En los conventos y monasterios la abstinencia y los días penitenciales solían ser bastante constantes hasta poco tiempo antes de las reformas introducidas a raíz del Concilio Vaticano II. En tiempos pretéritos, cuando había alguna fiesta de relieve, a los religiosos se les daba en el refectorio carne de buey estofada; un plato propio de frailes porque era muy saciante, es decir, llenaba pronto… Este estofado lo elaboraba de este modo: “en una cazuela de barro lardeada sofreirás cebolla cortada, a la que añadirás, a su vez, la sal, la pimienta y una cabeza de ajos trinchados, media docena de alcachofas de las más tiernas (si todavía tienes en el huerto, y sino las pones confitadas) y finalmente pondrás la carne de buey troceada. Después de dar unas cuantas vueltas añadirás una buena medida de vino tinto, que sea un poco fuerte, y con la cazuela tapada, lo haces reducir a fuego lento hasta que la carne quede muy ablandada. Antes de servir el estofado al refectorio echarás por encima pimiento cortado a láminas y algún tomate troceado, sin las semillas, y lo afinarás con un poco que caldo para cubrir el guiso, y lo vuelves al fuego, y después de hacer chup, chup… algo más de un cuarto de hora, lo servirás al refectorio en los días de fiesta”. Os invito, pues, a hacer una fiesta hogareña preparando este guiso, tan sabroso, de carne de buey estofada. ¡Y buen provecho a todos!