I) Abriéndonos paso en la selva conceptual bioética y biopolítica
La gente habla y opina sin parar sobre la vida y la muerte con la misma ligereza que sobre fútbol o moda. A veces con menos precisión en periódicos, cátedras y leyes que en los bares. No sólo se ignoran datos claves y no se llega a las cuestiones de fondo, sino que ni siquiera se entienden los términos básicos con los que se sentencia y pontifica. Se impone, pues, la necesidad de una mínima clarificación conceptual e histórica. Así empezaremos a captar el contexto eugenésico, utilitarista y denaturalista que moviliza toda una agenda global antivida de radical manipulación o ingeniería social.
Antes de lanzarnos a definir una supuesta realidad llamada por unos y otros “eutanasia”, hemos de cuestionar el mismo uso de tal término. “Eutanasia” significa en su origen griego “buena muerte”, algo que unánimemente desean los seres humanos de cualquier época. En cambio, el uso de este término para expresar una opción particular y polémica evidencia un propósito eufemístico y artero: ocultar las verdaderas intenciones y graves consecuencias de toda una práctica sistemática que se anhela imponer subrepticiamente.
El término se halla tan extendido, que hemos debido usarlo en el mismo título. Al menos sirve para aludir, aunque de modo confuso, a una problemática que nos afecta a todos y que hoy se replantea con inusitada vehemencia por poderes públicos y grupos de interés: el final de nuestra vida terrena en situaciones consideradas muy difíciles. Lo que de verdad resulta polémico en la “eutanasia”, es la pretendida licitud de la complicidad con el suicidio en una amplia gama de situaciones y, en última instancia, con el exterminio “eugenésico” de muchos seres humanos cuya vida se desprecia radicalmente. Da igual que tal desprecio homicida por la vida humana más débil se manifieste con descaro o que se intente camuflar bajo un tupido y cínico ropaje de buenas intenciones y garantías.
Utilizaremos con cautela la expresión “eutanasia” en la versión de los que la enarbolan como práctica buena, necesaria y amparable por los estados. En este sentido, la “eutanasia” no viene a expresar actualmente ni la genérica buena muerte que todos deseamos, ni la “muerte digna” machaconamente publicitada por sus promotores. ¿Cómo va a ser una “buena muerte” o una “muerte digna” la que consiste en exigir desesperadamente que nos maten lo antes posible? La aceptación política de la “eutanasia” representa el sistemático homicidio impune de seres humanos cuya vida ya no se considera valiosa. Aunque en sus primeras propuestas se prometen varias precauciones, en cuanto el movimiento eutanasista se asienta en las leyes y costumbres, sus víctimas cubren un espectro cada vez más amplio de la población y no tienen que ser necesariamente enfermos terminales ni ancianos. El Protocolo de Groningen, sólo en función de una hipotética “calidad de vida” futura, estipula ya la eutanasia para recién nacidos, acercando más visiblemente el eutanasismo a la práctica abortista. Además, las legislaciones eutanasistas llegarían a sociedades ya atravesadas por décadas de abortismo, por lo que agravarían la pérdida de respeto a la vida humana más indefensa y de valores y virtudes humanistas.
Los eutanasistas manejan como discriminativo el concepto de “calidad de vida”, como si la vida humana misma no constituyera el valor y la calidad básica para todos los demás valores y calidades. ¿Qué valores o calidades otorgamos a un cadáver, aparte del respeto de las honras fúnebres? Otro de sus asideros argumentativos es el de la “autonomía” individual, presuponiendo erróneamente que ésta es ilimitada y que siempre se va a respetar. Cada persona adulta y en uso de razón es la principal responsable de su vida, pero nadie es dueño absoluto y arbitrario de su vida, porque nadie se ha dado la vida y porque nuestra misma entraña social nos hace corresponsables e interdependientes. Hipócritamente, en sociedades y en sistemas sanitarios donde se controla y limita tanto la autonomía personal, se pretende apelar a una autonomía ilimitada cuando la persona es más débil y vulnerable y cuando se carece de mucha información relevante. ¿No limitan la autonomía del paciente las abusivas listas de espera para operaciones importantes, por ejemplo?. ¿Hay más “autonomía” para matar que para curar y cuidar?

