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San ignacio de Loyola IV: París, Venecia, Roma

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París

Cuando Íñigo sale de la cárcel de Salamanca, viendo cerradas las puertas del apostolado decide abandonar España e ir a París a continuar los estudios. Allí se va solo, sus amigos lo dejan y no la acompañarán. Llega a París en febrero de 1528 y se pasará 7 años. Ahora tiene 37, ningún estudio y no tiene medios económicos. Los dos primeros años los dedica a perfeccionar el latín, en el Collège Montaigu. Después se matricula en Filosofía en el Collège Sainte Barbe, dependiente de La Sorbona. Los veranos de los años 1529 y 1530 viaja a Brujas y Amberes a ver los comerciantes españoles para que le den limosnas para poder vivir y así pasa los años con estas ayudas y las que le llegaban de Barcelona. El 1531 viaja a Londres y vuelve con más dinero que las otras veces y así puede mantenerse él y ayudar a otros estudiantes.

Continúa estudiando Filosofía en el Collège Sainte Barbe. Allí, además de estudiar, intensifica las conversaciones espirituales y da los ejercicios a dos estudiantes que cambian totalmente su vida, son Pierre Favre (Pedro Fabro), saboyano, y Francisco Jasso de Javier (Francisco Javier), navarro, que eran compañeros de habitación. Esto molesta al director y hace que Íñigo sea azotado públicamente y el delatado a la Inquisición. Se le deja libre sin cargo, el director le pide perdón públicamente y sigue los estudios al mismo Collège. En 1532 obtiene el grado de Bachiller, en 1533 el de Licenciado y el 1534, a los 43 años, el de Magister. Una vez conseguido este título decide estudiar Teología y comienza los estudios que hará durante un año y medio pero no los terminará.

Parece ser que es en este momento, con la obtención del título de Magister, que decide cambiarse el nombre vasco de Íñigo, poco conocido en los ambientes romanos del Vaticano, por el latín de Ignatius por la devoción que tenía en San Ignacio de Antioquía. Más adelante firmará Ignacio (Ignasi en catalán).

A los compañeros Fabro y Javier se les juntaron, en 1533, un grupo de cuatro que le seguirán para siempre: el portugués Simão Rodrigues y los castellanos Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Nicolás de Bobadilla. Ignacio les cuenta lo que había experimentado en Manresa y comenzaron a hacer oración juntos, hablar de la vida cristiana y del deseo de buscar a Dios. Fortalecidos por estas experiencias espirituales deciden hacerse sacerdotes e ir a ejercer en Jerusalén. Ignacio ve como va progresando la formación cristiana de sus compañeros: visten como la gente del pueblo para no llamar la atención y los ejercita en la oración, en el ayuno, en la pobreza… e intensifica el estudio, los ejercicios espirituales y la limosna.

En mayo de 1534 Pedro Fabro se ordena sacerdote (ya era seminarista cuando se conocieron) y el 15 de agosto los siete compañeros sellan su «proyecto» en una misa presidida por Pedro Fabro en la Chapelle du Martyrium, a Montmartre. Aquí hacen los votos de pobreza, castidad y peregrinar a Jerusalén y, si esto no fuera posible, ir a Roma a ofrecerse al Papa:

“a fin de que él los envíe a donde juzgue que será más favorable a la gloria de Dios y utilidad de las almas”.

Este plan lo renovaron en el mismo día los dos años siguientes. Después de estos votos se incorporaron al grupo tres amigos de Pedro Fabro: el saboyano Claudio Le Jay y los franceses Jean Codure y Paschase Broët.

La vida que llevaban en París no era de «rositas». Todos continúan con los estudios pero el calor, el frío, los estudios, el apostolado, la atención a los pobres, las persecuciones, la cárcel, los juicios, el tener que mendigar dinero, la vida pobre que llevaban… hacen que Íñigo enferme, su salud se resienta y los médicos le aconsejen que vuelva a su casa a tomar mejores aires hasta que se cure. Esto hace que tengan que posponer el viaje a Jerusalén. A caballo, solo y en pleno invierno, en marzo de 1535 sale de París y llega a Azpeitia el mes de abril después de trece años de estar fuera

Venecia

En julio del mismo año, ya curado de la enfermedad, sale de Azpeitia y se dirige a Valencia para ambarcar hacia Venecia donde debía encontrarse con los otros nueve compañeros para hacer el viaje a Jerusalén. Todo el año 1536 se lo pasará en Venecia estudiando Teología, haciendo apostolado y promoviendo los Ejercicios mientras esperaba la llegada de sus compañeros desde París. Vive de las limosnas que le envían los amigos de Barcelona y se hospeda en casa del prior de la Trinidad. El 15 de noviembre 1536 salen de París hacia Venecia los otros nueve y llegan el 8 de enero del 37, después de un viaje de casi dos meses, accidentado por las inclemencias invernales.

En marzo todos, menos Ignacio, hacen un viaje a Roma para pedir el permiso al Papa para viajar a Tierra Santa y pedir licencias para ordenarse sacerdotes. Vuelven a Venecia con el permiso para ordenarse y el 24 de junio de 1537 son ordenados sacerdotes todos los demás excepto Alfonso Salmerón que era muy joven, tenía 22 años. Ignacio ya tenía 47. Entre el mes de septiembre y octubre todos celebran su primera misa excepto Ignacio que la retrasa con el propósito de prepararse mejor y celebrarla en Belén.

