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Bis del biribís

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¡Caíste! ¡Recaíste al fango, hermano! Tras tanto decir y tanto intentar, habiéndote quejado en otras ocasiones, metiste de nuevo la pata, has caído en el mismo hoyo, después de tropezar con la misma piedra. Y lo que es más grave, ¡esta vez la has metido a conciencia!

Parece que el hombre ese lleve pegada en el pecho la etiqueta “Bis del biribís”. ¿Qué te ha cogido con él? ¿No me alertabas de que aquel a quien ofrecías las estrellas porque te prometía la luna era la peste en persona? ¿Cómo ha conseguido, ahora, embaucarte hasta el punto de que te hayas decidido a tratar de ordenarle su casa… tras denigrar nombrarlo?

¡Es inevitable para ti darle la espalda a tu querido trotamundos, parece! ¿Tanto ansías trabajo? ¡Debe de tener el hombre ese el magnetismo digno de figurar entre los Top Ten de la ONU! ¿Hasta tal punto ha conseguido embrujarte, que estás decidido a tratar de encaminarlo por el sendero razonable, favoreciendo de camino −como Jesús con los dos de Emaús− convencerle? ¿Por quién te tienes? ¿Sigues decidido a hacerle comprender que en nuestro pequeño mundo no es de sentido común hacer a cada momento lo que nos da la gana, que hay límites con la libertad de las demás personas y hasta con la moral? ¿De verdad es tan magnético ese hombre… o vas tú tan apurado?

Una idea en la azotea

Se me ocurre sugerirte un consejo de última hora, amigo mío, ya que el tuyo parece ser el último grito: Usa tu ascendencia sobre él, aprovechando la confianza ciega que en ti ha depositado, para, haciéndolo todo a tu manera, como él mismo te pide, conseguir con la mano izquierda llevarlo por el buen camino… en la medida de lo posible. ¡Ya sé que no lo tienes fácil! Porque, por lo que me dices, el hombre ese no es agua fresca, sino que caldea los riñones, a ti y a quien se acerca.

Míratelo así, hermano. Harás con él lo que quieras, de la manera que quieras; ¡te lo pasarás pipa! ¿No conseguiste ya auparlo al estrellato cuando te prometió la luna? ¡Prométele tú a él ahora lo que quieras, que lo tienes en tus manos! Te comprendo, hermano. Te será preciso llenarte de valor una vez más, para que, cuando el cuadro se tercie, puedas disponer con él de mano derecha con la directa, ¡y hasta mano dura, hermano! ¡No caigas tú ahora a peor, que una cosa es el pozo, y otra el precipicio! En el pozo estamos todos. Pienso que vivimos en “Biribís & Cia.”: ¡no eres tú la única persona que clama justicia! Hay cientos de millones de personas en este planeta que son pisoteados en su dignidad.

Ya veo. Eres pecador, y veo que reincidente. Pero seguro que el buen Dios, que tuvo misericordia del entumecido corazón del Buen Ladrón, la tendrá contigo, que, por llevarte el puñado de garbanzos a la panza, estás tratando de mantener a salvo tu dignidad herida. “A buen hambre no hay pan duro”. A fin de cuentas, siempre es mejor un puñado de garbanzos que ninguno, ¿no es así?

El Sacrificio

Es cierto. También nos insistió Jesús en que tenemos que ganarnos el pan nuestro de cada día (“Si alguno no quiere trabajar, que no coma”: 2 Tes 3,10)… y tú, no lo dudo, estás procurando mantener tu cuerpo a flote sorteando las olas para conseguir salvar tu dignidad y tu panza en condiciones, sin hacer daño a nadie. ¡Así es la vida, hermano, acéptala para desde ahí poder cambiarla!

