían nuevas. Y no se puede declarar las cosas puntuales que entendí entonces, aunque fueron muchas, sino que recibí una grande claridad en el entendimiento, de manera que en todo el transcurso de mi vida, hasta pasados sesenta y dos años, juntando todas cuantas ayudas haya tenido de Dios y todas cuantas cosas he sabido, aunque las junte todas en una, no me parece haber alcanzado tanto como en aquella sola vez. Y quedé con el entendimiento en tal grado ilustrado, que me parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto distinto que el de antes.”

Esta gracia (conocida como la Eximia Ilustración) coloca a Ignacio junto a otros místicos como Santa Teresa o San Juan de la Cruz. De ella dice su biógrafo García-Villaoslada “Solamente algunas almas soberanamente contemplativas, por ejemplo Teresa de Jesús en las últimas Moradas, han recibido favores tan sublimes, como la «Eximia Ilustración» que desplegó ante los ojos absortos de nuestro peregrino panoramas sobrenaturales y naturales, llenando su mente de ciencia de Dios y de conocimientos humanos. No fue una visión, fue una ilustración, que colmó de luces sus potencias intelectivas, como si una potentísima aurora boreal inundándose de pronto con sus resplandores la noche oscura de la vida terrestre y ultraterrestre. Todo el mundo creado se le transformó en una nueva creación.”[8] Ésta fue la gracia mayor que recibió en Manresa pero su estancia en aquella ciudad Manresa estuvo llena de muchas vicisitudes espirituales que no podemos comentar. Después de casi un año, marchó a Barcelona, y luego a Roma, y tras superar numerosos obstáculos pudo visitar Tierra Santa. Aunque hubiera querido residir allí no se lo permitieron.

3. Estudios 1524-1535

Así que en 1524, se encontraba de nuevo en Barcelona donde, a la edad de 33 años, empezó a estudiar. Continuaría sus estudios en Alcalá (1526-1527), Salamanca (1527-1528) y finalmente en Paris (1528-1535). Durante estos años fue puliendo el libro de los ejercicios, se le fueron añadiendo compañeros que querían compartir su estilo de vida y empezó a predicar también los ejercicios espirituales. En dos ocasiones fue examinado por la Inquisición, en Alcalá y Salamanca y por dos veces se le recomendó que se abstuviera de hablar cosas espirituales hasta que finalizara sus estudios. Llegó a Paris en 1528 y decidió repetir sus estudios de humanidades. Dejaba en Salamanca a algunos compañeros que, a pesar de tener intención de traerlos a Paris, nunca lograría hacerlo y que desarrollarían sus vidas lejos de Ignacio. Pero aquí, en París, haría otros nuevos que serían el germen de la Compañía de Jesús. Estudió en Paris Humanidades, Filosofía y Teología. Durante esos años predicó ejercicios a algunos estudiantes que cambiaron radicalmente de vida. Son conocidas las conversiones de un burgalés a quien llamaban Castro y que estudiaba en la Sorbona; un guipuzcuano de nombre Amador de Elduayen del colegio de Santa Bárbara y por último un toledano de apellidado Peralta. Castro y Peralta cambiaron de tal manera que se acogieron al hospital de Saint Jacques y empezaron a pedir limosna por las calles de Paris. El cambio de vida de Amador de Elduayen desconcertó a al rector de su colegio quien miraba con recelo a Íñigo. También harían ejercicios espirituales durante esos años Francisco Javier, Pedro Fabro, compañeros de Íñigo en el colegio de Santa Bárbara, como también Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás Alonso Bobadilla y Simon Rodrigues. En 1534, los antes mentados hicieron voto en Montmartre de abandonar el mundo y servir al Señor, así como, de hacer una peregrinación a Jerusalén. Si no les fuera posible embarcar se ofrecerían al Papa para lo que él dispusiese. Al final de su estancia en Paris, Iñigo, tuvo que soportar otro proceso inquisitorio del que volvió a salir sin problemas. Volverá a España, a su tierra en 1535, aconsejado por los médicos, pues padecía una dolencia estomacal de la que no se lograba recuperar. Pero había acordado con sus compañeros que se verían en Venecia 1537 con el fin de embarcar todos juntos para Tierra Santa.

