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Hacia una nueva mentalidad

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“La economía es el tratado de la ‘casa pequeña’ y la ecología es el tratado de la ‘casa grande’ que es la naturaleza” (Ángel Galindo. Moral socioeconómica. BAC. Madrid, 1996. Pág. 436). Por eso es importante dedicarnos a ellas, con carácter obligado, pero, dada nuestra situación actual, a la que hemos llegado con una mala segunda consecuencia de una mala primera, ahora debemos abordarlas desde una nueva mentalidad.

El título de este artículo está tomado de la obra Hacia una nueva mentalidad (Salmant 35. 1988), de Ángel Galindo, sacerdote, teólogo y catedrático, obra citada en el mencionado libro del mismo autor. Han pasado veintitrés años desde la publicación de Moral socioeconómica, y resulta ser tan actual y profético. No en vano cita los principales documentos papales sobre la materia, además de infinidad de otros textos, religiosos y laicos. Y desarrolló su libro desde el punto de vista ético, porque la ética ecológica se funda en la visión del hombre como cuidador del cosmos, cuyo encargo le fue dado por el mismo Dios: “Creced y multiplicaos”, “someted la Tierra” (Gn 1,28).

Así que el hombre debía trabajar la viña que le encomendó el  Creador, pero resulta que el ser humano es un ente pecador esclavo de su soberbia, como se puso de manifiesto ya desde el primer mordisco de Eva a la famosa manzana del Paraíso Original (Gn 3,6), recién creada por Dios. “¿Por qué estaría allí aquella maldita fruta?”, debió de pensar ella, pues su orgullo le hizo traspasar la culpa a la serpiente, como Adán se la pasó a Eva. Queremos ser libres, pero no sabemos: somos falibles.

Esa falibilidad se va desarrollando a lo largo de la Historia, que se está realizando como una evolución diacrónica de la Humanidad de menos a más. ¡Pero no aprendemos!, ¡seguimos cayendo en los mismos errores y la misma soberbia original! Eso nos ha llevado incluso a destrozar nuestra “casa grande”. Hasta hay quien, llevado por su ceguera, reveladora de su soberbia, lo niega. ¡Y ya no hay duda!

Es cierto que la Naturaleza nos cuestiona poniendo al descubierto, ya, los efectos devastadores de nuestra actividad despreocupada y comodona, pues la ecología del cosmos es consecuencia de la ecología humana o antropología ecológica (título del libro de Hardesty, D.L. Barcelona, 1979). Y así llegamos a la obligación forzosa de responder a tantos desafíos que nos plantea la situación en que nos encontramos, incluso con la amenaza de la aniquilación de la propia Humanidad sobre la Tierra.

¿Soluciones? Una. Crucial. De vital importancia. Necesitamos un cambio de mentalidad. Para ponerla en práctica, debemos dejar de producir y consumir como fieras, como si esa producción y ese consumo no tuvieran fin. Como si nuestra avaricia y glotonería fueran lo más natural del mundo. Son lo más natural, sí, pero pecado al fin. Contra el sexto mandamiento (el mismo de la manzana, cuya raíz hunde en la soberbia). Por eso debemos erradicarlo. “Es preciso cambiar el modelo de sociedad manifestando con claridad la injusticia sobre la que está fundada la riqueza y la pobreza de los países desarrollados y subdesarrollados” (Moral socioeconómica. Pág. 442-443). “No se trata de ir contra el progreso, sino de un consumo o consumismo que comporta tantos ‘desechos’ o ‘basuras’” (Juan Pablo II. Sollicitudo rei socialis. 1987. N. 28).

Sigue afirmando Ángel Galindo: “Necesitamos crear un nuevo modelo basado en la cooperación, en la participación y en la mejora de la calidad de vida”. “Todo esto va a exigir del hombre hacer evolucionar el concepto de propiedad, el sentido de los bienes libres y de ciudad en su relación con el ambiente y estar dispuesto a practicar todo tipo de objeción moral”. “La cuestión ecológica es reflejo de la crisis moral de la sociedad, a la vez que ha provocado una crisis sociológica”. “Este camino ético ha de renovar las conciencias hacia una auténtica conversión ecológica donde, por una parte, Dios, el hombre y la naturaleza aparezcan en comunicación y el hombre se lance al compromiso y a la acción” o “todos perecerán o se llegará pronto a la ‘muerte ecológica universal’” (Pág. 443-444).

No se trata, por tanto, de ser apocalíptico, sino realista, eso es, aceptar la realidad como es, y actuar. Y lo primero es convertirnos. Por eso afirma Jesucristo: “Si no os convertís… todos pereceréis igual” (Lc 13,2-5).

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