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Jesucristo y las drogas

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Me tendrán que disculpar los teólogos por invadir un poco su terreno, aunque quiero dejar claro que mi abordaje del tema va a ser desde la pedagogía, campo de mi competencia. Espero saber mostrarles, sin forzar los textos bíblicos que citaré, que Jesucristo tuvo contacto con la droga y que con su forma de actuar con ella nos lanzó un profundo y educativo mensaje, que hoy debe resonar más que nunca. En estos tiempos, en los que el consumo de drogas les está causando tanto daño, dedico estas reflexiones con especial cariño a todos los jóvenes.

Veamos el pasaje evangélico central sobre el tema en cuestión, un pequeño episodio que todo cristiano habrá leído o escuchado más de una vez, pero que con toda probabilidad le habrá pasado desapercibido si no ha contado con la ayuda de la exégesis oportuna. Los hechos ocurrieron en los últimos momentos de la pasión, cuando Jesús va a ser inminentemente crucificado. Dos evangelistas, Mateo y Marcos, dan testimonio de lo sucedido:

“Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, “Calvario”, le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo” (Mt 27, 33s)
“Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario. Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó” (Mc 15, 22s).

Para la interpretación de estos textos, partiré del comentario elaborado por los especialistas en Sagradas Escrituras de la prestigiosa Escuela Bíblica de Jerusalén, incluido en nota a pie de página sobre el texto de Mateo, en la Biblia redactada y editada bajo su dirección:

Brebaje embriagante que mujeres judías compasivas solían ofrecer a los ajusticiados para atenuar sus sufrimientos. De hecho, a este vino se le mezclaba más bien “mirra”; la “hiel” en Mt se debe a una reminiscencia del Sal 69, 22 (al igual que la corrección de “vino” en “vinagre” de la recensión antioquena). Jesús rechaza este estupefaciente”.

Jesús, rechazando ese “brebaje estupefaciente”, esa antigua droga que hubiera aminorado sus padecimientos, inaugura una perspectiva nueva en la historia, en la que constatamos que en toda época y cultura ha estado presente algún tipo de droga. El sufrimiento cobra en él un nuevo sentido, el sentido último y definitivo. El hombre ha recurrido siempre a estas muletas psíquicas frente al sufrimiento. Jesucristo rompe la tendencia. No fue un masoquista que gozaba con el dolor. Sudó sangre en Getsemaní, tal fue su terror ante lo que le esperaba.

En aquel huerto, su deseo visceral, su voluntad como hombre, fue de lo más normal: escaparse corriendo. “Padre, si es posible, líbrame de este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Esta fue su oración en el huerto de Getsemaní. Fíjense bien: aparecen dos voluntades, la de Jesús como hombre verdadero, que no quiere sufrir, que quiere librarse de aquel horror, y la del Padre, que le pone delante la pasión y la cruz. Jesús escoge la del Padre. Asume su misión de mostrar y demostrar lo que es el amor hasta el extremo, el amor de Dios.

Si Jesús hubiera aceptado aquella droga que caritativamente le ofrecían las mujeres, no hubiera cumplido su misión. Habría sido un ajusticiado inocente más, Pero no nos hubiese salvado ni redimido de nada. Sólo cargando en su Cruz todo el mal de la Humanidad, mató a la muerte con su muerte y resurrección, liberándonos de la esclavitud a la que, en palabras de la Carta a los Hebreos (2, 15), estábamos sometidos de por vida por el “miedo a la muerte”, por temor a la muerte del propio ser que conlleva amar al otro tal cual es, en sus debilidades.

Jesús fue el hombre por excelencia, el hombre completo. “Ecce homo”, he aquí el hombre, proclamó sin saber el alcance de sus palabras el escéptico y cobarde Poncio Pilatos. Aun siendo Dios y Hombre verdadero, durante su vida terrena únicamente se llamó a sí mismo “Hijo del Hombre”. En él, Dios revela el hombre al propio hombre, nos muestra quiénes somos según su diseño original. Jesús fue el hombre total, el hombre que asume la realidad integral, el hombre que toma su vida en peso, sin alienarse, hasta las últimas consecuencias.

La sociedad actual, como la de todos los tiempos, pero con una obsesión más potente y peligrosa que nunca, ofrece el espejismo de felicidad, de escape al sufrimiento y de sensaciones placenteras que produce las drogas, cada vez más abundantes y variadas. Espejismo que tarde o temprano se rompe en mil pedazos difíciles de recomponer, porque destruye a la persona y la arroja a un infierno mil veces peor que aquel del que prometía librarle. Espejismo que sólo beneficia a los desalmados que participan en ese multimillonario negocio.

Espejismo, además, que interesa a aquellos que anhelan el poder a toda costa, porque saben muy bien que es más fácil dominar a su antojo a una población entontecida, aletargada y alienada con la droga. Queridos jóvenes, esos neototalitarios camuflados de progresistas que os presentan la droga como una conquista de libertad, os tienen miedo, porque saben que vuestra natural rebeldía juvenil, vuestro impulso de cambiar las cosas, pone en peligro el chollo que se han montado. Por eso os prefieren abobados y desmovilizados por las drogas.

¡No se lo permitáis! ¡No caigáis en esa disimulada y tenebrosa trampa! Cada día se escuchan más voces clamando por la legalización de las drogas, presentándose como defensoras de la libertad o camuflando sus intenciones afirmando que así acabarán con su venta ilegal e incluso que se reduciría su consumo. ¡No hagáis caso a esos cantos de sirena, que sólo son propaganda del mayor negocio de la historia! ¡Huid de las drogas, afrontad vuestra vida sin esas muletas, mantened la mente bien clara, sed hombres y mujeres libres y luchadores!

Los que todavía no habéis sucumbido a la tentación de la curiosidad o a la presión de vuestros amigos atrapados por las drogas, ¡enhorabuena, seguid resistiendo como valientes! No es más hombre, ni más mujer, quien se deja llevar por la corriente, sino quien mantiene su integridad luchando con valor contra ella. Y aquellos que hayáis caído en la droga o que estéis tonteando con ella, ¡abandonadla ya mismo, antes de que sea demasiado tarde! ¡Pedid cuanta ayuda sea necesaria, invocad el auxilio de Jesucristo y escapad de ese pozo sin fondo!

Para terminar, ahora sí que voy a mosquear a los teólogos forzando uno de los textos bíblicos citados. Ya dije que, como pedagogo, no puedo evitar leer las Escrituras en clave educativa. Dice San Mateo que Jesús “después de probarla”, no quiso tomar aquella droga. Esa “prueba” de Jesús seguramente no fue más que una mínima “cata” para identificar lo que le ofrecían. Pero, ¿no es posible que al mismo tiempo os estuviera echando un guiño a aquellos que también la habéis probado, para que como él y con él la rechacéis de inmediato?

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