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El poder del relato en una vida lograda

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Pretenden usurparte tu poder creativo para montarse ellos mismos una alucinación en marcha, esa que les da sentido de omnipotencia en sus vidas, porque no lo tienen, ni, así, por este camino, lo tendrán. No les gusta su vida. Esa es su cuestión. No son felices.

¿Que para qué se amontonan migajas que les caen a otros de la mesa? Buscan sentido, como te digo. Ya sentenciaba Viktor E. Frankl con su logoterapia que lo que sostiene a las personas es el simple y mero hecho de encontrarle un sentido a sus vidas: de ahí el poder del relato para consolidar la propia vida. Y así hay muchos que hasta se lo inventan, digo yo, o te lo roban.

Es un grave error montar una existencia ficticia sobre la roca de una vida efímera, que por mucho que lo sea, así de efímera y así de real, no dejará de ser ficticia; eso es, una mentira. El motivo del error es obvio hasta para un niño observador. Porque es edificar un castillo de arena sobre la roca. Cuando venga el aguacero, fundirá el castillo y permanecerá la roca. ¿Será entonces tonto el constructor de edificar otro de arena, o se decidirá por edificarlo, por fin, de piedra compacta? Es un capítulo aparte.

Y ¿por qué aparte? Simplemente, porque el constructor avezado en su propia experimentación tiene un asegunda oportunidad para rehacer su vida o seguir (proseguir, más bien) perdiendo tiempo, dinero y salud; con todo lo que implica de su entorno: familia, amistades, trabajo y un largo etcétera. Los hay tan soberanamente tontos de reincidir en su error: crean una segunda construcción, ahora de viruta dorada. Como para creerse que su casa es de oro.

Sin embargo, con las lecciones de la vida es posible que la persona en cuestión escarmiente y se decida a coger el toro por los cuernos y construir roca sobre roca. De manera que su relato será auténtico, vital y poderoso. Tan auténtico, tan vital y tan poderoso como una vida propia, su propia vida, lograda.

Eso es lo que todos buscamos en el fondo del fondo de nuestro corazón y nuestra alma. Solo que no son muchos –y menos actualmente- los que se atreven a fijar la vista, incólume, y remover poniéndolo todo patas arriba entre los escombros para descubrir su auténtico yo. Pero no hay duda de que quien lo sigue lo consigue, y acaba triunfando en la vida. Dicho sea que no solo ante su legítimo amor propio, sino ante el mundo entero. Y el mundo lo recibe. Para bien o para mal, es recibido en su propia vista y la del mundo. Es por este motivo de eterna duda, no obstante, que una vida lograda no debe ser aquilatada a los ojos del mundo, sino ante uno mismo. Y, en última instancia, ante Dios. Si no, no es lograda, y habrá castigo: el día del Juicio.

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