3. Los ejercicios espirituales como experiencia afectiva

En este momento de la biografía de Ignacio debemos detenernos y entrar de lleno ya en la explicación de los ejercicios espirituales. Hemos observado de pasada y muy rápido la conversión de un grupo de estudiantes en Paris, por obra de la gracia de Dios, pero a través de la mano de Ignacio y de sus ejercicios. En el contexto histórico de la reforma y contrareforma, que hicieron a la Iglesia examinarse y proponer una renovación espiritual acorde también a los tiempos, Ignacio de Loyola aporta los ejercicios espirituales. Uno de los biógrafos más importantes de San Ignacio de Loyola, cuando habla de este singular libro escribe lo siguiente: “En la lista de «libros que cambian la historia» le corresponde un puesto singular. No sólo por el hecho de haber sido editado más de 4.500 veces con un promedio de una edición por mes durante cuatro siglos y en las más diversas lenguas, sino aún más por haber sido actuado o puesto en práctica su mensaje por millones de personas.”[9]

¿Qué son y en qué consisten los ejercicios espirituales? Ante todo son una experiencia afectiva. Ya desde el primer número Ignacio habla de ello. Por ejercicios espirituales debe entenderse cualquier modo de examinar la conciencia, meditar, contemplar, todo tipo de oración vocal o mental con la finalidad de disponer el alma para una reordenación afectiva, es decir, eliminar todos aquellos afectos que nos alejan de Dios y dirigir nuestro corazón a lo único verdaderamente importante que es Dios. Desde la primera página podemos ver que cuanto propone Ignacio él lo ha vivido en su propia carne. Esa reordenación afectiva se inició en él en la casa–torre de Loyola cuando convaleciente empieza a considerar la vida de los santos y la vida que él había llevado hasta el momento. Como dice Tellechea “Los ejercicios espirituales antes que un libro fueron una praxis; y todavía antes, una experiencia personal en aquellos días de Loyola en que, herido, «se paraba a pensar». (…) Ignacio fue el primer ejercitante. (…) Ignacio, que inició su peregrinaje espiritual preguntándose, ante los colosos Francisco de Asís y Domingo de Gúzman, ¿por qué ellos sí y yo no?, invierte los términos de la cuestión al plantearse, ¿por qué yo y los demás no? Ignacio canaliza, sistematiza, universaliza su propia experiencia, abre a los hombres a un singular llamada”[10]. El libro recoge en el fondo la experiencia de Ignacio desde Loyola, pasando por Manresa donde escribirá el núcleo principal, y aquello que irá aprendiendo a lo largo de los años en Alcalá, en Salamanca y en Paris, ciudades en donde seguirá haciendo anotaciones, desarrollando técnicas y perfilando todo el escrito. En varias ocasiones fue revisado por la Inquisición sin que fuera condenado.

El carácter afectivo queda remarcado también en el número veintitrés del libro de los ejercicios, el denominado principio y fundamento. Reflexionando sobre el fin del hombre, alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y con esto salvar su alma, Ignacio propone considerar el resto de las cosas del mundo “tanto en cuanto” me conduzcan a ese fin. No se trata de odiarlas o amarlas, sino con una indiferencia afectiva, usar de ellas en la medida que me ayuden a alcanzar el fin para el que fui creado.