Sí es de importancia primaria distinguir la “distanasia” u obstinación terapéutica. Los eutanasistas señalan este reprobable comportamiento como única alternativa si no se obedece a sus exigencias. Esta argucia no se sostiene. Prácticamente nadie defiende semejante práctica. Lo que el humanismo elemental enseña es el respeto incondicional a toda vida humana hasta su muerte natural, sin anticiparla bruscamente (matar) ni posponerla desmesurada y dolorosamente. Morir es algo natural, pero no el que te maten. Lo único admisible es que el tratamiento de un dolor rebelde e insoportable en un enfermo terminal aconseje calmantes o una sedación que pueda tener como doble efecto un acortamiento de la vida en su recta final. En este caso, la acción no busca matar (por acción u omisión), sino aliviar el dolor en una situación realmente extrema y definitiva.
“Eutanasia” fue retomada a comienzos del siglo XVII por el pensador y estadista inglés sir Francis Bacon. Desde Suetonio en el siglo II d. C. no se conocía otro autor que hubiese usado el término. Algunos interpretan que Bacon pretendía justificar el suicidio de enfermos con ayuda sanitaria. Tal mentalidad eutanasista se consolidaría si interpretáramos la obra de Bacon “Un anuncio tocante a la guerra santa” en clave de genocidio eugenésico. Pero otros estudiosos desmienten toda esta intencionalidad.
El término “eugenesia” fue puesto en circulación por otro “Francis” inglés: sir Francis Galton, primo segundo de Charles Darwin. Su pensamiento eugenésico le acerca al del también inglés y contemporáneo Herbert Spencer, creador del darwinismo social. El eugenesismo de Galton trasladaba “la selección natural” darwiniana del más fuerte a la selección artificial en la sociedad a favor también del supuestamente más fuerte o superior. Su mejora de la raza no podía sino basarse en el racismo y en el desprecio hacia los presuntamente “inferiores”. Sin escrúpulo alguno, desde comienzos del siglo XX se fueron creando asociaciones autodenominadas “eugenésicas”. Éstas abogaban por una amplia extensión de la eutanasia como única opción para evitar consecuencias apocalípticas. El origen y el destino eugenésico del eutanasismo son innegables.

En el siglo XX, aparte del más crudo y masivo eugenesismo y eutanasismo germánico de los nacional-socialistas, han destacado y mantienen una enorme influencia otros dos anglosajones: la norteamericana Margaret Sanger y el australiano afincado en Princeton Peter Singer. Sanger fue la fundadora de la principal multinacional abortista y eugenésica del mundo, la International Planned Parenthood Federation (IPPF). Sus descaradas teorías eugenésicas y racistas alarmarían a todos los contribuyentes norteamericanos cuyos impuestos van a las arcas de la IPPF por deseo de presidentes como Clinton u Obama.
Singer es fundador de la principal organización bioética mundial y el principal ideólogo animalista (proyecto“Gran Simio”y del más extremo utilitarismo abortista, infanticida y eutanasista. Sin embargo, cuando su madre enfermó gravemente y, según sus criterios, debería haberse sometido a la “eutanasia”, el propio Singer no aceptó perderla y tuvo que admitir que resulta más difícil cuando le toca a uno mismo asumir su doctrina eutanásica.
Como ejemplo actual, el editor del British Medical Journal, Tony Delamothe, apoya en su publicación el suicidio asistido y culpa de que no se legalice, a los impedidos que quieren seguir viviendo. Jack Kevorkian, el conocido “doctor Muerte”, se vanagloria de haber “ayudado a suicidarse” impunemente a ciento veinticinco personas. Tras una condena por matar directamente a un paciente, continúa su apología eutanasista como si se tratara de una celebridad.
Pese a la ejemplaridad del Juramento Hipocrático, en las sociedades precristianas o naturalistas había cierta permisividad con la eliminación de vidas no valoradas. Nunca, sin embargo, se produjo una sistematización tan letal como la del eugenesismo contemporáneo, propio de mentes postcristianas o descristianizadas. No olvidemos que vivimos en la época en la que más personas son asesinadas.

Como el abortismo, el eutanasismo forma parte del general movimiento eugenésico del control mundial de la población, basado en la falacia de la “bomba demográfica”, que hunde sus raíces en la ideología malthusiana y el darwinismo social. Pertenecen a tal entramado ideológico que intenta controlar toda vida y toda muerte: la antifamiliar ideología de género, la revolución pansexualista y las políticas de esterilización y anticoncepción masiva. Tanto el capitalismo de estado, el marxismo, como el capitalismo usurero multinacional entran de lleno en esta red ideológica, pues convergen en una antropología utilitarista en la que todo se dirime en dialéctica, lucha sin cuartel y victoria del más fuerte. La persona no es reconocida ni valorada por sí misma, sino sólo por su fuerza o su utilidad. Convergen los partidos marxistas, reivindicando o imponiendo legislaciones abortistas y eutanasistas, y los máximos magnates mundiales disfrazados de “filántropos” (Bill Gates, Warren Buffet, etc.), donando millones de dólares al abortismo, el generismo y a toda la subcultura de la muerte. Ésta, desde una mentalidad utilitarista y eugenésica, abre paso al eutanasismo global.
