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Orígenes de la moral

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ORÍGENES DE LA MORAL

Los códigos éticos son preceptos a los que se llega por consenso

bajo la guía de reglas innatas de desarrollo mental. Las investigaciones

de los últimos años en campos que van desde la etología a la

antropología pasando por la psicología evolutiva indican que nuestros

impulsos morales se deben más a nuestro «cableado» biológico

que a una elección consciente. Durante la mayor parte de la historia

evolutiva del Homo sapiens y de las especies antecesoras, Homo habilis,

Homo erectus y Homo ergaster, la evolución cultural era lo bastante lenta

como para permanecer estrechamente emparejada con la evolución

genética. Probablemente, durante todo este tiempo, tanto la cultura

como los genes que subyacen a la naturaleza humana eran genéticamente

aptos. A lo largo de decenas de miles de años en el Pleistoceno,

POR UN HUMANISMO SECULAR

TERESA GIMÉNEZ BARBAT

Teresa Giménez Barbat es Promotora del Foro Pensamiento Crítico y escritora.

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«Si Dios no existe, todo está permitido». Si no existe una autoridad superior

impulsora de una ética que nos indique dónde está el bien y dónde

está el mal, si no existe un árbitro más allá de la vida con capacidad de

impartir una justa retribución, el ser humano carece de motivos para frenar

el lado más oscuro y asocial de su naturaleza. Si Dios no existiera,

habría que inventarlo pues no hallaríamos otro lugar donde «colgar» el

concepto de Ética. ¿Es esto así?

la evolución de artefactos permaneció casi estática, y presumiblemente

lo mismo ocurrió con la organización social básica de las bandas de

cazadores-recolectores que los usaban. Hubo el tiempo suficiente, a

medida que un milenio sucedía a otro, para que los genes y las reglas

epigenéticas evolucionaran al unísono con la cultura. Los actos morales

de altruismo, simpatía o cooperación favorecieron la supervivencia

de los primates y de los homínidos que vivían en las duras condiciones

de la prehistoria.

Esto está profundamente arraigado en el cerebro humano y se manifiesta

incluso antes de que nuestros pequeños hayan sido socializados.

La idea de justicia y de equidad parece ser consustancial en el

hombre, y todos hemos sido testigos de cómo niños que apenas andan

son perfectamente conscientes de ella cuando valoran si están tomando

una porción justa de un pastel de cumpleaños o de cualquier

golosina que se reparta. Lo mismo sucede con nuestros parientes los

primates. También en todas las culturas la gente siente vergüenza por

casi las mismas cosas en casi las mismas circunstancias, o tiene un

profundo sentido de la justicia de manera que axiomas tales como

«Quien a hierro mata, a hierro muere» y «Ojo por ojo, diente por

diente» modelan la vida humana en cualquier lugar del planeta.

No siempre nos ha parecido tan obvio. Hemos dado por descontado

elementos básicos fundamentales como la gratitud, el remordimiento,

el orgullo, la vergüenza, el honor, el justo castigo o el justo

premio, la empatía, el amor, etc. Pero eso no tendría que ser así necesariamente.

Si todo fuera una cuestión cultural, de roles, como se sigue

sosteniendo, la gente podría sentir algunos de esos rasgos pero no

los otros. Y no es así. Por ello ya no es creíble lo que viene a llamarse

«modelo estándar de las ciencias sociales», que otorga todo el peso a

la cultura y supone al hombre y a sus sociedades como una arcilla infinitamente

moldeable.

EL HOMBRE ENCUENTRA A DIOS

Las emociones morales –la culpa, el orgullo, la vergüenza, el altruismo,

el sentido de justicia e injusticia– evolucionaron genéticamente

en pequeñas bandas de 100 a 200 individuos como forma de control

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192 POR UN HUMANISMO SECULAR / TERESA GIMÉNEZ BARBAT

social y de cohesión del grupo. Cuando la agricultura permitió la explosión

demográfica de lo que durante 90.000 años habían sido estas

bandas, se plantearon nuevos retos. Somos capaces de engaño a la

vez que de lealtad, pero los acuerdos informales y los contratos sociales

de aquellas épocas dejaron de ser fiables. Y esto sucedió porque el

altruismo recíproco funciona sólo cuando uno sabe con exactitud

quién va a cooperar y quién nos la puede jugar. En una palabra: cuando

conocemos personalmente a la gente. El origen primario de los

sentimientos morales es la relación dinámica entre la cooperación y la

deserción. Esto lo saben también nuestros primos los póngidos y el

resto de los primates. Es «sabiduría ancestral»: el sentido de lo justo es

un profundo sentimiento evolutivo que se estableció porque era bueno

para el grupo.

