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Cien años de gratitud: Teresa de Calcuta

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Queridos hermanos y amigos: paz y bien.

Era pequeñita en su estatura física, y descomunal en su estatura espiritual y moral. Dios esperaba en los arrabales más increíbles de Calcuta a esta albanesa, esos por los que transitaba la muerte con todos sus rostros. La pobreza con sus nombres más variopintos se hacía presente en los despojos humanos que mal morían en el camino anónimo de un callejón cualquiera. Los niños sin padre, sin madre, sin nadie. Los leprosos de todas las lepras. Los sidosos de todos los sidas. Un horizonte terminal para tantos que sin saber por qué no habían podido dar comienzo a su dignidad primera.
Asomada a esta realidad, la Madre Teresa de Calcuta de pronto se sintió llamada, o por mejor decir, sintió que la volvían a llamar. Dios no se contradecía, sino que hacía una historia con esta su hija, en la que poco a poco y de tantos modos, la fue preparando para la misión que Él la proponía.
Estamos celebrando los cien años de su nacimiento. Tuve la gracia inmensa de poderla conocer y hablar con ella, en Madrid cuando comenzaron sus hermanas en Leganés, y en mis años de estudios en Roma. Me quedaron dos anécdotas muy grabadas. La primera cuando mi ordenación sacerdotal. Por mediación de un querido amigo, me escribió una preciosa dedicatoria en inglés que conservo: "sé santo, Fr. Jesús, porque quien te ha llamado es Santo". Nunca lo he olvidado, y máximo cuando es el deseo orante de alguien que te invita a eso para lo que has nacido, y eso que ella vive también.
La segunda anécdota es una petición al Papa Juan Pablo II: "Santo Padre, déme un rincón en el Vaticano, y yo se lo llenaré de pobres por amor a Jesucristo". Y así fue. Soy testigo, cuando ella me recibió en Roma para contarme con evangélico orgullo esa realidad. Su casa allí, en el corazón del Vaticano, se llamó "Dono di Maria", don de María. Tienen cobijo los transeúntes de la vida: pobres de solemnidad, desahuciados de la sociedad, jóvenes confundidos, madres solteras, y hambrientos de todo pan. La Madre Teresa y sus hermanas Misioneras de la Caridad, se afanan como Marta y María a la vez, para acoger a tantos mendigos sin dejar ni un momento su adoración al Señor y su plegaria a Santa María.
El Papa Benedicto XVI ha escrito a las Misioneras de la Caridad con motivo del centenario del nacimiento de la Madre Teresa de Calcuta: «Confío en el hecho de que este año será para la Iglesia y para el mundo una ocasión de gratitud ferviente hacia Dios por el don inestimable que Madre Teresa ha sido en el transcurso de su vida y que sigue siendo a través de la obra amorosa e incansable que lleváis a cabo vosotras, sus hijas espirituales. Para prepararos a este año, habéis buscado acercaros aún más a la persona de Jesús, cuya sed de almas se extingue gracias a vuestro ministerio por Él en los más pobres de entre los pobres. Que este amor siga inspirándoos, Misioneras de la Caridad, para donaros generosamente a Jesús, a quien veis y servís, o lo que es lo mismo, a los pobres, a los marginados y a los abandonados».
La Madre Teresa ha tenido un secreto: la Caridad con mayúsculas, esa que se nutre en el Amor de Dios y que abraza a cada ser humano con un amor sólo digno de ese nombre. El amor a todo hombre, y en cada tramo: desde el no nacido hasta el anciano terminal, desde una princesa confusa hasta el paria sin patria ni hogar, desde el creyente que sigue su fe hasta el perdido que la busca a tientas. Que la Beata Teresa de Calcuta interceda por nosotros y nos haga testigos del Amor de Dios en el amor a los hermanos.

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