La guerra entre Venecia y el Imperio Otomano hace que no salgan barcos hacia Tierra Santa por lo que desisten del viaje y deciden ir a Roma a ponerse a las órdenes del Papa. Ya empiezan a denominarse entre ellos «Compañía de Jesús» y a su nombre añaden las iniciales S.J. (Societatis Jesu). El nombre de Compañía lo sugiere Ignacio por su espíritu militar que, a pesar de haber dejado la milicia, el espíritu lo llevaba dentro. Poco antes de irse de Venecia Ignacio es acusado de ser un fugitivo de la Inquisición de Alcalá, de Salamanca y de París, así pues se instruyó un proceso contra él pero le dieron una sentencia absolutoria.

 

Roma

En octubre de 1537 el grupo decide ir hacia Roma. Llegan en noviembre y poco antes de llegar a la capital, en La Storta, Ignacio tiene una visión trinitaria que narra así la Autobiografía:

“He visto a Cristo con su cruz a cuestas y a su lado al Padre Eterno que le decía a su Hijo: ’Quiero que tomes a éste como servidor tuyo’, y Jesús me dijo: ‘Yo quiero que tú nos sirvas’“.

Mientras Ignacio, Pedro Fabro y Diego Laínez se quedan en Roma para preparar la visita con el Papa los otros compañeros van, en parejas, en los pueblos universitarios de alrededor para hacer apostolado. Los tres de Roma, también hacen apostolado e Ignacio da tandas de ejercicios. Una vez más personas influyentes de Roma esparcen rumores –que han iniciado un fraile y un laico a quien se le había negado la admissión– contra su vida y doctrina y repitiendo que son fugitivos procesados en otras ciudades por la Inquisición. Esto hizo que algunos fieles se les apartaran y temían que si prosperaban las calumnias no podrían llevar a cabo el proyecto que iban madurando. Ignacio fuerza que haya un proceso formal y una sentencia. En noviembre de 1538 el gobernador de Roma dicta una sentencia favorable. Se acaba otra pesadilla.

La noche de Navidad de ese año, ante la imposibilidad de viajar a Belén, Ignacio oficiará su primera misa, por la que tanto se preparó, en Roma, en una capilla de la basílica de Santa María Maggiore.

Por fin lograron ser recibidos por el Papa Pablo III. Le explicaron sus intenciones y se le ofrecen para cualquier misión que les confíe. Siendo de países tan diferentes piensan que «más vale que nos mantengamos de tal manera unidos y atados en un solo cuerpo, que ninguna separación física, por grande que sea, nos pueda separar» y por ello deciden formar una nueva orden religiosa. La primera «Fórmula del Instituto» es sometida a la consideración del Papa y el 27 de septiembre de 1540 firma el documento de aprobación.

En 1541 Ignacio fija su residencia en una vieja casa situada en el centro de Roma frente a una capilla dedicada a la Santa María de la Strada. La Compañía de Jesús recibe la responsabilidad de la parroquia, e Ignacio se instala en unas pequeñas dependencias próximas al presbiterio. Su principal trabajo allí fue la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús, cosa que hizo hasta su muerte. En esta redacción siempre incorporó las observaciones de sus compañeros y las nuevas experiencias.

Ese mismo año de 1541 Ignacio, contra su voluntad –y después de haber rechazado por dos veces el voto unánime de sus compañeros– fue elegido Prepósito General y lo será durante quince años, hasta su muerte. El 31 de julio 1548 el Papa Pablo III aprueba y recomienda el Libro de los Ejercicios Espirituales. La salud de Ignacio se resintió toda su vida de las ásperas penitencias practicadas después de su conversión. Murió en la madrugada del 31 de julio 1556 en Roma. Fue beatificado el 27 de julio de 1609 y canonizado por Gregorio XV el 12 de marzo 1622.

Su cuerpo fue sepultado en la pequeña iglesia de Santa María de la Strada y, después de sucesivas traslaciones, está actualmento depositado en el altar dedicado a él en la Iglesia del Gesù, en Roma. Beatificado el 27 de julio 1609 fue canonizado por Gregorio XV el 12 de marzo 1622 junto con Francisco Javier, Teresa de Jesús, Isidro Labrador y Felipe Neri. En 1922 Pío XI lo nombró patrón de los Ejercicios Espirituales.

*                 *                 *

San Ignacio fue, a un mismo tiempo, un incansable hombre de acción y un ferviente contemplativo que experimentó especiales comunicaciones divinas. Su más noble ideal fue promover la mayor gloria de Dios por todos los medios a su alcance. Su unión con Dios adquiría el tono más elevado en la celebración de la Misa. A veces no podía celebrarla por la debilidad de su salud, a la que perjudicaban tan fuertes emociones. Dedicaba tiempo a la oración y recomendaba a otros el ejercicio de buscar a Dios en todas las cosas.

Como hombre de gobierno, dirigió a sus súbditos con prudencia y discreción. Amaba todos con amor de padre, y todos se sentían queridos por él. Puso un acento especial en la virtud de la obediencia, tanto como ejercicio de virtud, como para ser instrumento de cohesión y eficacia en la tarea apostólica.

San Ignacio fue «contemplativo en la acción». Así lo definió su íntimo amigo mallorquín Jerónimo Nadal, aquel del que San Ignacio decía que «si en fiaba más que de él mismo».

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Francesc Martínez Porcell
    12 octubre, 2016 18:37

    Solo un siglo después de su vela de sayo ante Nuestra Señora de Montserrat, la Iglesia tiene a dos santos jesuitas: San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier. Si no me lo refirieron mal en el transcurso de una tanda de ejercicios, el padre Nadal precisó una primera semana de catorce días en los ejercicios espirituales que le dirigió el padre Ignacio.

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