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¡Atrévete! ¡Sé libre!

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Vivimos una época de desgarro. El estropicio es elocuente. No basta con mirar, porque a menudo mirando no vemos. Hay que querer mirar. Y luego, saber mirar. Para eso hay que aprender. Y ya se ve que en la actualidad eso de aprender solo se usa en el sexo: “Quiero aprender tus fantasías”, se dicen los libidinosos. Como si hubiera tanto por aprender… ¡Qué grosera es la ignorancia, Dios mío! Y se creen guais.

Vamos de cabeza a no sabemos dónde. Según expresión del filósofo Ricardo Yepes Stork, en nuestra época “no hay lucidez, no sabemos bien qué nos pasa, pero sabemos que no vamos bien”. (Cfr. Pág. 32. Entender el mundo de hoy. Rialp. Madrid, 1993). El dolor de cabeza es mayúsculo. Y el golpe lo será aún más. Porque “de golpe a golpe, y tiro porque me toca”. ¿Jugamos al parchís o a la oca? Nadie lo sabe.

Mientras tanto, quienes mueven los hilos desde arriba, van moviendo desde atrás las piezas del tablero de ese ajedrez gigantesco que es el mundo y que en realidad se nos ha hecho pequeño. Las piezas casi se mueven solas, o eso se creen ellas, porque son “libres” -dicen-, y por eso hacen en cada momento lo que les da la gana, lo que les “sale”.

¿El diagnóstico? Para dar y para vender. Los hay de todas las clases y de todos los colores. Pero casi todos coinciden en que vamos a la autodestrucción, excepto las voces cada vez más solitarias y poco solidarias de los pseudotriunfadores esos que quieren hacernos creer que podemos ser felices “haciéndonos” a nosotros mismos: el self-made-man-and-woman que pretende vendernos el show business americano, ya diríase que incardinado en la jet set society esa internacional que se mueve al ritmo que la agitan con su life style particular. Drogada de cocaína y de sí misma.

¿La medicina? Humildad. Amor. Sinceridad. Una tríada que hunde sus raíces en el comienzo mismo de nuestra era, la cristiana, anunciada por Jesucristo hace 2000 años, continuada por la Iglesia y encabezada por el papa. El mundo –ese mundo que se dice tan cosmopolita porque van de farra en farra y de país en país y de ciudad en ciudad-, acabará por rendirse -deshecho y agotado-, en brazos del Padre Dios. No falta mucho.

¿La solución? Una sociedad cristiana. Cristiana con letras capitales y de oro, porque lo será por encima, por debajo, por los lados y desde dentro para afuera. Toda ella y en sí misma. ¿Qué cómo puede ser una cosa así? Jesucristo lo profetizó: “Veréis al Hijo del hombre venir sobre las nubes” (Cfr. Lc 21,27) y “habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Cfr. Jn 10,16), porque “el Hijo de Dios será Rey” (todo el Apocalipsis habla de Él). Lo es ya (“Yo soy Rey”: Jn 18,37), pero lo veremos no solo en la fe, sino con nuestros ojos inmaculados que se habrán pulido y tallado tras la “gran tribulación, como no la ha habido ni la habrá” (Mt 24,21). Será la Nueva Jerusalén celeste (Apc 21,1-4). El Cielo en la Tierra y la Tierra en el Cielo. ¿Podemos soñar con algo mejor? ¿Verdad que en eso de “vivir el cielo” estamos todos de acuerdo (excepto los entestados satánicos), y no solo los soñadores? Pues despertemos ya, y pongámonos manos a la obra. El tiempo apremia. ¿No lo ves? Lo estamos tocando. Abre los ojos, y lo verás… si estás limpio. Si no, te limpiarán. ¿No querías libertad? Recuerda: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), “La Verdad os hará libres” (Jn 8,32). ¡Atrévete! ¡Sé libre!

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