Así evolucionó la moralidad, pero allí, en aquellas pequeñas bandas

de cazadores-recolectores, se detuvo y, en los últimos 10.000

años, las tribus se convirtieron en «jefaturas» de decenas de miles de

individuos; éstas en Estados de cientos de miles y, ahora, en imperios

de millones. Durante todo este tiempo hemos tenido que ir creando

sistemas para su gobierno y para la resolución de conflictos, como la

política y la religión, que se convirtió en la principal institución social

para resaltar los valores que mejor funcionaban en la comunidad. Se

animaron el altruismo y la generosidad, se castigaron la excesiva codicia

y el egoísmo y se puso de manifiesto el nivel de compromiso al

grupo a través de acontecimientos sociales y rituales religiosos. Como

dice Michael Shermer (2004) «si se te ve cada semana participando

en las actividades religiosas y siguiendo los ritos prescritos, eso indica

que eres una persona en la que se puede confiar».

AHORA

Las religiones han provisto a la humanidad de principios, valores,

objetivos y códigos restrictivos y funcionaron bastante bien en tiempos

en que la mayor parte de ella no se comunicaba más que con gentes

de su propia cultura. Ahora, en el mundo globalizado de las sociedades

occidentales, son fuente de fricciones. Los códigos morales

fundamentados en la religión son, por su propia naturaleza, incompatibles

los unos con los otros. Toda religión importante es una gana-

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Cuadernos de pensamiento político

dora en la lucha que se traba entre culturas, y ninguna de ellas floreció

tolerando a sus rivales. Por otro lado, la razón y el pensamiento crítico

que floreció a partir sobre todo de la Ilustración han aportado grandes

avances en el campo de la ciencia, pero hacen retroceder cada día

el ámbito de lo misterioso e inefable, territorios de la religión. El resultado

es una sociedad donde crece el número de los no creyentes y de

personas con una idea laxa y, a veces, cínica del concepto de ética. Sin

embargo, seguimos siendo criaturas que dejaron de evolucionar moralmente

y que tienen que tratar con unos impulsos básicos para mentir,

engañar, murmurar, robar o agredir si permiten un atajo para la consecución

de los deseos. Tenemos, a la vez que unos impulsos positivos,

una habilidad inherente para excusar nuestros propios fines inmorales:

sabemos racionalizar cualquiera de nuestras conductas egoístas e,

incluso, convencernos de que realmente merecemos romper las reglas.

Es más: se considera un mérito hacerlo cuando la víctima de nuestro

comportamiento es ajena al grupo, como veremos más adelante.

Estas son desagradables conductas con las que hemos de aprender

a vivir mientras seamos seres humanos. Y no parece que la evolución

nos vaya a ayudar a refinar nuestro sentido del bien y del mal. Afortunadamente,

estamos programados por la cultura, la historia y la evolución

para resistir la persecución de nuestra propia felicidad a expensas

de la de otros.

«LOS NUESTROS»

Evolucionamos en el Paleolítico cuando nuestros vecinos eran nuestra

misma familia, la familia extensa o miembros de una pequeña comunidad

en la que todo el mundo se conocía. Ayudarles era como ayudarse

a sí mismo. Los miembros de otros grupos no estaban incluidos.

Podemos verlo en los relatos antiguos de gestas y batallas y constatamos

esa doble moral en la misma Biblia, en el Antiguo Testamento,

donde a la vez que se exalta el «no matarás» en una página, en la

siguiente el Señor puede lanzar a los israelitas contra los enemigos

paganos. La exclusión y el fanatismo surgen del tribalismo, la creencia

en la superioridad innata y la categoría especial de los que pertenecen

al grupo. Los sentimientos morales evolucionaron para ser selectivos

y son los más fáciles de manipular.

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194 POR UN HUMANISMO SECULAR / TERESA GIMÉNEZ BARBAT

LA CIENCIA

¿Es posible una ética laica, fundamentada en la razón y la ciencia, que

podamos compartir todos los humanos independientemente de nuestras

particularidades confesionales en el caso de tenerlas? Algunos

creemos que esto es posible y necesario. La Ilustración del siglo XVIII

abrió las puertas a la emancipación del Hombre de las cadenas del

oscurantismo y de la superstición, pero su visión de la Razón era

absolutista debido a las limitaciones del conocimiento de la época.

