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Una sociedad cristiana

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Una sociedad cristiana? ¡Fundamentalista! Nada más lejos de mi intención tal cosa. Menos de 400 palabras bastan para aclararlo. Lo que pretendo es invitarle a pensar en un modelo social basado en fundamentos y fines culturalmente cristianos, en los que la fe religiosa no interviene directamente para nada.

Es la sociedad del amor entendido como bien común. Cada persona se esfuerza por verse en lugar del otro, y es educada y trabaja a lo largo de su vida para adquirir las capacidades prácticas, las virtudes necesarias para lograrlo, desplegándolas en nuestra conducta personal y en todas las instituciones. Así se construye la sociedad del bien común, que nace del conjunto de condiciones objetivas y subjetivas que permiten a cada persona desarrollar su propio bien, y al mismo tiempo genera bienes para la comunidad. Esta es la nueva política, y el debate trata sobre cuáles son estos bienes y su jerarquía.

Esta sociedad se basa en la donación y la reciprocidad. Aportar de acuerdo con las propias capacidades, recibir de acuerdo con la aportación, excepto las personas dependientes, que perciben en función de sus necesidades. MacIntyre ha expuesto una imprescindible teoría sobre ello en Animales racionales y dependientes: por qué los seres humanos necesitamos las virtudes .

Una sociedad culturalmente cristiana promueve el destino universal de los bienes, de manera que cada persona disponga de lo necesario para su desarrollo, lo que ­comporta la dignidad del trabajo, la función social de la propiedad y la prioridad por los pobres. Funciona basada en el principio de subsidiariedad y la participación, de manera que cada ciudadano contribuya a la ­vida de la comunidad. Todo queda enmarcado por el principio de la solidaridad, y por tres valores necesarios: la verdad, sin la que nada es posible; la libertad necesaria para buscar la ­verdad, y la justicia en todas sus dimen­siones.

El modelo social cristiano como sistema es la única alternativa real a lo que hay. No hace la revolución, pero ella es su resultado por la acumulación de reformas transformadoras, que terminan por producir el cambio cualitativo necesario. ¿Que entraña realizaciones difíciles? Cierto. Pero no se trata de alcanzar la perfección, sino de perfeccionarse continuamente. Nos fija un horizonte de sentido, es un tensor que nos arrastra en la buena dirección.

Una sociedad culturalmente cristiana promueve el destino universal de los bienes, de manera que cada persona disponga de lo necesario para su desarrollo, lo que ­comporta la dignidad del trabajo, la función social de la propiedad y… Clic para tuitear

Artículo publicado en La Vanguardia

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