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¿Por qué han surgido los populismos?

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Hubo un tiempo en que las opciones políticas tenían un nombre que identificaba un significado. Liberales, conservadores, socialdemócratas, demócrata cristianos, socialistas, comunistas. Eran grandes familias con importantes, pero bien definidas, modulaciones internas. Pero, el proceso histórico que simbólicamente empieza en Mayo del ‘68, y transita por la desregularización económica de los ‘80, da pie a una sociedad desregulada, que es otra forma de llamar a la dinámica de la desvinculación y a la globalización. Esta posee unas consecuencias positivas para lo que antaño se refirió como tercer mundo, pero ha terminado siendo un desastre en la sociedad europea y los Estados Unidos, al menos para los trabajadores y parte de la clase media. Esta dinámica ha reducido los planteamientos políticos en torno a un polo cada vez más hegemónico, surgido de las distintas evoluciones del liberalismo (Rawls, Rorty), etc. Y todo bascula hacia una interpretación liberal de la realidad: maximización del valor de la autonomía personal, es decir, del individualismo desvinculado, y mercado e interpretación neoclásica como visión única.

La socialdemocracia se convierte en liberal progresismo, y todo se juega en este marco de referencia liberal. El resultado -entre otros- es una crisis de identidad personal  y colectiva, como persona, trabajador, padre, que pertenece a una patria y vive en un marco cultural de referencia cristiano.

Todo esto deja de tener sentido para unos, o es visto como una situación de riego extremo, por otros. Surge una compleja mezcla social de sentirse maltratado por el supremacismo de las élites que dictan desde el poder político y mediático nuevas formas de vida, de injusticia por el maltrato económico, de temor ante la pérdida de la identidad y, por consiguiente, del sentido de la vida. De toda esta mixtura surgen los populismos, un concepto contenedor usado para designar realidades muy distintas. Es necesario que haya previamente una situación injusta, la percepción de un maltrato y que la respuesta aporte una satisfacción global y una identidad, para que se dé el populismo. Y esto sucede con perfil propio en Italia, como ha surgido antes con gran fuerza en Hungría y Polonia, en Estados Unidos como fuerzas gubernamentales. Pero también lo es el feminismo de género, el “poder femenino” y su visión supremacista, o la formulación del independentismo catalán, que aporta identidad y esperanza en un imaginario “país mejor”.

Se necesita siempre, y también, un responsable concreto de sus culpas. Los populismos dejan de ser tal cosa cuando sus respuestas son reales y aportan mejoras sensibles a sus ciudadanos, algo que se cumple en Hungría y Polonia, y en cierta medida, económicamente, en Estados Unidos.

Todo el foco de atención de la opinión publicada y política se centra en las proclamas y actividades de los populismos. No debería ser esa la cuestión central, porque lo importante se encuentra en otra parte: en las causas que los han generado y que hacen posible su desarrollo natural. Algunas de estas causas no responderán a criterios de bien común, pero otras sí, y merecen ser atendidas. Lo que exige capacidad para responder a los problemas que se identifican en unos términos reales.

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