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Las cartas del apocalipsis

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En la eucaristía de cada día las cartas que escuchamos con más frecuencia son las de San Pablo. Aunque fueran escritas para comunidades determinadas y en relación con problemas concretos, la Iglesia decidió incluir sus trece cartas y la dirigida a los Hebreos en el Nuevo Testamento, al considerar que contenían enseñanzas permanentes para los cristianos de todos los tiempos y lugares, lo mismo que los cuatro evangelios, el libro de los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas Católicas y el Apocalipsis.

El Apocalipsis, quizás por su carácter complicado y grandioso sobre el final de los tiempos, es el libro menos utilizado por la liturgia y menos conocido por el común de los cristianos. Pero al igual que los otros libros, pienso que contiene enseñanzas preciosas para las Iglesias de todos los tiempos y lugares.
Comienza el libro con el saludo de Juan a las siete Iglesias de Asia a cuyos ángeles, (sus obispos quizás) dirige siete cartas, por orden y al dictado del mismo Jesucristo, según la visión que tuvo en la isla de Patmos. Estas cartas tienen una estructura parecida. Comienzan por la descripción de la situación espiritual de cada una de ellas con reconocimiento expreso de sus méritos pero también de las cosas negativas que ocurren en ellas y que el Señor les urge a reparar con amenazas y promesas. Estas cartas podrían estar dirigidas hoy a nuestras propias iglesias pues, quizás los problemas de entonces y de ahora sean parecidos.
A la Iglesia de Éfeso le reprocha que haya perdido su amor de antes, aunque mantenga la ortodoxia y deteste el proceder de los nicolaítas. A la de Pérgamo en cambio le reprocha que mantenga a algunos que siguen las doctrinas de los esos mismos nicolaítas y la de otros herejes. Urge a ambas que se arrepientan y vuelvan a su conducta primera, cuando recibieron la fe. Cuántas iglesias y cuántos grupos de cristianos dentro de ellas, religiosos o laicos, pueden constatar hoy el descenso de calidad en su seguimiento de Jesús, la falta de empuje, un conformismo que impide el crecimiento. Al parecer estos detestables nicolaítas son los falsos apóstoles que predican otro evangelio. ¿Acaso no tenemos hoy modernos nicolaítas que presentan un Jesús diferente al de la fe de la Iglesia?
A la Iglesia de Esmirna le dice que conoce de su pobreza, aunque sea rica y la tribulación que padece por las calumnias de la sinagoga de Satanás, es decir, del mundo, y le pide que se mantenga firme. También pide a los cristianos dela Iglesia de Tiatira que han resistido los engaños de una profetisa, que se mantengan firmes. Hoy, como entonces, la persecución y la calumnia acompañan a los cristianos de muchas iglesias, a los que se resisten a seguir las obras del mundo, mientras que otros en lugar de evangelizar al mundo tratan de que sea la Iglesia la que cambie, la que se adapte a los ‘nuevos valores’, que no defienda la vida desde su concepción, que acepte nuevos modelos de familia, que se modernice. Quieren una iglesia diferente en lugar de la que fue edificada sobre Pedro por el mismo Jesús.
A la Iglesia de Sardes le dice que está muerta, que se ha quedado sin obras, que trate de reanimar lo que le queda, que se acuerde cómo recibió la Palabra. A la Iglesia de Filadelfia, en cambio, anuncia que le abre una puerta para que se haga más grande ya que ha guardado su Palabra. También ahora hay Iglesias moribundas a las que reanimar, quizás buena parte de Europa, y otras dinámicas y dispuestas a la evangelización, ¿Asia? ¿América?
La última carta va dirigida a la Iglesia de Laodicea sobre la que pronuncia duras palabras. Le dice que por no ser fría ni caliente, que es tibia, está para vomitarla de su boca. Que se cree rica y autosuficiente cuando en realidad es pobre y desgraciada. Tiene que volver al fervor y arrepentirse ya que el Señor está a su puerta y llama. Al que escuche su voz y le abra la puerta, entrará en su casa y cenará con él. La tibieza que asquea al Señor es el defecto más común de nosotros los cristianos. No queremos compromisos ni problemas, queremos vivir cómodos en el mundo, vamos aceptando la presión mundana de reducir nuestra fe al ámbito privado, una mayoría que se declara creyente, pero no practicante. ¿Qué será lo que creen? ¿Una salvación barata?
Invito a mis lectores a que lean estas siete cartas y mediten sobre ellas.

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