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Casimiro Molins, un hombre de fe, empresario generoso y discreto

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Fue un prototipo del industrial catalán de los que hicieron importante este país materializando que “los catalanes de las piedras sacan panes”. Trabajador, discreto, ordenado, austero, Casimiro Molins Ribot fallecía a los 97 años, dejando tras de sí una estela dura como el cemento que producían sus factorías pero con la flexibilidad añadida a él de haber puesto el corazón en el trabajo y aportado contenido humano a  la tarea empresarial.

Cementos Molins, la empresa que ha pilotado, tiene factorías en España, Túnez, México, Argentina, Uruguay, Bolivia y Bangladesh. Dentro del sector cementero español, Casimiro era el hombre de referencia. Vibraba con la industria. En su funeral, uno de sus nietos recordó que, siendo ya de edad avanzada, le entraba somnolencia después de comer pero si alguien decía algo sobre la fábrica despertaba como accionado por un resorte.  Llevaba la industria en la sangre, era su vida, sin que faltara tampoco alguna presencia en el campo financiero, como en el Banco Atlántico, o en el Popular en los tiempos pasados en que este banco era reconocido en España y fuera de ella como uno de los mejor gestionados. Entre otros reconocimientos personales y profesionales tenía la Creu de Sant Jordi de la Generalitat.

Si la vertiente empresarial es la más conocida, probablemente son más importantes otras. En primer lugar la familiar. Una gran familia en número (6 hijos, 24 nietos, de momento 30 biznietos) pero, sobre todo, esfuerzo constante por transmitir valores sólidos y realizar aportaciones positivas para la sociedad y las personas. Fomentó el espíritu de familia y a todos los suyos les manifestaba su amor con obras. En su lejano noviazgo en la inmediata posguerra se desplazaba en bicicleta por las carreteras de aquel tiempo desde Barcelona a Sant Feliu de Codines para cortejar a la que sería más tarde su esposa.  Al servicio de su enamoramiento ponía su entusiasmo por el deporte que le duraría toda la vida. Con los años atendería hijos y nietos. Cuando cumplió 80 años, tras una misa en Santa María del Mar todos los miembros de la extensa familia recorrieron las calles de Barcelona montados en sus respectivas bicicletas en una inusual carrera.

Procuró que los valores que trasmitía a su familia impregnaran la sociedad en su conjunto. Por ello creó fundaciones con los nombres de sus familiares más próximos, esposa y padres: María Teresa Rodó, Joaquín Molins Figueras y Ana Ribot. A través de ellas desarrolló una amplia labor, pero, justo es decirlo, ayudó o participó en muchas otras iniciativas en las que jamás aparecería su nombre o referencias a los suyos. Lo que hacía su mano derecha no lo sabía la izquierda. Soy testigo de cómo comprendía el esfuerzo de personas que trabajan por el reconocimiento social e institucional de la familia y los valores familiares, y los defienden abiertamente en la calle y en las instituciones de una sociedad a menudo hostil. Entender este patrimonio básico de toda la sociedad y apoyar era una muestra de clarividencia.

Por las ayudas que daba algunos lo han considerado un filántropo. Me parece inexacto, quizás porque muchos filántropos aportan dinero para iniciativas sin duda positivas, pero el objetivo es el ser reconocido. No era el caso de Casimiro Molins. Daba sin esperar retorno o contraprestación y poniendo a los demás por delante de sí mismo. Era generoso. Quizás lo único que exigía, sin decirlo, era que la persona que le pedía fuera digna de confianza.

Tenía un gran sentido de la ecuanimidad. Recuerdo un detalle. Me pidió en cierta ocasión para uno de sus nietos que le consiguiera una película ya desclasificada de la Guerra Civil Española, “Morir en España”. Es que había visto “Morir en Madrid”. Esta última era propagandística del bando republicano, y la otra del franquista. Quería que, como mínimo, tuviera las dos versiones.

“Miro” como se le conocía en la familia y algunos círculos de amigos, era una persona profundamente cristiana, de fe, miembro del Opus Dei, con criterio sobre el valor de la vida y de la muerte. Repartió amor, suavizaba las rencillas que surgen en la vida familiar y entre las amistades. Era un referente de los fabricantes de cemento y entre los industriales, pero por encima de los hornos giratorios del clinker de sus factorías latía un corazón  de carne.

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • ALFONSO GIMÉNEZ
    7 septiembre, 2017 12:54

    Precioso artículo sobre una magnífica persona, que en el Cielo debe estar, seguro.

    Y una puntualización «gramatical»: como el artículo está redactado en español o castellano, mejor escribir La Cruz de San Jorge de la Generalidad de Cataluña, en castellano, como en las publicaciones en catalán escriben Premis Castella i Lleó de les Lletres en el dia de Sant Jordi o Premis Príncep d´ Astúries o premis de l´Acadèmia de Belles Arts de Sant Ferran a Madrid o Dia de Sant Jordi a Saragossa, patró de l´Aragó, etc.

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