En conjunto, todo este eugenesismo emerge como un colosal e insensato ejercicio de artificioso control absoluto sobre las vidas humanas. Tan desmesurado control demográfico desde la vida naciente (con la anticoncepción y el abortismo) hasta la muerte (con la eutanasia eugenésica) sólo es aplicable mediante un férreo control de las conciencias, seducidas y reducidas a esclavitudes hedonistas primarias. Como se ha indicado en numerosos análisis, todo este horizonte se adelanta premonitoriamente en la novela de Aldous Huxley Un mundo feliz (“Brave new world”). Es, con mucho, el mayor de los imperialismos conocidos, porque está mucho más globalizado, es multinacional, transideológico, seduce y controla lo más íntimo de las personas y es profundamente prometeico y arrogante. Es la principal torre de Babel que introduce la mayor cizaña en la familia humana, pues corroe toda la confianza de la que se nutre el tejido social.
En fin, la “eutanasia” no es más que la aplicación eufemísticamente edulcorada del utilitarismo eugenésico ínsito en el darwinismo social y el malthusianismo político, no exento de frecuentes componentes racistas y clasistas. Es una ley de la selva descontrolada, antiecológica y recargada de hipócrita propaganda que invoca la “compasión” y la “dignidad”.
II) De la eugenesia a la eutanasia: la agenda global de manipulación social
La ideología eugenésica traza el camino de la eutanasia. Su imagen prototípica y propagandista es la de un anciano enfermo “terminal”, con sufrimientos insoportables y al que el estado no respeta su reiterado deseo de que le “ayuden” a morir. Contra tal deseo y autonomía individual conspirarían principalmente los sectores “conservadores” y sobre todo el clero católico. Aunque el personaje no fuese de avanzada edad, la película financiada por PRISA sobre el caso de Ramón Sampedro es un claro ejemplo de ese tipo de caricaturas sentimentalistas. En contra del sentir general de este tipo de enfermos, esta serie de películas (Mar adentro, Million dollar baby, etc.) elude las alternativas no violentas a la desesperanza en la que pueden caer algunas personas.
Para dar razones de la inviolabilidad de la vida humana basta un elemental humanismo, que muestra la belleza y el valor intrínseco de cada individuo humano. Si se abre la veda entre seres humanos, ninguno estamos a salvo. Cuesta frenar una espiral de violencia. Entenderlo no es específico de ninguna confesión religiosa, aunque generalmente la religión madura afianza el humanismo. En todo caso, es palpable que una sociedad descristianizada y entregada a tendencias irracionales, hedonistas y consumistas queda más expuesta a ceder en la defensa de la vida humana más débil. En todo caso, todos parten de una confesión, credo o cosmovisión, se digan ateos o budistas. A tenor de la saña con que se persigue imponer o ampliar legislaciones eugenésicas (abortista o eutanásicas), parece que el dios de la subcultura de la muerte es el fenicio Moloc, uno de aquellos a los que se ofrecían sacrificios humanos. Hay una entraña de aviesa espiritualidad en toda esta ofensiva mundial en algunos organismos de la ONU, parlamentos, gobiernos, medios de comunicación y de la industria cultural, grupos de presión, ong’s, partidos, etc..
La táctica eutanasista es análoga a la de la implantación del abortismo: se presenta sesgadamente y con gran orquestación mediática un caso extremo como representativo y sin ninguna alternativa que no sea el suicidio asistido y legalizado. A partir de tal caso particular, se legisla en general con la suficiente ambigüedad para que la práctica se desboque y descontrole, con pésimas secuelas para el equilibrio demográfico y la humanidad de las relaciones sociales. En consecuencia, la educación y la misma economía ven cavadas sus tumbas.
Por su parte, la sociedad, que en gran medida ha perdido el sentido vital y ve cómo se van desmembrando los lazos familiares, se ha hecho más intolerante y asustadiza ante la experiencia humana del dolor. También desfavorece el respeto a la vida declinante el que se pase por alto la posible depresión por la que atraviesa el enfermo que solicita una “eutanasia”. En lugar de tratar esa solicitud como un síntoma depresivo o como una petición angustiada de ayuda positiva, algunos quieren optar por la vía más fácil y expeditiva de suprimir la vida humana.