En este contexto Ignacio propone un itinerario en cuatro pasos, que él denomina semanas, durante el cual el alma se purifica de sus afectos desordenados en primer lugar, contempla la vida del Señor y pide conocer a Jesucristo para enamorarse de él en la segunda semana, considera en la tercera semana cuanto le amó Cristo en su pasión y se une en la cuarta semana a Cristo resucitado. Reparemos en lo que se pide en las meditaciones en cada una de las semanas para subrayar esa experiencia afectiva. En la primera semana se pide “crecido e intenso dolor y lágrimas por mis pecados”; en la segunda “Conocimiento interno de Jesucristo para que más le ame y le siga”; en la tercera “quebranto con Cristo quebrantado, dolor con Cristo dolorido, pena y lágrimas de tanto dolor y sufrimiento que Cristo pasó por mí”; en la cuarta “gozo y alegría con Cristo gozoso y resucitado”. Como vemos Ignacio intenta mover la afectividad continuamente: pena por mis pecados, conocimiento para más amarle, identificación con los dolores de Cristo que por mis pecados va a la pasión, y gozo y alegría con Cristo que ha resucitado.

El itinerario que hemos marcado viene además coronado por una serie de meditaciones que se intercalan entre la meditación de la vida de Jesús. Pero estas meditaciones subrayan una y otra vez el carácter experiencial y afectivo de los ejercicios. Estas meditaciones son: la contemplación del rey temporal y del rey eternal, la meditación sobre las dos banderas, la consideración de los tres binarios y la contemplación para alcanzar amor con la que concluyen los ejercicios. Digamos algo sobre la primera de ellas.

Quizás sea la contemplación del Rey temporal y el Rey eternal con la que inicia la segunda semana una meditación clave de los ejercicios. Comparando como llama un Rey a sus súbditos para ir a Tierra Santa y como aquellos que quieran destacarse en el servicio estarán dispuestos a padecer toda clase de inconvenientes con tal de servir a su soberano, del mismo modo pide Ignacio que imaginemos a Jesucristo llamándonos para conquistar el mundo para Él y señala que quienes en esta conquista quieran destacar harán la siguiente oblación:

“Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los sanctos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra sanctísima majestad elegir y rescibir en tal vida y estado.” (Ejercicios Espirituales, nº 98).

La última meditación de los ejercicios se denomina contemplación para alcanzar amor. Allí el ejercitante considera el amor de Dios que se ha hecho patente en las innumerables gracias recibidas a lo largo de la vida.

Los ejercicios espirituales duraban aproximadamente un mes aunque hoy en día se suelen impartir en formatos de una semana o fin de semana. Con esto quizás han perdido cierta eficacia[11]. El libro de los ejercicios contiene también algunos consejos para realizarlos bien, denominados anotaciones, comentarios sobre cómo hacer la oración, reglas para el discernimiento de espíritu, consideraciones para elegir el estado de vida en el que servir a Dios. Este pequeño libro, que no debe leerse de corrido, pues es una guía para el que imparte los ejercicios y el que los recibe, transformó a los amigos de Ignacio en tal modo y manera que se convirtieron en la semilla de lo que luego sería la compañía de Jesús. Los ejercicios a partir de una experiencia afectiva logran una transformación efectiva de la persona. Antes de que Ignacio de Loyola muriera los ejercicios se extendieron y practicaron muchísimo. Atendamos a los siguientes números que se citan en el biografía Ignacio de Loyola, solo y a pie: “(…) consta que en vida de Ignacio hicieron los Ejercicios completos unas 7.500 personas: unas 1500 mujeres, contando entre ellas a las religiosas, y unos 6.000 hombres, de los que sólo unos mil era ya religiosos cuan los hicieron o abrazaron la vida religiosa tras hacerlos. La inmensa mayoría eran seglares, que siguieron su estado y camino. (…) En el corto espacio de unos años (1540-1556), Iparraguirre contabiliza casi cien directores de Ejercicios y más de cien villas y ciudades europeas donde se dieron”[12].

