Viendo las maravillas de
Pero ¿puede convertirse
Veamos qué nos contesta una mística sencilla pero auténtica que canta en sus poesías las bellezas de
“Un día, mi Señor, como
quise verte de cerca y me llegué hasta ti
se abismó mi mirada por la inmensa llanura
a cuyo Dueño y Rey yo iba buscando.
Al ver la flor y el pájaro,
El estrellado cielo y la onda pura,
Exclamé arrebatada:
‘Bella naturaleza, si en ti no veo a Dios
no serás para mí más que un sepulcro inmenso’”.
(Santa Teresita del Niño Jesús, “Al Sagrado Corazón de Jesús”)
Viene a decir la santa que sin calor vital, sin un corazón que responda a nuestro corazón, todo el Universo se torna un inmenso vacío. También en el cantar de los Cantares, el alma busca como en un desierto a Dios, sin que le consuele de su ausencia ninguna criatura. Es común en los místicos rastrear en
Otro tipo de mística cae en cambio en confusión e identifica Dios con Naturaleza. Esta postura tiene implicaciones muy graves, que algunos que se aproximan a ella de un modo poético posiblemente no captan o no están en su intención, ya que si el hombre forma parte de la propia Naturaleza y ésta es dios, entonces el mismo hombre, o mujer, es dios: Ello lleva consigo que todo lo que sucede es acción divina, y los más espantosos crímenes de los hombres son acciones divinas, el pecado no existe y todo se puede justificar. Ello llevaría a una noción de un dios cruel e inhumano, pues sería autor de los más espantosos delitos [que propiamente hay que achacar al mal uso de una libertad de un hombre limitado y moralmente caído]). Sería una idolatría que puede conducir a resultados funestos.
Por otra parte, la concepción de una ‘Naturaleza-dios’ no resiste la evidencia científica, ya que actualmente los físicos están acordes en poner un inicio al Universo, el ‘Big-Bang’ o gran explosión. ¿Y antes de que existiera
Además, la aproximación panteísta [todo es dios, la naturaleza es dios] que invitaría a una identificación con la naturaleza, a una comunión con ella, resultaría muy ambigua: En efecto ¿habría que imitar a aquellos animales que se sacrifican por sus crías o a aquéllos que incluso devoran a sus hijos? ¿Habría que utilizar la fuerza bruta como hacen muchos animales o ser pacíficos como otros? Es evidente que sólo la razón iluminada por la fe puede discernir y seleccionar los buenos ejemplos del reino animal que elevarían al hombre.
Un naturalismo a ultranza nos llevaría a sacralizar los instintos y los impulsos espontáneos o ‘naturales’: Así, si experimento odio por una persona, si me someto a este sentimiento espontáneo y no voluntario, puedo acabar matando a esa persona con el agravante de creer que no he hecho sino seguir un impulso natural. Se puede caer en una noción inhumana de un supuesto ‘superhombre’ que dominaría de hecho como un superanimal [no olvidemos que la concepción nazi estaba teñida de panteísmo (véase cap. 12 de
Otra cosa nos enseña la fe cristiana que nos conduce a dominar nuestros impulsos elevándonos hasta amar al enemigo y hacer el bien a quien nos hace mal, llevándonos así a regiones sublimes en que realmente el hombre se diviniza. Para imitar los mejores ejemplos naturales, el hombre, la mujer, tiene que luchar con sus impulsos e instintos (nuestra naturaleza no es perfecta, sino una naturaleza imperfecta, caída, que hemos de tratar de superar y perfeccionar): éste es el verdadero camino de divinización tal como nos enseñó Jesús, “cargad con mi yugo, que su carga es suave y su peso ligero”.
En el libro de Job leemos que él no mandó su beso al astro lunar, no lo adoró, “lo que habría sido un grave pecado”. Del mismo modo adorar a
Por el contrario, ver en
“Los cielos dan cuenta de la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos.(…) Silenciosamente, sin palabras, sin que ninguno escuche su voz, por todo el universo se extiende su pregón”. (Sal 19, 2-5)