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La Biblia en su contexto: «El grito de Juan es el camino del retorno a la libertad» (Lc 3, 1-6)

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Contexto:

Muy interesantes los datos que nos proporciona el Evangelista Lucas (3,1-6) en la predicación de Juan el Bautista. Una figura que pocos conocen es “Tiberio Cesar”. Es un dato histórico y cronológico explicito y exacto, por tanto de suma importancia para la cronología de la vida de Jesús. Tiberio es el segundo emperador de Roma, nombrado en varios pasajes de los Evangelios (Mt 22,17, Mc 12,14; Lc 3,1; Lc 20,21-22; Jn 19,12). De carácter sombrío y desconfiado, se exilió voluntariamente en la Isla de Capri (año 26 d.C), donde pasó la mayor parte de su reinado. Judea estaba entonces gobernada por Valerio Grato y por Poncio Pilato. Tiberio expulsó a los judíos de Roma, molesto por un escándalo en el que se vio envuelta la matrona Fulvia; doce años después revocó este edicto y confirmó a los judíos en sus prerrogativas, rectificando los males que les habían causados los procuradores romanos. Herodes Antipas construyó Tiberias sobre el mar de Galilea, en honor del soberano.

El Evangelio dice que: “En el año quince de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes tetrarca de Galilea, Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abílene, en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lc 3,1-2). Lamentablemente, no es tan evidente la conclusión que se saca de esta indicación con respecto a nuestra era cristiana. Hay bastantes posibilidades de interpretación y yo personalmente me limitaré a la opinión del Padre A. Augustinovich: “Augusto murió el 19 de Agosto de año 14 d.C. Ese día, Tiberio le sucede oficialmente en el trono imperial. Según el computo romano, el decimoquinto año de Tiberio caería, en consecuencia, desde el 19 de agosto del año 28 hasta el 18 de agosto del 29 d.C. en algún periodo comprendido entre estos términos se tendría el principio de la actividad pública del Bautista. Sin embargo, hoy generalmente no se acepta esta suposición, por un lado, se compagina mal con el resto de la cronología de la vida de Jesús. Por otro lado, es menos probable que Lucas haya usado el cómputo romano. Parece mucho más natural suponer que haya usado el cómputo sirio y de la ciudad de Antioquía; téngase presente que Lucas es sirio de Antioquía, según Eusebio y san Jerónimo, además, este computo era usual también en Palestina desde los tiempos de los Seléucidas. Según este cómputo sirio, el año civil empieza con el día 1 de octubre, de manera que el primer año de Tiberio correspondería a esas pocas semanas comprendidas entre el 19 de agosto y el 30 de septiembre del año 14, y su decimoquinto año caería entre el 1 de octubre del 27 y el 30 de septiembre del año 28 d.C. Aquí, pues, hay que colocar el principio del ministerio del Bautista”.

Al inicio del Evangelio se nombran siete personajes, paganos y judíos, para indicar a través del número 7 que la historia está completa, no importa que sea pagana o judía, porque ambas son una realidad única (cf. Ef 2,14).

La Palabra de Dios fue dirigida a Juan en el desierto, el cual es un lugar vacío e inhabitable donde el hombre encuentra la propia verdad y la de Dios. Sólo su silencio es terreno adecuado para recibir su palabra. Juan habita en el desierto para indicar que el estado continuo de vida del hombre es el éxodo: debe salir constantemente de toda esclavitud y caminar hacia la promesa de Dios, sin ninguna garantía fuera de su fidelidad.

La actividad de Juan fue: “Por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados” ( Lc 3,3-4). El tema central de su predicación es la “metanoia” y que nosotros traducimos por conversión o penitencia. Etimológicamente, la palabra significa “cambio de mentalidad”, cambio en nuestra manera de ver y juzgar las cosas, lo que naturalmente llevará también a un cambio en nuestra manera de vivir y de actuar (c.f Lc 3,7-14). El bautismo de la metanoia es un rito penitencial que consiste en la inmersión en el río Jordán. El rito esta ordenado para el perdón de los pecados (c.f Mc 1,1-8). Naturalmente, la eficacia del perdón no proviene del rito mismo, sino de la conversión interior, de la cual es la expresión externa. El rito es precedido por la confesión de los pecados. Fuera de que era verbal (externa), no sabemos más nada sobre esta confesión. Probablemente se trata de un reconocimiento público y colectivo de los pecados del pueblo como en Neh 9,2-3, y como se practicaba en la comunidad de Qumrán en la admisión de los neófitos. Si era así, no se plantea la dificultad del hecho que también Jesús (que no tenia pecados individuales) se sometiera al mismo rito.

Juan recorre la región del Jordán, el umbral de la tierra prometida. Este dato geográfico también es teológico. Lo califica como el último profeta antes del cumplimiento de las profecías.

La predicación de Juan estaba escrita en el libro de Isaías: “Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,4-5; c.f Is 40). El grito de Juan es el camino del retorno a la libertad, a enderezar el camino, dejando de “delirar” para caminar derecho por el surco de su promesa, sin tergiversar continuamente en la duda y perdernos en lo que no es esencial.

La Biblia de Jerusalén dice: “Y todos verán la salvación de Dios”. En lugar de “todos”, el texto griego dice “sárx” es decir “toda carne”. Al decir carne en lugar de hombre, el autor subraya que se dirige a cada uno precisamente en su fragilidad, debilidad, limitación, pecado y muerte.

Actualización:

La misión de Juan estuvo marcada desde su nacimiento, su voz proclamaba el cambio de actitud que toda persona debía tener. También cada uno de nosotros al igual que Juan estamos marcados desde nuestro bautismo. Desde ese momento somos sacerdotes, profetas y reyes. Es imprescindible recibir la Palabra en lo más profundo de nuestro corazón para luego poder trasmitirla, nadie puede hablar de algo si primeramente no lo ha conocido. Quizás este es el gran problema de la gran cantidad de “misiones” que han fracasado en nuestra Iglesia. No nos hemos dado cuenta que lo primordial es conocer a aquel que es Señor y dador de vida, que se entregó sumisamente por la expiación de nuestros pecados y para traernos salvación. Sin ese amor a Jesús es imposible llevar la Buena Nueva.

Nuestro grito debe salir de lo profundo de nuestro ser, el mundo necesita de hombres y mujeres que puedan gritar a los cuatro vientos: “Jesús mi señor y redentor”

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