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¿Hay que hablar del infierno a los niños?

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Un padre responsable enseña a sus hijos que pasen con cuidado la calle para que no los atropelle un coche. Y si su hijo, ya crecido, es invitado a una boda que se celebrará en una ermita en la montaña, procurará no quitarle la alegría de ir a la boda, pero le advertirá que la carretera que tiene que seguir tiene curvas peligrosas y bordea un precipicio, no para amargarle el viaje, sino para que siendo prudente llegue sano y salvo.

Del mismo modo nosotros estamos invitados a las bodas del Cordero, al Cielo, lugar de felicidad y bienaventuranza, pero nuestro Padre celestial, precisamente porque nos ama y quiere que lleguemos, nos advierte del peligro de no llegar si no velamos, oramos, si no cumplimos los mandamientos o no nos abrazamos a las bienaventuranzas.

Un padre responsable, cuando educa a sus hijos en la Fe, no debe dejar de señalarles que en el camino al Paraíso hay peligros que hay que evitar porque podrían conducirnos al infierno.

A veces se dice que no hay que asustar a los niños hablándoles del infierno: A este respecto, observaba Lucía, la pastorcita de mayor edad de los videntes de Fátima junto con Jacinta y Francisco, ya canonizados, que determinadas personas, “siendo piadosas no quieren hablar del infierno a los niños para no asustarlos. Pero que Dios no dudó en mostrárselo a los tres pastorcitos, de los que una tenía apenas 7 años. Él sabía que ella se horrorizaría hasta el punto de causarle decaimiento”.

Alude aquí Lucía a la visión que tuvieron los tres niños en que vieron el infierno con demonios y almas de condenados y que les llenó de pavor (Fátima, 13 julio de 1917), aunque la Virgen les había confortado prometiéndoles que irían al Cielo. Mas el fruto de esta visión fue muy bueno para la pequeña Jacinta ya que entonces redobló sus oraciones y sacrificios, precisamente para evitar que los pecadores fueran a ese lugar de suplicio que tanto le había impresionado. Es decir esta revelación cooperó en su camino hacia una precoz santidad, ya reconocida por la Iglesia.

Y secundó la petición de la Virgen (que el santo Papa Juan Pablo II hizo suya) “Rezad muchísimo y hacer sacrificios por los pecadores, porque son muchos los que van al infierno porque no hay quien ore y se sacrifique por ellos”. (Fátima, 13 agosto 1917)

Esto muestra que la meditación sobre los castigos eternos es adecuada para hombres y mujeres, sean niños, jóvenes o adultos.

Hay que subrayar que la vida es camino hacia el Cielo. Pero sin dejar de advertir del grave peligro de acabar en el infierno, como Jesús nos advierte repetidamente en el Evangelio.

Es bueno destacar el camino del amor, pero no tenemos que caer en una suerte de angelismo, pensando que siempre somos sensibles a las voces amorosas, ya que somos de barro y a veces un sano temor puede refrenar nuestras tendencias negativas. Como con juicioso conocimiento de la psicología real del hombre dice San Ignacio de Loyola en su Libro de los Ejercicios: “Si el amor, por mi miseria, no me bastara, a lo menos que el temor de las penas me impida pecar” (cito de memoria).

Así tanto para mayores como para menores resulta saludable tener presente que el negocio más importante de nuestra vida es llegar al Cielo, y que eso que depende de cómo usemos nuestra libertad, no está, como algunos temerariamente afirman, garantizado hagamos lo que hagamos.

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