4. El nacimiento de la compañía 1537-1556

Sin los ejercicios espirituales no se puede entender la biografía de los primeros compañeros de Ignacio ni mucho menos el nacimiento de la Compañía de Jesús. Desde este marco retomamos la historia donde la dejamos, en el deseo de Ignacio y sus amigos de ir a Tierra Santa. En 1537 se reunieron todos en Venecia y marcharon a Roma para pedir el correspondiente permiso al Santo Padre. Obtuvieron la licencia solicitada pero no lograron materializar su sueño pues ese año no salió ningún barco hacia Tierra Santa. Fue imposible peregrinar a Jerusalén, pero esto sirvió para que cambiaran de planes y decidieran constituirse en una orden de clérigos regulares que fue aprobada por el Papa en 1540. Esta orden fue una más, dentro de las que surgieron en esa época, como los Teatinos, los Oratorianos de San Felipe Neri, los escolapios de San José de Calasanz. “En ellas se acentuaban la vida activa sobre la mera contemplación, de acuerdo con el espíritu de los tiempos nuevos, más dinámicos e inquietos; se dedicaban a la formación del clero, a la educación de la juventud, a la elevación religiosa del pueblo mediante la predicación, la catequesis y las misiones, a la asistencia de enfermos, a las obras sociales de caridad. (…) prescinden del hábito y de la rigurosa clausura, pueden rezar el oficio divino en privado y no emiten votos solemnes, sino simples”[13]. Ignacio fue elegido superior mayor. Antes de aceptar el cargo consultó con su confesor la cuestión y estuvo tres días meditando y discerniendo que debía hacer. Finalmente, aceptó la elección. Esto ocurrió en abril de 1540. El 22 de ese mismo mes, en la Iglesia de San Pablo extramuros, en Roma, hicieron votos los primeros jesuitas. A partir de este momento Ignacio permanecerá en Roma dirigiendo la Compañía de Jesús. Entre otras cosas tuvo que redactar las constituciones de la nueva orden que culminará en 1552 y que serán aprobadas en 1558. Las constituciones de la Compañía de Jesús supuso una novedad para la Iglesia que levantó el recelo de algunos teólogos como Melchor Cano y de algunos pontífices como Pablo IV, San Pío V y Sixto V. Efectivamente en ellas se suprimía el coro monástico, se prolongaba el noviciado en dos años y se alargaba la formación científica y literaria, se proponían los votos simples al final del noviciado y la demora en años de la profesión solemne, no tenían penitencias indicadas en las reglas ni tampoco se ponía límite a los ministerios apostólicos. En comparación con las reglas y constituciones de órdenes monásticas y medievales las constituciones de los jesuitas contenían grandes cambios y novedades.

En vida de San Ignacio la Compañía de Jesús se fue extendiendo por todo el mundo. Él pudo contemplar la fundación de colegios en Italia, Portugal, Francia, Alemania y España, y no hemos de olvidar la labor de Francisco de Javier en la India y Japón.

Vamos a concluir este escrito sobre el papel de Ignacio de Loyola en la configuración de Europa. Hemos señalado que los ejercicios son su gran legado. Y con ellos, con su vida y la fundación de la Compañía, Ignacio de Loyola se convirtió sin quererlo en uno de los grandes y verdaderos reformadores de la Iglesia Católica. Como dice Ricardo García-Villaoslada “Ignacio fue uno de los más egregios reformadores de la Iglesia de su tiempo; para Ludovico Pastor es el mayor del siglo XVI. (…) Extendió su radio de acción desde los papas, cardenales, obispos y príncipes, religiosos y clérigos, hasta las personas más ínfimas, abandonadas y despreciadas, como hez de la sociedad. Los resultados fueron sorprendentes”[14]. Ignacio de Loyola murió en Roma el 31 de julio de 1556.

