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Pederastia: la respuesta de la Iglesia

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La Iglesia se enfrenta a un duro reto forjado por el escándalo de los actos de pederastia de unos pocos de sus miembros, y la ocultación, o el solo tratamiento canónico de sus faltas o delitos. El daño que estos hombres han cometido a la institución constituida por Jesucristo es grande, y grande ha de ser el remedio. Lo ha señalado con concreción Francisco en su intervención en la apertura de la reunión en Roma con los 190 presidentes de las Conferencias Episcopales, responsables eclesiales:” El santo pueblo de Dios no mira y no solo espera de nosotros simples y obvias condenas, sino todas las medidas concretas y eficaces que se requieran. Hace falta ser concretos

Bajo este empeño se realiza esta reunión extraordinaria, que culmina un proceso de regeneración que empezó Benedicto XVI. Subrayar este aspecto posee importancia porque en ocasiones la opinión publicada parece olvidarlo, y pensar que toda la atención eclesial por el problema ha empezado ahora.

Dos formulaciones sobre la situación nos parecen especialmente útiles.  Una está contenida en el último artículo que un conjunto de destacados católicos de Catalunya publica regularmente en La Vanguardia. Este esfuerzo colectivo para expresar una posición común por parte de laicos que parten de experiencias y posiciones distintas es valioso, porque en un determinado sentido expresa una posición central, de consenso, que ni cede a la simple condena e inculpación, ni justifica lo injustificable. Un segundo texto, en este caso de e-Cristians, formula una serie de criterios para valorar la cuestión. La utilización de ambos textos nos parece un instrumento excelente para dar razón dentro y fuera de la Iglesia del problema de la pederastia en su seno.

Por desgracia es previsible que por concretas que sean las conclusiones de la reunión de Roma, por tiempo que se lleve trabajando para erradicar y prevenir este pecado, las embestidas desde fuera no van a cejar, porque es una forma, la que corresponde al presente momento histórico, de cómo el mundo explota la debilidad de algunos sacerdotes contra su enemigo, la Iglesia. Y si no actuamos bien va a hacer mucho daño.

¿Y que puede significar actuar bien? Primero, unidad y confianza en la Iglesia, en todos nosotros, y de manera especial con nuestros sacerdotes y obispos, que se ven atacados injustamente. Se está en una dinámica de criminalizar el sacerdocio, y hay que hacer frente con la verdad. La de la acción de la Iglesia para limpiar la minoría que actúa en grave pecado, y sostener y poner en valor a la gran mayoría de sacerdotes. Esto, y demostrar con hechos que esta cuestión no centra solo la acción de la agenda católica.

Queremos señalar además dos amenazas que entroncarían con dos de los grandes frentes del combate antropológico, moral y cultural de nuestro tiempo. La nueva remesa de críticas, presentando a ellos -hombres- como explotadores y violadores de mujeres -monjas- el caballo de batalla del feminismo de género, y la desviación de la atención sobre el hecho evidente de presentar como homofobia, el criterio moral de la Iglesia sobre la práctica homosexual y su rechazo al matrimonio homosexual. Se trata, como hace el libro del homosexual -es así como el mismo se presenta con ostentación- Frédéric Martel, que intenta presentar una Iglesia en manos de homosexuales, que para disimularse rechazan las tesis del homosexualismo político.

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