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Tiempos de rescate (III): rescatar el lenguaje

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Pensamiento y lenguaje están unidos con una relación tan estrecha que no se puede tratar de uno de ellos sin tratar también al otro. Por eso, después de haber visto la necesidad de rescatar el pensamiento, corresponde decir alguna cosa sobre el rescate del lenguaje. Vaya por delante que es un rescate más que necesario, imprescindible y además urgente.

Pensamiento y lenguaje no son lo mismo porque no es lo mismo pensar que hablar (o escribir), pero la estrechez de su relación se pone de manifiesto en su dependencia recíproca ya que ninguno de los dos puede darse sin el otro.

No hay pensamiento sin lenguaje porque pensamos con palabras y no hay lenguaje sin pensamiento por un doble motivo: por una parte, porque el lenguaje es la exteriorización del pensamiento, y, por otra, porque el lenguaje configura el pensamiento. Podríamos sintetizar esta recíproca dependencia diciendo que hablamos como pensamos y pensamos como hablamos. Por esta causa, si queremos rescatar el pensamiento, necesariamente tenemos que rescatar el lenguaje y, recíprocamente, para rescatar el lenguaje hay que rescatar el pensamiento.

¿Por dónde empezamos? Por los dos frentes al mismo tiempo.

Decíamos en el artículo anterior que para pensar bien no basta con tener buenas capacidades intelectuales, hacen falta, además, un cerebro físicamente bien cuidado y unos esquemas de pensamiento que son como los carriles por donde discurre la razón.

Señalábamos cuatro de esos esquemas: criterios, normas, hábitos y actitudes, y nos fijábamos solamente en el primero de ellos, los criterios. Pues bien, si ahora nos preguntamos cómo se adquieren la mayor parte de esos esquemas de pensamiento, tenemos que responder que se adquieren con el lenguaje, y no me refiero al lenguaje de los hechos, que también, sino al de las palabras. Los esquemas de pensamiento que nos ayudan a razonar bien se transmiten con palabras, sean orales, sean escritas, que, de momento, tanto da lo uno como lo otro (más adelante diremos algo sobre las diferencias y la necesidad de cultivar ambas variantes del lenguaje, la oral y la escrita).

Vengamos ahora con la cuestión del rescate del lenguaje que es la que nos ocupa, haciéndonos dos preguntas: ¿qué es lo que hay que rescatar?, y, sea ello lo que quiera, ¿por qué hay que rescatarlo?

Cuando se dice que hay necesidad de rescatar el lenguaje, se podría pensar que lo que se propone es aferrarse al uso de palabras y expresiones de uso común en otras épocas y que con el paso del tiempo van perdiendo vigencia. Es verdad que hay palabras que lamentablemente dejan de usarse sin motivo que lo justifique (por ejemplo, cuando una palabra de otra lengua viene a sustituir a su homóloga española), pero no, no es eso a lo que me refiero, sino al mal uso del lenguaje. Lo que en mi opinión necesita ser rescatado, salvado, es el bien hablar y el bien escribir, no las palabras que dejan de estar vigentes por muerte natural; el inmovilismo no tiene defensa posible, el buen uso sí.

El inmovilismo es contrario al dinamismo de la vida y el lenguaje es semejante a un organismo vivo.

Ningún ser vivo, y menos el hombre, se queda estancado en el tiempo. El inmovilismo es contrario a la naturaleza en general y a nuestra naturaleza humana en particular porque somos cambiantes, crecederos, renovables, y esto tanto a nivel individual como grupal; cambiamos los individuos y cambian las sociedades.

Y con el lenguaje, que es una producción humana, pasa como con todo lo humano, que está sometido a un proceso de cambio ininterrumpido. Las palabras son como las células del lenguaje y ocurre con ellas algo muy parecido a lo que ocurre con nuestro cuerpo, cuyas células van muriendo y se regeneran, porque las viejas son sustituidas por otras nuevas que vienen a ocupar el lugar de aquellas.

El rescate del lenguaje que aquí se propone no apunta, pues, al dinamismo del lenguaje, sino a cuatro aspectos que tienen que ver con su buen uso: la corrección, la propiedad, la amplitud y la limpieza.

La corrección exige el empleo de los términos sin errores, tanto en el lenguaje oral como en el escrito. En el lenguaje oral la corrección consiste en emplear las palabras adecuadas de manera clara y sin errores gramaticales, en vocalizar bien y en construir las oraciones de manera ordenada. En cuanto a la escritura, escribir con corrección es hacerlo con una ortografía correcta, una puntuación que agilice la lectura y una redacción sencilla, que facilite la comprensión de lo escrito. Esto es lo que hay que rescatar porque llevamos mucho perdido y seguimos perdiendo; luego, si además se puede escribir con algo de estilo, bienvenido sea.

El segundo aspecto a tener en cuenta, la propiedad, tiene que ver con el vocabulario. Hablar y escribir con propiedad es usar las palabras con su significado preciso, lo cual está íntimamente relacionado con el tercer aspecto, la amplitud.

La amplitud es el equipaje lingüístico con el que nos desenvolvemos en nuestra vida activa, en todos los órdenes de la vida activa. El primero y más elemental es el de la información: dar y recibir datos, dar y recibir noticias, comunicar hechos. Es evidente que el lenguaje sirve para entenderse, pero la comunicación tiene varios niveles de profundidad, y este de la comunicación es el más somero. Para entenderse en este nivel basta con unos centenares de palabras con los que ir resolviendo las necesidades básicas más corrientes.