 

Final de autobiografía de San Ignacio de Loyola

99. Después de narradas todas estas cosas, González de Cámara le preguntó sobre los «Ejercicios» y las «Constituciones»: que cómo los había hecho. Respondió que los «Ejercicios» no los había hecho todos de una vez, sino que, algunas cosas que observaba en su alma y encontraba útiles –pareciéndole que también podrían ser útiles a otros – las ponía por escrito. Por ejemplo ese modo de «examinar la conciencia» usando papel con líneas, etc. Las «elecciones», especialmente, las había sacado de aquella diversidad de espíritus y pensamientos que tenía cuando estaba en Loyola, estando todavía mal de la pierna. Y le dijo que en la tarde le hablaría de las «Constituciones».

El mismo día, antes de cenar, me llamó, estando más concentrado que de ordinario. Me habló seriamente mostrándome, en resumen, la intención y la simplicidad con la que me había narrado todas esas cosas y diciéndome que, con toda verdad, no había exagerado en nada. Añadió que había ofendido mucho a Nuestro Señor, después que empezó a servirlo, pero que nunca había tenido consentimiento de pecado mortal; más aún, siempre había ido creciendo en devoción o facilidad para encontrar a Dios. Y entonces, más que en toda su vida. Y siempre y a cualquier hora que quería encontrar a Dios, lo encontraba. Y que aun ahora tenía muchas «visiones», principalmente de las arriba mencionadas, como la de ver a Jesucristo como un sol. Y eso le sucedía a menudo cuando estaba hablando de cosas importantes, y parecía confirmarle.

100. Cuando decía Misa tenía también muchas «visiones». Y las tenía con gran frecuencia al escribir las «Constituciones». Eso podía afirmarlo ahora más fácilmente, porque cada día escribía lo que pasaba por su alma y lo hallaba ahora escrito.

Y me mostró un gran fajo de escritos, leyéndome buena parte de ellos. Lo que más abundaba eran las «visiones» que tenía y consideraba que le confirmaban en las Constituciones, y a veces veía a Dios Padre, a veces a las tres personas de la Trinidad, a veces a Nuestra Señora que intercedía o que lo confirmaba. En particular me habló de las decisiones que tenía que tomar al escribir las «Constituciones»; para eso estuvo diciendo Misa diaria durante cuarenta días, y cada día con muchas lágrimas: se trataba de si la iglesia nuestra tendría alguna renta, y si la Compañía podría servirse de ella.

101. El modo que tenía al escribir las «Constituciones» consistía en decir cada día Misa, y presentarle el punto en cuestión a Dios haciendo oración sobre dicho asunto; y siempre le venían lágrimas, cuando hacía oración y celebraba Misa. Yo quise ver esos escritos sobre las «Constituciones» y le rogué me los facilitara por un tiempo. Pero él no quiso.

Algunos textos de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola

[23] PRINCIPIO Y FUNDAMENTO.

El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados.

SEGUNDA-SEMANA

[91] EL LLAMAMIENTO DEL REY TEMPORAL AYUDA A CONTEMPLAR LA VIDA DEL REY ETERNAL.

Oración. La oración preparatoria sea la sólita.

1º preámbulo. El primer preámbulo es composición viendo el lugar, será aquí ver con la vista imaginativa sinagogas, villas y castillos, por donde Christo nuestro Señor predicaba. 2º preámbulo. El 2: demandar la gracia que quiero; será aquí pedir gracia a nuestro Señor para que no sea sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su sanctísima voluntad.

[92] 1º puncto. El primer puncto es poner delante de mí un rey humano, eligido de mano de Dios nuestro Señor, a quien hacen reverencia y obedescen todos los príncipes y todos hombres christianos.

[93] 2º puncto. El 2º: mirar cómo este rey habla a todos los suyos, diciendo: Mi voluntad es de conquistar toda la tierra de infieles; por tanto, quien quisiere venir comigo, ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar comigo en el día y vigilar en la noche, etcétera; porque así después tenga parte comigo en la victoria, como la ha tenido en los trabajos.

