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Hacia la economía del don

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 Publicado en La Vanguardia el 5-5-2013

En la sociedad hay un profundo malestar y preocupación por el impacto de una crisis que afecta a muchos aspectos de la sociedad. Se dice que es una crisis global por su alcance e intensidad. Una parte importante de la sociedad se empobrece y muchas familias viven con angustia el momento presente. Las dificultades económicas provocan sufrimiento y desazón en mucha gente. Hay problemas que alteran la cohesión social: despidos y paro, cierre de empresas, familias con dificultades para cubrir gastos básicos, precariedad laboral, emigración de jóvenes al extranjero por falta de perspectivas laborales, empobrecimiento de barrios… Muchos jóvenes creen que el futuro no les pertenece y las personas mayores temen por su presente. Hay motivos para la desesperanza y un gran pesimismo entristece a la sociedad.

Como cristianos no podemos ser indiferentes a esta situación. La profundidad de la crisis evidencia el agotamiento de un modelo económico basado en las ganancias abusivas y el crecimiento sin fin, en el ideal de ambición y optimismo sin freno que han regido las relaciones económicas en los últimos años. Los cristianos estamos llamados a la esperanza fundamentada en la vivencia de Jesús muerto y resucitado. Estamos convencidos de que otra sociedad es posible si adoptamos otros modelos de desarrollo y crecimiento económico. Nuestra compasión y misericordia nos mueve hacia la justicia y por eso queremos dirigirnos a la sociedad para trabajar juntos activamente a favor del bien común y del progreso de la humanidad.

Creemos que es posible otro modelo de economía y sociedad respetuoso con el medioambiente, sensible a las necesidades de las personas, atento a la cohesión social y fundado en virtudes que aspiramos a que sean públicas y compartidas. Hay que promover una comprensión de la economía fundamentada en el trabajo digno para todos, alejado de la primacía del lucro descarnado a costa de la dignidad humana. Frente a ideologías que conciben el mercado solo desde los principios de la economía basada en intercambios entre iguales, creemos que hay que incorporar la importancia de la justicia distributiva y social, la generosidad y el don, como fundamentos de la economía de mercado. Aspiramos a una economía social solidaria, preocupada por la justa distribución de beneficios.

El mercado, por sí solo, sin formas internas de solidaridad y confianza recíproca, no produce la función social y económica esperada. Consideramos que los poderes públicos del estado tienen que corregir los errores y las disfunciones sociales, y tienen que afrontar los nuevos retos del mundo actual, conscientes de que hace falta reexaminar y revalorizar su papel. Hacen falta nuevas soluciones, aunque defendemos la necesidad de un sistema de bienestar que dé protección a todo el mundo, pero de manera especial en los más desfavorecidos. Este es el patrimonio de valores sociales que queremos dar a las generaciones futuras.

No es posible progresar confiando solo en los puntos de vista económicos y técnicos. El desarrollo tiene que ser básicamente integral. Estamos convencidos de que la respuesta a la crisis también tiene que ser moral. Junto en las necesarias soluciones técnicas hacen falta respuestas morales de fondo. La creciente separación entre ricos y pobres, y el avance de las desigualdades no son solo el resultado de unas estructuras económicas y sociales injustas, sino también del predominio de una mentalidad egoísta e individualista.

Por eso, la actividad económica tiene que estar ordenada a la consecución del bien común. Toda decisión económica tiene implicaciones de orden moral. Creemos que las últimas causas de la crisis actual se encuentran en el debilitamiento de unas virtudes necesarias para organizar la sociedad considerando la primacía de las personas encima de los corderos.

Constatamos la ausencia de unos referentes morales imprescindibles para considerar humanizada la sociedad. Frente a la maximización del beneficio y la competencia sin freno, reivindicamos como patrimonio común: la solidaridad, la fraternidad, la cooperación y la colaboración. Creemos que éstas, propuestas como virtudes, tienen que presidir toda actuación pública.

Trabajar por el bien común es una exigencia de la justicia y de la caridad evangélica. Para hacerlo, nos hacen falta instituciones vertebradoras de la sociedad, desde la familia hasta las estructuras políticas. Creemos que estas instituciones tienen que orientarse a hacerla más humana y humanizada, prefigurando lo que consideramos que es el Reino de Dios.

Los cristianos tenemos que participar activamente en las mediaciones seculares para resolver los problemas de la sociedad. Defendemos la política como el camino plausible para entenderse y crear consenso entre puntos de vista diferentes. Constatamos con tristeza que los ciudadanos desconfían de un sistema político sometido demasiado a menudo a la sospecha de corrupción y amiguismo. Hay una importante desafección que aleja a las personas de la política y eso empobrece a la sociedad. Todas las estructuras e instituciones de la sociedad son perfectibles, pero sus limitaciones o defectos deben hacernos perder la perspectiva de su utilidad para ordenar la convivencia.

Hay que regenerar la confianza entre ciudadanía y política. Los actores del sistema deben asumir sus responsabilidades. El camino a recorrer comporta recuperar los valores básicos de la política, especialmente entender el poder como servicio; pero también hace falta una legislación que ayude a situar la acción política en beneficio del bien común. Para que la justicia social sea real, hacen falta en el gobierno de la sociedad personas justas, alejadas del interés personal a corto plazo, y orientadas al bien común.

Detrás de la desafección hay también problemas morales que empobrecen las instituciones de representación y acción política. El exceso de confianza en estas mediaciones ha hecho perder a los ciudadanos, en algún caso, el sentido de responsabilidad cívica. Hay que volver a hablar de compromiso social, como también hay que proponer una renovación moral de la sociedad para revigorizar las instituciones públicas para que se sitúen al servicio del bien común. Reclamamos este resurgimiento ético basado en el desarrollo de la libertad responsable de personas orientada a la convivencia y a la fraternidad.

Los cristianos hemos de saber proponer a la sociedad cuestiones que ayuden a emprender el proceso de renovación moral y saber escuchar lo que aquella pide. De nuevo hay que situar ante la mirada de los individuos virtudes como la solidaridad, el esfuerzo por hacer el bien, el compromiso y la honradez, entre otras.

Estas virtudes deben estar presentes en todos los ámbitos de la vida y tienen que transmitirse a través de la educación, la convivencia social, la cultura o la política. Sin estos referentes morales, y sin la gratuidad, la misericordia y la comunión fraternal, todos los esfuerzos serán limitados.

La Iglesia tiene que ser portadora de palabras de esperanza y los cristianos tenemos que dirigirnos a la sociedad para quien quiera escucharnos. Tenemos que saber testimoniar los valores sociales fundamentados en la práctica del amor gratuito y tenemos que criticar aquellas estructuras de pecado existentes en la sociedad, sabiendo ser constructores de alternativas viables. Tenemos la doctrina social de la Iglesia como eje básico donde hallar propuestas que dirigir a la sociedad para entender y combatir la actual situación.

Nos sentimos en comunión con la Iglesia comprometida con el ejercicio misericordioso de la caridad. Gracias al trabajo desinteresado de muchos cristianos, la solidaridad es activa y da frutos positivos entre los más desfavorecidos. La caridad no puede sustituir a la justicia negada; ni la justicia anula a la caridad. Ambas se complementan y potencian. La caridad complementa la justicia en la lógica de la donación y el perdón.

Nos sentimos al lado de aquellos cristianos y de aquellas personas que luchan por la justicia. Hacemos del compromiso por la justicia una experiencia que se sitúa justo en medio de la confesión creyente porque donde hay caridad y amor, allí hay Dios.

 

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