Sin embargo, su convicción de que las ciencias, la razón, la democracia,

la educación y los valores humanos pueden lograr el progreso y

la libertad sigue vigente.

Hay quien insiste en repetir la famosa sentencia de Malraux: «el siglo

XXI será religioso o no será». La frase es enigmática y posiblemente

vacía. Es sólo una frase, por más que haya acabado siendo un fetiche.

Se puede vivir sin Dios o sin religión, pero de ninguna manera es

posible un mundo que no se rija por unos códigos éticos. Pero estos

códigos éticos han de estar fundamentados en una comprensión de la

verdadera naturaleza del hombre. En el siglo XX hemos asistido a

desafortunados experimentos sociales y al intento de sustitución de

determinados pilares tradicionales de nuestras instituciones en base a

teorías y conjeturas con escaso soporte empírico. Esas corrientes, que

fueron favorables a la idea de una supuesta «Tabla Rasa» de la mente

del hombre, aún tienen vigencia en la intelectualidad occidental a pesar

de los muchos avances que las disciplinas de carácter darvinista

están en condición de ofrecernos. El resultado es de una gran confusión

en la adecuación de los preceptos éticos a los nuevos retos de

una sociedad científica y tecnológicamente avanzada. A principios del

siglo XXI la psicología evolutiva está más cercana, en determinado sentido,

a los presupuestos tradicionales de la derecha que a los de la izquierda,

como bien resalta Peter Singer en su libro Una izquierda darviniana.

Thomas Sowell (1994), politólogo conservador y religioso, pero con

posturas más cercanas que la izquierda al sentido común, dice:

«De cada 100 ideas 99 serán seguramente inferiores a las respuestas

tradicionales que se proponen reemplazar. No existe hombre, por

brillante o bien informado que sea, capaz en una sola vida de llegar a

la plenitud de conocimiento necesario para juzgar y descartar las cos-

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Cuadernos de pensamiento político

tumbres o instituciones de su sociedad, ya que son la sabiduría de generaciones

en cientos de años de experimentación en el laboratorio

de la historia».

Por tanto, se impone una vía menos megalómana y más basada en

la evidencia a la hora de proponer cualquier reforma social. El cambio

por el cambio no conduce necesariamente a ningún progreso. Ni la

moral es «moralina», ni toda moral es moral sexual. Cualquier reforma

ha de empezar por el reconocimiento de las causas. La resolución

de los problemas vendrá a través de la acción social que nos permiten

los mecanismos de la democracia. Es un largo camino pero, si no tenemos

claros unos principios, si no defendemos con rigor el bien por

encima del mal, nos veremos abocados al nihilismo destructor, reverso

de la religión, que ya ha probado sus terribles efectos en la historia

más reciente de la humanidad. Siempre será mejor un mundo con valores

religiosos que un mundo sin valores de ningún tipo.

¿Por qué es necesario el Humanismo Secular? Cada vez somos más

las personas que abandonamos la religión porque no podemos creer

que Dios exista. La ciencia, el sentido crítico, el afinamiento de los

instrumentos de la razón nos impide a muchos creer en dogmas o en

mitos indemostrables. El entramado religioso donde encontrábamos

la orientación sobre cómo actuar ya no nos resulta válido. La mayor

parte de las visiones del mundo aceptadas aún hoy tuvieron sus orígenes

en el mundo preurbano, nómada y agrícola del pasado. El cerebro

humano evolucionó para asegurar la supervivencia del cazador-recolector

y no del individuo de las modernas sociedades industriales o

posindustriales que se han de enfrentar a la emergencia de una cultura

global. El multiculturalismo, como paisaje en el que distintas culturas

compiten en pie de igualdad, no ha sido más que un sueño. Esa

cultura global está destinada a ser la única cultura posible, pues es la

que se va a construir entre todos a partir de una competencia de visiones

en la que resultarán triunfadoras aquellas que proporcionen en

la práctica una superior calidad de vida al ciudadano, y no podrá ser

independiente de los logros más importantes del intelecto humano:

los derechos y libertades del individuo recogidos en la carta de los derechos

humanos; el legado de la ciencia y de la razón crítica; el único

sistema que ha demostrado ser capaz de crear y distribuir riqueza: el

capitalismo liberal.

