El Banco de Inglaterra acaba de anunciar la próxima emisión de un nuevo billete de cinco libras que llevará la imagen de Winston Churchill. Algo se ha revalorizado la figura del estadista inglés, al que en 1965 dedicaron una emisión de monedas de cinco chelines. Pero multiplicar por veinte su valor es una flaca plusvalía para el político mejor valorado de su país, y el único personaje, además de
Es difícil sobrevalorar la figura de Winston Churchill, un hombre que sintió una decidida e irrenunciable vocación literaria, a la que se dedicó a lo largo de toda su vida, que le proporcionó los medios necesarios para vivir durante los cincuenta años en que ocupó un escaño en el Parlamento británico –un puesto no remunerado- y que le valió en 1953 un Premio Nobel de Literatura que, descontando lo que pueda tener de honorario, hace justicia a sus méritos más allá de lo que se puede decir de otros galardonados. Dueño de un conocimiento intuitivo de los recursos de su lengua, y con un verbo rápido y demoledor que le ponía en el punto de mira de sus rivales en el Parlamento, cuando los restos del ejército británico, reducido y mal equipado, se retiraba a Dunkerque y todos, incluidos los amigos de
No es necesario resaltar ahora su figura durante los trece meses que se mantuvo sólo y firme frente a Alemania. Fueron trece meses de piedra, entre mayo de 1940 y junio de 1941 –cuando Hitler abrió otro frente en
Ya sabemos lo que pasó después: cómo, tras cinco años en el Gobierno, y próximo ya el fin de la guerra, el electorado lo sustituyó por su Ministro de Defensa privándole de la satisfacción de asistir a la victoria que él había hecho posible. “Fiel pero desdichado” dice, en perfecto español, el lema de su escudo familiar desde los tiempos de aquel Mambrú que se fue a la guerra.
Pero el interés de su figura hoy es otro, por una circunstancia en la que no solemos pensar: nacido en 1874, era un viejo político de sesenta y seis años cuando el Rey le encarga formar un Gobierno de Defensa Nacional. A los sesenta y seis años debería ser ya, dicen las estadísticas, un hombre en retirada. Pero nunca se plegó a las estadísticas, nunca retrocedió ante lo improbable: la huída del campo de prisioneros boer, recorriendo a pie, de noche, a escondidas y sin alimentos, los quinientos kilómetros que separan Pretoria de Lourenzo Marques; la supervivencia política tras el desastre de Gallípoli, la permanencia en el Parlamento durante cincuenta años, después de haber “cruzado la sala” de los Comunes, no en una, sino en dos ocasiones –del Partido Conservador al Liberal en 1904, y de vuelta al Conservador en 1925- (“Algunos cambian de parecer para no cambiar de partido, otros cambian de partido para no cambiar de parecer”), y, al final, lo más improbable de todo: llevar a cabo, a los 66 años, la empresa por la que se le recordaría cuando todo lo demás se hubiese olvidado. Y eso fue exactamente lo que hizo.