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El sueño de una noche de verano: ¿por qué el renacimiento?

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Renacer, del verbo latino renasci: volver a nacer. El Renacimiento es pues un volver a ser de aquello que en un momento ya había sido y había perecido. Es un giro de vuelta hacia los ideales que encarnaba el mundo clásico, un retorno al pensamiento y al arte de los tiempos más esplendorosos de la Antigüedad. Fue como un vistazo al retrovisor, que indica al conductor la posibilidad de cambiar de carril, dejar atrás el medievo y encaminarse hacia la Edad Moderna. Hoy propongo dar un paso más allá del arte que aquel periodo nos legó, buscando el porqué de su (re)aparición.

En primer lugar, y como parece bastante evidente, el Renacimiento surgió en las tierras que actualmente forman el norte de Italia, concretamente en la ciudad de Florencia. Probablemente, apareciera allí por su cercanía tanto física como histórica, y probablemente emocional, que sus habitantes tenían con los vestigios de aquel poderosísimo e inmenso imperio suyo que hacía casi un milenio que había perecido. Todavía hoy, Italia rebosa de arte clásico, y es de suponer que aquellas gentes aún medievales que comenzaron el camino hacia el resurgimiento de su esplendor, hallaran en él su punto de partida, al que al mismo tiempo aspiraban a llegar.

En segundo lugar, por el Humanismo. Nada se sostiene en el tiempo por sí mismo, y las corrientes artísticas no son una excepción: sin una base ideológica de apoyo, cualquier tentativa de cambio se queda en eso; en una mera tentativa, una pequeña balsa que intenta remar contracorriente y que acaba naufragando. El Humanismo dio una base teórica al Renacimiento y cambió la perspectiva con la que Europa miraba al mundo para siempre. Su principal característica y cambio respecto al periodo anterior fue su visión antropocéntrica de la vida, que coloca al hombre en el centro del universo, y hace de éste la medida de todo.

Me explico. La razón y fundamento del arte y de la vida deja de ser Dios (hecho que no significa que los humanistas fuesen ateos o quisieran acabar con la religión), es como un gran giro radical que hace el hombre, y gracias al cual comienza a contemplarse a sí mismo. Un ejemplo de este cambio se encuentra en la arquitectura: tomemos la imagen de una catedral gótica, alta, magnífica, grandilocuente y poderosa, es la imagen de la pequeñez del hombre ante Dios. A su lado, la basílica de San Lorenzo de Brunelleschi puede parecer más bien “bajita” y arquitectónicamente inferior, pero esta iglesia no busca que el hombre se sienta pequeño ante Dios, sino que busca la belleza unitaria en la arquitectura: la perfecta proporción de todo elemento con el conjunto. Todas las medidas del edificio son medidas aritméticas sacadas de un mismo patrón que se multiplica o divide según convenga en cada elemento. Esta armonía arquitectónica se equiparaba con la proporción del cuerpo humano, en el que cada elemento encaja perfectamente en el conjunto.

Con esta ideología cambia radicalmente la noción de artista y ésta es la tercera clave del Renacimiento, consecuencia de la anterior: la nueva perspectiva del artista y del arte. Durante el medievo, el artista era un artesano que con su obra, de talante marcadamente didáctica, servía a Dios. El artista del Renacimiento busca su propia complacencia artística y, a pesar de depender de los mecenas, su figura vive una gran liberación. La generación de pintores de 1420, según apunta el historiador del arte Anthony Blunt, adopta una nueva actitud en su oficio: para ellos pintar es representar el mundo de acuerdo con los principios de la razón humana, es decir, los principios antropocéntricos que ya se han comentado anteriormente.

La cuarta y última clave del Renacimiento es el mecenazgo y el coleccionismo. Los mecenas eran, en general, particulares que encargaban obras a los artistas. La familia Médici de Florencia es probablemente el caso más conocido de mecenazgo en el Renacimiento. El arte ya no era solo para Dios, sino que también era para el goce del hombre. Las familias más poderosas no solo hacían costosos encargos a los artistas más renombrados del momento sino que también adquirieron una inmensa cantidad de obras antiguas; un gesto esencialmente vanidoso pero que contribuyó enormemente a su posterior conservación. El coleccionismo propició un mejor conocimiento del pasado, al mismo tiempo que permitió a los artistas acercase más a él pues la mayoría de ellos podían visitar tales colecciones.

Para acabar y a modo de conclusión, creo que el merecido elogio del Renacimiento no puede ni debe cimentarse en el detrimento del periodo anterior. Es cierto que la Edad Media puede parecer oscura, pero es oscura a nuestros ojos que no han querido verla más que como un tenebroso tramite entre el clásico y el Renacimiento. Gran parte lo que fue el Renacimiento lo debemos al periodo medieval, a la importancia que este dio a la conservación de manuscritos sin los cuales Petrarca, Dante o Boccaccio no se hubieran podido inspirar para cambiar el panorama intelectual europeo. La historia tiene luces y sombras, pero somos nosotros mismos quienes las creamos.

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