Los debates sociales suelen enredarse en un simplista “eutanasia-sí” frente a “eutanasia-no”. Pero la cuestión práctica no es de carácter mera o principalmente ético, sino de cariz político y jurídico. No se trata de decir sin más si es bueno o malo lo que se entienda por “eutanasia”, sino de si se sistematiza ampliamente y hasta se promueve con todo el peso de la ley una determinada práctica que nos presentan de un modo, pero que por experiencia sabemos lo que depara. Lo que realmente se debate, es la legalización de la “eutanasia” frente a la no legalización de ésta.

Si no se penaliza a nadie, a pesar de que se realizan prácticas “eutanásicas” o eugenésicas, no se pretende simplemente que no se penalice a quien las practique o que haya un amplio margen de permisividad al respecto. En buena lógica, esto puede darse por descartado. Lo único que puede pretenderse tan enconadamente bajo el estandarte de “eutanasia” o de “suicidio asistido” es una inconfesable promoción masiva y creciente de esta práctica eugenésica y diezmadora de las vidas más despreciadas. Para ello también se promueve el nihilismo, de suerte que muchos individuos lleguen a despreciar su propia vida.
Aparte de un malsano y visceral desprecio por ciertas clases de seres humanos, la prolongación de la vida de una cada vez mayor cantidad de personas dependientes en sociedades sin suficiente relevo generacional y empobrecidas en valores solidarios, hace insostenible la economía y el esfuerzo por cuidar de los más débiles. Pero, si regeneramos los valores humanistas, retomaremos la vitalidad natalista y el respeto provida, y habrá recursos y motivación sobrados para cuidar de todos los seres humanos que lo necesiten. No se resentirá la prosperidad ni la humanidad.
En legislaciones como la española se pretende distinguir entre “eutanasia” y “suicidio asistido”. Como la primera se entiende más inaceptable, los eutanasistas han procurado insistir más en la segunda opción. En la práctica las supuestas diferencias se difuminan. Y, dado que los eutanasistas insisten tanto en alegar el debido respeto a la autonomía de quien quiere “ayuda” para acabar de inmediato con su vida, la cuestión deriva en si despenalizamos el suicidio asistido. Lo peor es que el suicidio “asistido” fácilmente degenera en suicidio incitado, provocado y hasta sutilmente impuesto. La promoción del suicidio parte de difundir la idea de que se es una mera carga social. Se entiende mejor en el contexto de unas culturas en plena crisis de identidad. En ellas ya está en marcha cierto suicidio cultural y espiritual, acompañado del más claro suicidio demográfico. La tasa mundial de suicidios consumados es alarmante: un millón anual. Frente a tantos suicidios de sanos y de enfermos, la respuesta no es la claudicación eutanasista, sino la del incondicional cuidado amoroso y profesional a todo ser humano. Además de beneficiar a los más dolientes, insufla esperanza y sentido a toda la sociedad.
Nadie deja de reconocer la importancia de los cuidados paliativos, ni siquiera los eutanasistas. Al menos ante la opinión pública no pueden dejar de hacerlo. Pero es obvio que la implantación del eutanasismo legalizado desincentiva la necesaria investigación y extensión de los cuidados paliativos. Ya se ha progresado mucho en este terreno. El problema es que no se han generalizado de acuerdo con las necesidades. No se estimula a los profesionales a dedicarse a esta noble área de la medicina. Con todo, el dr. Javier Rocafort, presidente de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (con 1.800 miembros), asegura que los paliativistas “saben cómo tratar el sufrimiento en la enfermedad terminal, sin necesidad de que alguien acabe con la vida de otro” (El Mundo, 10 de sept. de 2009, suplemento de salud, p. 8).
III) El laboratorio andaluz del eutanasismo español

En tal contexto internacional España, gobernada por un partido de tradición marxista como el PSOE, destaca enormemente por el brutal incremento del abortismo en la última década (incremento al que no se atrevió a poner freno el anterior gobierno del Partido Popular). En crecimiento del paro y del aborto España deja muy atrás a cualquier otro país europeo. Correlativamente, su deterioro educativo es casi igual de destacado. No obstante, también en España se mantienen las resistencias al eutanasismo o eliminación masiva de vidas “no deseadas”. El abortismo viene a ser un eutanasismo eugenésico de seres humanos “no deseados” (“embarazos no deseados”), pero la “eutanasia” postnatal se puede llevar por delante a cualquiera de nosotros. Por ello, se tiene más cautela, consciente o inconscientemente. El gobierno “socialista” ha manifestado hasta fechas recientes su intención de legalizar la “eutanasia”. Recuérdense las manifestaciones del ministro Bernat Soria. Sólo por motivos electorales el gobierno ha pospuesto para una próxima legislatura su eutanasismo confeso, sobre todo ahora que se ha embarcado en una legislación aún más extremamente abortista.