[94] 3º puncto. El 3: considerar qué deben responder los buenos súbditos a rey tan liberal y tan humano: y, por consiguiente, si alguno no acceptase la petición de tal rey, quánto sería digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero.

[95] En la 2ª parte. La segunda parte deste exercicio consiste en aplicar el sobredicho exemplo del rey temporal a Christo nuestro Señor, conforme a los tres punctos dichos. 1º puncto. Y quanto al primer puncto, si tal vocación consideramos del rey temporal a sus súbditos, quánto es cosa más digna de consideración ver a Christo nuestro Señor, rey eterno, y delante dél todo el universo mundo, al qual y a cada uno en particular llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir comigo, ha de trabajar comigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria.

[96] 2º puncto. El 2º: considerar que todos los que tuvieren juicio y razón, offrescerán todas sus personas al trabajo.

[97] 3º puncto. El 3º: los que más se querrán affectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y Señor vniversal, no solamente offrescerán sus personas al trabajo, mas aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo:

[98] Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los sanctos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra sanctísima majestad elegir y rescibir en tal vida y estado.

 


[1] Sobre la fecha de nacimiento hay cierta controversia. Cfr. José Ignacio Tellechea, Solo y a pie, Sígueme, Salamanca, 1997, p. 53-55.

[2] Ricardo García-Villaoslada, San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, B.A.C., Madrid, 1986, p. 81.

[3] “Hoy sabemos que los le llevaron en la litera fueron amigos bajo la dirección de un primo de Francisco Javier, que se llamaba Esteban de Zuasti.” (Ricardo García-Villaoslada, San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, p. 153).

[4] Ricardo García-Villaoslada, San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, p. 166.

[5] “Con todo, es preciso reconocer que el episodio de Pamplona y, sobre todo, sus secuelas dolorosas físicas y morales brindaron a Íñigo esa conyuntura que la psicología considera propicia para restructuraciones fundamentales ante la vida y ante el entorno.” (José Ignacio Tellechea, Solo y a pie, p. 101).

[6] “La observación de los fenómenos diversos y contrarios que alternaban en lo más hondo de su ser le hizo comprender que su alma era como un castillo, a cuya conquista aspiran dos capitanes enemigos entre sí, o como presa de alto valor disputada por dos contendientes, que son el ángel de la luz y el ángel de las tinieblas. Las experiencias que tuvo en Loyola se le aumentaron y perfeccionaron con las posteriores de Manresa, donde acabaron por cuajar en las leyes sapientísimas de los Ejercicios.” (Ricardo García-Villaoslada, San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, p. 169).

[7] San Agustín, La ciudad de Dios, XIV, 28.

[8] Ricardo García-Villaoslada, San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, p. 219.

[9] José Ignacio Tellechea, Solo y a pie, p. 356, 357.

[10] José Ignacio Tellechea, Solo y a pie, p. 357.

[11] “Antiguamente los Ejercicios eran más eficaces que hoy, porque no se practicaban en comunidad, sino uno a uno, bajo la dirección de un maestro espiritual que señalaba a cada cual la materia meditable y el método que debía seguir, y se informaba del modo cómo procedía el ejercitante en la oración, cuáles eran los pensamientos que en él predominaban, qué consolaciones o desolaciones le sobrevenían, y según eso le instruía, le enseñaba a discernir las sugerencias del buen espíritu y del malo. Director y dirigido solían estar en estrecho contacto. Tenían los Ejercicios un carácter más individualista y su acción en el alma era más honda.” (Ricardo García-Villaoslada, San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, p. 613).

[12] José Ignacio Tellechea, Solo y a pie, p. 363.

[13] Francisco Martín Hernández, José Carlos Martín de la Hoz, Historia de la Iglesia. II La Iglesia en la época moderna, Palabra, Madrid, 2011, p. 171.

[14] Ricardo García-Villaoslada, San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, p. 611.

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