Cuadernos de pensamiento político

196 POR UN HUMANISMO SECULAR / TERESA GIMÉNEZ BARBAT

El naturalismo científico, pilar del humanismo secular, está vinculado

a un conjunto de prescripciones metodológicas: todas las hipótesis

y teorías deben estar comprobadas experimentalmente con referencia

explícita a causas y sucesos naturales. Para el Humanismo

Secular es inadmisible introducir causas ocultas o explicaciones transcendentales.

Por ello el espacio público de la cultura planetaria emergente

no podrá contar con los sistemas de valores y creencias de las

culturas tradicionales, puesto que requerirá de un panorama universal

basado en hipótesis y teorías ya comprobadas. Se tratará de un espacio

de consenso que no acudirá a la religión, la poesía, la literatura o

las artes, por más que tales actividades sean importantes expresiones

de intereses humanos, sino a un materialismo no reduccionista, puesto

que los procesos y sucesos naturales están mejor documentados

cuando van referidos a causas materiales. Los métodos de las ciencias

no son infalibles, no nos colocan en presencia de verdades absolutas e

inamovibles. Bien al contrario, ponen el acento en el proceso, en el feedback

con la realidad, se modifican a medida que llega información

más perfecta y, por ello, constituyen los métodos más fidedignos para

aumentar el conocimiento y resolver los problemas humanos. El método

científico, que ha tenido un poderoso efecto en la transformación

de la civilización mundial, puede ser universalmente comprendido,

ya que los más amplios sectores de la población aceptan hoy la

utilidad de las ciencias y reconocen sus consecuencias positivas. Desgraciadamente,

su aplicación ha sido con frecuencia confinada a estrechas

especialidades, y se han ignorado sus más amplias implicaciones

para nuestra visión de la realidad. Es hora de dirigirnos hacia una

«Consiliencia», como propone E.O. Wilson (1999), a una reunión entre

la ciencia y las humanidades. Como dice este autor «El raciocinio

moral, así lo creo, es en todos los niveles intrínsecamente «consiliente»

con las ciencias naturales». De ello surgirá la nueva ética humanista.

El Humanismo Secular acoge a un universo pluralista en el que el

consenso es posible sea cual sea el origen cultural e, incluso, religioso

de cada uno. No trata de sustituir ninguna creencia privada, sólo busca

el territorio común de la razón y de lo objetivo, pues sólo es posible

el consenso desde lo que todos podemos acceder y comprender.

Este consenso es universal y transciende los grupos humanos convirtiéndolos

en humanidad compartida. Como dijo Richard Feynman

(1999) «si existe una forma independiente de juzgar la verdad, las re-

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Cuadernos de pensamiento político

laciones humanas pueden llegar a estar libres de enfrentamientos». El

corpus mysticum pagano del nazismo y la doctrina de la lucha de clases

del marxismo-leninismo, ambos esencialmente dogmas de religiones

sin Dios, fueron puestos al servicio del tribalismo, no al revés. La ética

secular, la ética naturalista es la superación de la moral «in-group»,

puesto que no se restringe a ninguna religión, nación o pueblo. Es ajena

a las diferencias que desde los albores de la humanidad han destruido

tantas vidas humanas únicas e irremplazables y que en esta era de

sofisticada tecnología para la agresión nos ponen en peligro a todos en

conjunto. En resumen, esta ética consensuada nos convierte a todos

en pertenecientes al mismo grupo solidario: el del Homo Sapiens.

El siglo XXI, al igual que el XXII y todos los que sigan, «será ético o

no será». Básicamente porque si el siglo XXI no lo fuera ya no habría

ningún siglo XXII esperándonos.

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198 POR UN HUMANISMO SECULAR / TERESA GIMÉNEZ BARBAT

Feynman, R. (1999): ¿Qué significa todo esto?, ed.

Crítica.

Kurtz, P. (1994): Toward a new enlightenment,

Transaction Publishers.

Shermer, M. (2004): The Science of Good and Evil: Why

People Cheat, Gossip, Care, Share and Follow the

Golden Rule, Times Books.

Sowell, T. (1994): Race&Culture. Basic Books.

Wilson, E.O. (1999): Consilience, la unidad del

conocimiento, Galaxia Gutemberg/Círculo de

lectores.

Wright, R. (1994): The moral animal. Vintage Books.

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