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Reflexiones sobre la fidelidad

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Reconozcamos que la palabra fidelidad no está de moda. Parece como si estuviéramos prendidos a una extraña manera de vivir el momento presente, que con el pretexto de defender nuestra libertad individual, evitamos a toda costa, el compromiso y el vínculo. De esta manera se vive el individualismo en su estado mas puro, y los otros solo nos interesan en función de nuestros propios intereses.

No obstante la palabra fidelidad presenta una ambivalencia que merece una reflexión, porque tiene aspectos indudablemente humanizadores y también aspectos que nos deshumanizan. Me explico: una primera pregunta sería esta: ¿a qué nos fidelizamos?. Porque según el objetivo escogido puede ser positivo o negativo. Es positiva aquella fidelidad que es fruto de la confianza, del respeto mutuo, de aquellas relaciones reciprocas donde no cabe el engaño, todo es verdad, es si cuando es si y es no cuando es no. Cuando se descubre una relación de una confianza plena, donde se produce un equilibrio en el dar y el recibir, si uno es mínimamente inteligente, ha de considerarlo como un valor vital, porque crea vínculos estables, porque aprendemos a ser personas y porque gracias a esta fidelidad generosa abrimos espacios de convivencia y de diálogo.

Pero hay otro tipo de fidelidad, que la podríamos llamar "fidelidad sectaria", porque no es generosa sino que es interesada, porque nos acerca a personas a grupos o a colectivos, con el objetivo de recibir algo a cambio. Aquí debiéramos hacernos una sincera pregunta: ¿Cuál es la auténtica motivación por la cual nos fidelizamos a un colectivo? Parece que si el colectivo es fuerte, nos sentimos como más seguros. Por decir algo: si somos del Real Madrid, del Barça, o del Betis, y el nuestro gana… parece que nuestra autoestima se ve reforzada. Votamos siempre al mismo partido político porque es de los nuestros y su victoria perjudica al adversario que no es de los nuestros. Y así en esas estamos, sin plantearnos qué es lo que debiera ser una fidelidad sana y humanizadora.

Atrevámonos a dibujarla de una forma sencilla y breve. Una fidelidad sana y humanizadora sería aquella que es fruto de nuestra generosa libertad. Que nos mantiene los oídos y el corazón bien abiertos a las razones de los otros, que aunque sean distintas a las mías, no deben generar enfrentamiento o enemistad. La fidelidad sana no debe proceder de los sentimientos ni del estado de ánimo, sino de la libre y generosa donación de mi yo, a los demás.

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