Cosa distinta es cuando tenemos que desmenuzar la realidad y entender sus detalles más sutiles, como ocurre con el lenguaje técnico de cualquier disciplina y también con los movimientos de la vida interior de la persona. Cuanto más depuradas sean las ideas, más preciso tiene que ser el lenguaje con el fin de que la comunicación pueda ser expuesta y entendida con claridad. Se ve así justificada la necesidad de contar con una buena dotación de vocabulario.

El lenguaje de cada persona es su caja de herramientas intelectuales; cuanto mejor equipada esté la caja, mayores posibilidades para afinar en el pensamiento y, en consecuencia, mayor capacidad de comprensión y expresión de la realidad.

En cuarto lugar, hay que rescatar la limpieza del lenguaje. La limpieza, en cualquier campo que se trate, va unida al esmero. Cuidemos el lenguaje y hagámoslo con limpieza, con esmero, sin concesiones a la tosquedad reinante. A través de películas, primero, y después en el resto de los medios, hemos asumido como normal un lenguaje extremadamente chabacano y procaz. Y no lo es, no es normal, por muy extendido que esté, que lo está, y por eso precisamente el lenguaje necesita ser rescatado.

hay que afirmar con fuerza que el lenguaje soez nunca está justificado

En esta época es misión casi imposible encontrar una canción, una novela, una película o un programa de televisión que no participe de ese lenguaje desgarrado y zafio, cuando no blasfemo. Parece como si fuera necesario, pero no lo es, no es verdad que haya necesidad de usar expresiones malsonantes. En este punto hay que afirmar con fuerza que el lenguaje soez nunca está justificado; cualquier idioma (y tal vez el nuestro más que otros) posee una inmensa riqueza de vocabulario que cubre todas las necesidades lingüísticas, todos los estados de ánimo, y para decir lo que se quiera decir, por grave o incómodo que sea, hay expresiones de sobra sin necesidad de recurrir al insulto ni a expresiones maleducadas.

Es justamente al revés, esa riqueza de vocabulario permite la ironía fina con la que sobrevolar, si hiciera falta, por encima de la grosería sin tener que manchar los labios con palabras de barro.

Y no se piense que la alternativa al lenguaje zafio es el lenguaje mojigato, que no es así. No hay ningún dilema que nos obligue a optar entre la grosería o el remilgo. Ese dilema es falso. La verdad no consiste en rechazar un error para elegir el error de signo contrario. No es cuestión de ir de finolis por la vida, ni de usar expresiones repipis, sino de sencillez y buen gusto, de educación, en definitiva. En esta cuestión, como en todas las que tienen que ver con la conducta humana, la Palabra de Dios viene en nuestra ayuda: “Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen” (Ef 4, 29).

Así pues, como acabamos de ver, el rescate del lenguaje no consiste en recuperar palabras y expresiones caducadas, sino en usar el lenguaje con propiedad, con corrección, con amplitud y con limpieza, o lo que es lo mismo, con bondad, verdad y belleza, con lo cual pasamos a responder a la segunda pregunta que nos hemos hecho: ¿por qué hay que rescatar el lenguaje? Porque el lenguaje actual sobreabunda en mentira y error, porque vela el bien y lo confunde con el mal y porque le sobra zafiedad y le falta el atractivo de la elegancia.

Hay que rescatar la bondad de las palabras porque el lenguaje es un arma poderosísima, de doble filo, con la que se puede hacer mucho bien y mucho mal.

La palabra puesta al servicio del bien, la palabra buena y constructiva, da vida. Decir esto no es un adorno, ni una forma de hablar “biensonante”, sino realismo puro. Poner la palabra al servicio del bien es bien decir, bendecir, y toda bendición es portadora de vida, no de vida física, pero sí de oxígeno para la vida anímica. Quien más quien menos, tenemos experiencia de que una palabra de ánimo en el momento oportuno, una palabra de consuelo, de liberación, de sosiego, son vida para el alma.

Y probablemente también tengamos experiencias de lo contrario, de palabras que, puestas al servicio del mal, pueden enturbiar el ánimo y aún asfixiarlo. Del mismo modo que las palabras bienhechoras vivifican, las palabras maléficas matan, valga como ejemplo cualquier expresión cargada de odio.

En segundo lugar, rescatar el lenguaje al servicio de la verdad, que viene a ser lo mismo que rescatar la verdad misma.

No diré mucho sobre este punto p orque ya hablé de ello en el primer artículo de esta serie publicado en el pasado mes de enero. Será suficiente con recordar la necesidad de veracidad que tenemos siempre y en todo, y probablemente hoy más que nunca, que vivimos en un mundo en el que abunda la doblez y la mentira. Doblez y mentira versionada de mil maneras, con mil caras, la mayoría de las veces, enmascarada con los más variados disfraces y en otras campando sin rubor con todo desparpajo y descaro.

Rescatar el lenguaje para la verdad supone utilizarlo con rigor, llamando a las cosas por su nombre que es la mejor manera de combatir su manipulación. Dada la relación inseparable entre pensamiento y lenguaje, sabe bien el manipulador que para cambiar la manera de pensar antes debe manipular el lenguaje deformando o vaciando de contenido los conceptos heredados del pasado. Esta es una las estrategias preferidas por el manipulador: mantener el mismo término, el mismo vocablo, pero alterando el concepto, modificando o sustituyendo el significado original por otro acomodado a sus intereses.

Rescatar el lenguaje para la belleza porque la belleza es vía de salvación de los males temporales y del mal eterno.

Hay que rescatar la bondad de las palabras porque el lenguaje es un arma poderosísima, de doble filo, con la que se puede hacer mucho bien y mucho mal Clic para tuitear

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