Por ello, de momento pone a prueba una legislación de inspiración eutanasista en uno de sus feudos electorales: la sufrida Andalucía. El caso autóctono aprovechado para forzar el debate fue el de Inmaculada Echeverría. Se alegó un gran vacío legal (a favor de la “eutanasia” o suicidio con complicidad médica). Sin embargo, el testamento vital de 2002 ya evita la prolongación artificial y desmesurada de la propia vida. Y lo no regulado por la ley estatal, lo orientan los códigos de buena práctica médica. El proyecto “socialista” de la Junta de Andalucía insiste en hablar del “proceso de muerte”, en lugar de reconocer que se trata del proceso final de la vida. Abunda en el estereotipo de “muerte digna”, sin considerar que lo digno reside en la vida misma. Da a entender que la “eutanasia” se valora como tratamiento del dolor. Pero ésta nunca es un cuidado paliativo. La Junta arguye la necesidad de esta legislación ante el creciente número de personas que alargan su “proceso de muerte”, con lo que deja entrever el inconfesable interés economicista de eliminar pacientes costosos. Confunde la dignidad personal con el ejercicio de una ilimitada autonomía, precisamente cuando la autonomía personal se halla más condicionada. No entiende que la dignidad, o valor intrínseco e incondicional, no depende de nada aleatorio, ni del comportamiento ni del ejercicio de la autonomía. La libertad se contradice cuando actúa contra sí misma, anulándose al aniquilar la vida en la que se sostiene. La autonomía desaparece, si se niega a sí misma negando el debido respeto a uno mismo, a la propia vida. Y desde luego, no hay autonomía, no se respira libertad, si no es en un ambiente de búsqueda y reconocimiento de la verdad sobre lo humano.

Así pues, en todo momento hemos de estar advertidos de que el estudio de la ortotanasia o buena muerte, como otras áreas de la bioética, se encuentra minado por una densa red de eufemismos y conceptos-trampa que enmascaran un veraz planteamiento de los problemas y de sus soluciones alternativas. Hay demasiados intereses y pasiones en juego, como para que en muchos sectores tales cuestiones se estudien y diriman con la sobriedad y el rigor intelectual debidos. Las cuestiones de bioética son de vida o muerte, nos implican a todos, marcan el progreso o el declive de la civilización y son un eje primordial sobre el que gira la política mundial. Dime cuál es tu bioética y tu biopolítica, y te diré quién eres. Y, si no sabes cuál es tu ética sobre el comienzo y el final de la vida, no sabes ni quién eres. Si dejas la bioética a los bioéticos y a los “políticos”, tu mente vive en otra galaxia, aunque sea en compañía de una multitud de extraterrestres mentales.
La bioética provida se denomina con razón “bioética personalista”, en oposición a la bioética utilitarista. Toda bioética digna de tal nombre es la comprometida con la defensa y la promoción de la vida humana, que es vida comunitaria de la persona. Todo personalismo comunitario y en general todo humanismo deben, hoy más que nunca, militar desde una bioética y una biopolítica providas, personalistas. Es imprescindible más empeño y perseverancia, más estudio y discernimiento y una mayor colaboración entre los diferentes sectores que conforman intercultural, interconfesional e interdisciplinarmente la defensa y la promoción de las vidas humanas más vulnerables y hostigadas. Así, el activismo de los movimientos providas y profamilias ha de articularse con la bioética personalista y las políticas centradas en el valor de la persona. Desde la acción de cabildeo o “lobby”, pasando por la labor de sanitarios, comunicadores, educadores e intelectuales, hasta los abnegados padres de familia y los consagrados a un ministerio espiritual, todos hemos de constituir un mismo cuerpo de regeneración del respeto incondicional a la vida humana, en el marco de un completo cuidado de todos los derechos humanos y de la justicia social más exigente. Pongamos a disposición nuestras mejores fuerzas para que España y otros países dejen de ser ejemplos de legislación antivida y antifamilia y retomen su vitalidad natalista, familiar y humanista.
Pablo López López es fílósofo personalista y provida