Esa puede ser la primera piedra para tu futuro castillo; esa precisamente: no renegar de Jesús, y de camino, usar lo que te queda de dignidad para dignificar el precario trabajo que el zalamero te ofreció, sabiendo que así y a modo de ofrenda de tu pobre alma, honras a Dios y enriqueces al mundo, pues sabes que estamos todos unidos como Humanidad herida y “formamos en Cristo un solo cuerpo, siendo todos miembros los unos de los otros” (Rom 12,5). Aprovecha sus “lenguas como de fuego” (Hch 2,3) para prender el mundo con su “luz” (Jn 1,1-14; 8,12), como oblato de tu sacrificio a fuego lento (“prefirieron la tiniebla a la luz”: Jn 3,19). Debes imitar al Maestro, que se dejó clavar en la Cruz… para redimirte a ti. ¡A ti, que eres un infeliz! Para sus asesinos, el Infierno.

¡Y quién sabe! Quizás un día, por sorpresa −como siempre actúa el Maestro−, el zalamero trotamundos se decida también a intentar seguir el rastro de tu camino de luz. Todos aprendemos de todos, es por eso que debemos ser humildes y rectificar cuando metemos la pata. De hecho, querido amigo, desde recién creada la vida en la Tierra, ha sido así. ¿Y si, por tu influjo, el zalamero acaba convirtiéndose también, y entre todos conseguimos, al fin, cambiar el mundo?

Eso sí, hermano. Estate al tanto de no dejar que nadie menoscabe tu dignidad. Ese es el verdadero empoderamiento, no el sacar pecho ante extraños. Así es como resultas honorable ante Dios y los hombres. Ten en cuenta que, a la vista de cómo va el mundo, ya es mucho que el zalamero te lo permita. Recuerda: Hay muchos que arrastran cuerpo y alma al patíbulo que los poderosos nos tienen reservado a quienes procuramos hacer el Bien sin mirar a quién, eso es, sin interés. Tiempo al tiempo.

Ocurrencia para la concurrencia

¿Sabes qué se me ocurre? Puestos a hacer, ¿por qué no aprovechas para, desde tu atalaya de honor, alzar al vuelo una llamada a los cuatro vientos clamando justicia para los oprimidos? ¿Por qué no impulsas un movimiento que, con el viento del Espíritu de Jesús, te lance a llevar mar adentro a la Humanidad herida, en defensa de todos aquellos que están peor que tú, en lo humano y en lo divino?

Más aún. Ya nos advirtió Jesús, con palabras (Mt 13,18-23; Lc 12,15-21) y con obras (una vida pobre), del peligro de las riquezas. Mírate la parábola del pobre Lázaro y el rico epulón (Lc 16,19-31), ¡es made in Hollywood! ¡Quién sabe! Seguro que, sin verlo y sin saberlo, con tu ejemplo estás ya esparciendo por el universo tu llamada… y un día amanecerá nuestro pequeño mundo en una eterna primavera. ¿No es eso lo que nos tiene prometido Jesús, el Hijo de Dios vivo?

Y reza, la oración será tu sostén. Debemos rezar unos por otros, a fin de que no sean más los miembros amputados al Cuerpo de Jesús debido a su entumecimiento, teniendo bien presente que un día nos veremos todos como somos en Él, y “cara a cara” (1 Cor 13,12; Cfr. Apc 22,4), pues ya ahora “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). Es algo que no sabremos y por tanto no podremos entender hasta después de nuestro último suspiro, pero es Palabra de Dios, aquella que en Jesús, como Él mismo afirma, llega “a plenitud” (Mt 5,17).

Yendo juntos de camino, tú me inspiras a mí y yo te inspiro a ti; todos nos inspiramos uno al otro, y así avanzamos −cada uno en su lugar− en la construcción del Reino de Dios, “como piedras vivas” (1 P 2,5). ¡Ánimo! Aunque no nos veamos antes, ¡ahí nos vemos! ¡Cuenta con mis oraciones, yo cuento con las tuyas! Ya me dirás cómo acabas… y veremos cómo acabo yo. −Guárdate de los epulones; de ellos, ¡ni te cuento!

¿Sigues decidido a hacerle comprender que en nuestro pequeño mundo no es de sentido común hacer a cada momento lo que nos da la gana, que hay límites con la libertad de las demás personas y hasta con la moral? Clic para tuitear

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