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San Ignacio de Loyola, III: Manresa

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Manresa

Íñigo sale de Montserrat y llega a Manresa el 25 de marzo de 1522. En Manresa había conventos de carmelitas, de dominicos, de clarisas y del císter. La basílica de la Seu era –es!– el emblema de la ciudad. En este entorno vivió Íñigo casi un año. Para acceder a la ciudad tenía que cruzar el Pont Vell y allí mismo había una cruz de término y la ermita de la Virgen de la Guía, patrona de los mensajeros. Según la tradición en este punto Íñigo tuvo una aparición de la Virgen que lo alentó a continuar la vida penitente que había iniciado en Loyola y Montserrat. La Guía fue un punto de devoción frecuentado por Íñigo.

La llegada a Manresa la hizo acompañado de una mujer, Inés Pascual, y de su hijo que encontró por el camino antes de llegar a la ciudad. Ella lo dirigió al Hospital de Santa Lucía para que se pudiera rehacer de la herida y descansar. Los hospitales de antes no eran centros sanitarios como los entendemos hoy, eran lugares de acogida y refugio de peregrinos, forasteros, indigentes, vagabundos, enfermos mentales, niños huérfanos… En este ambiente vivía Íñigo: comía poco, alimentaba a los pobres, tenía cuidado de los enfermos y peregrinaba por toda la ciudad… mientras buscaba un lugar para estar solo.

La precaria salud de Íñigo hizo que la estancia en Manresa fuera posible gracias a la ayuda de diferentes familias y mujeres devotas –conocidas como «Íñigues«– que le acogieron y auxiliaron mientras hacía vida de penitente y cuando estaba enfermo. El Hospital no le permitía a Íñigo la soledad que buscaba. Estuvo unos días en el convento de los dominicos, pero aquí sólo estuvo cinco días, aunque volvió un par de temporadas y «estaba en un cuarto donde seguía haciendo las siete horas de oración de rodillas, levantándose siempre a media noche, y todos los otros ejercicios mencionados».

Después probó en los bajos de una casa en la calle de Sobrerroca, en casa de Miquela Canyelles, donde dormía en la entrada, junto a la escalera. Tampoco fue un lugar que le satisficiera. Otra familia que lo acogió en dos momentos que estuvo enfermo fue la familia Amigant, que solía acoger enfermos y cuidarlos hasta que se ponían buenos en un espacio que llamaban l’Hospitalet, cerca de la antigua iglesia del Carmen. La matriarca de la familia, Ángela Seguí le ayudó en repetidas ocasiones.

El lugar adecuado para estar solo y meditar lo encontró en una cueva situada bajo la ermita de San Bartolomé, junto al Pont Vell, de cara al río Cardener, resguardada del viento frío del norte, escondida entre zarzas y desde donde se veía la montaña de Montserrat. Esta cueva no fue un lugar permanente de estancia, pero sí que encontró la soledad que buscaba para hacer oración y penitencia. Hoy se pueden ver unas cruces, supuestamente grabadas en la piedra por el propio Ignacio, en el lugar donde oraba y donde comenzó a escribir los Ejercicios Espirituales.

Íñigo salía de aquí para ir a ver personas que le podían dar consejo y atención espiritual. Así lo hizo con Joan Bocotavi, canónigo de la basílica de Seu, «hombre que le dijo un día que escribiera todo lo que podía recordar»; con Galceran Perelló, padre dominico, y con Alfonso de Agurreta, prior del monasterio cisterciense de San Pablo, «hombre muy espiritual». Otros lugares de oración eran las ermitas, las iglesias, las cruces de término las imágenes de la Virgen que había por los caminos …

Íñigo llevaba encima una cruz de madera con una inscripción latina que decía: Íñigo de Loyola llevaba esta cruz. 1522. Esta reliquia se descubrió en 1710 en la iglesia de Santo Domingo. Más tarde se guardó en el convento de Santa Clara y durante las desgracias de julio de 1936 desapareció.

Al principio su imagen de mendigo, de hombre que pedía limosna y un trozo de pan para él y para los del hospital, dejado, sucio, desgreñado, mal calzado y con un saco por capa le valió el mote del «hombre del saco«. La gente se lo quitaba de encima, le hacían burla, los niños le tiraban piedras… Pero él no se inmutaba: el antiguo militar sólo abría los labios para bendecir Dios. Con el tiempo se calmó esta tormenta y su vida de penitente no escapó a los ojos de la gente que se dio cuenta de que tenía un corazón que amaba: sus harapos de mendigo escondían un corazón misericordioso ya que dedicaba horas a visitar y atender enfermos, servía a los pobres del hospital en lo más repugnante, enseñaba catecismo a los niños… y del desprecio llegaron a la admiración. El «hombre del saco» no era un mendigo como los demás, ni un demente, sino un hombre de virtud, un santo. Quién lo tildó de hipócrita, mentiroso y farsante ahora se le arrodillaba a los pies.

Su estancia en Manresa puede dividirse en tres periodos: un primer periodo –desde que llegó el 25 de marzo de 1522 hasta mediados de julio– de calma, casi en un mismo estado interior; un segundo –que llevará hasta el mes de octubre– de enfermedades y terribles luchas interiores, dudas y escrúpulos sobre cosas pasadas; y un tercero –desde octubre de 1522 hasta febrero de 1523 que semarchó– de luces, consolaciones e ilustraciones divinas, que tuvieron por objeto el misterio de la Eucaristía y la Santísima Trinidad. En este período es cuando tiene el Rapto y la Eximia ilustración.

El 13 de diciembre de 1522, en el hospital de Santa Lucía, mientras estaba en la capilla, sufrió un «rapto espiritual» y estuvo ocho días y ocho noches, hasta el 21 de diciembre, inmóvil en el suelo. Parece ser que aquí recibió la revelación de la futura orden. La capilla se la conoció como la «Capilla del Rapto«. Por efecto de estas luces llegó a decir que «aunque no hubiera la Sagrada Escritura, él creería en los artículos de la fe sólo por la luz que había recibido en Manresa». La vida de penitencia y contemplación que llevó en Manresa hicieron que Dios «me instruyese como un maestro de escuela…, me hacía ver a Dios en todas las cosas…, me hacía contemplativo en la acción». Una placa lo recuerda: «San Ignacio orando en esta capilla quedó arrebatado, cayó el cuerpo en el suelo sobre los mismos ladrillos que hoy se ven y adoran. Subió el espiritu al cielo y vió la gran Religion que habia de fundar, bajo el nombre de Jesus, su blasón, su instituto, su propagacion en los dos mundos, sus empresas, conquistas y victorias; sus letras y santidad, y martirios. Ocho dias duró la vision. Lugar memorable por el rapto de san Ignacio, y por la revelacion de la Compañia de Jesus».

La más extraordinaria de estas gracias fue la que suele llamarse «Eximia Ilustración«, que recibió en la orilla del río Cardener, una de las veces que se dirigía al monasterio de San Pablo a ver el prior Alfonso de Agurreta. Cuenta que «se le abrieron los ojos del entendimiento, no que tuviera una visión, sino que se le dio a entender y conocer muchas cosas, y con una ilustración tan grande que todo le parecía nuevo y con una gran claridad de entendimiento». Desde ese momento Íñigo fue otro, «parecía como si fuera otro hombre y tuviera un intelecto distinto del que tenía antes».

El 1555, un año antes de morir, decía que «si juntara todas las ayudas que había recibido de Dios hasta entonces, no me parece haber alcanzado tanto como de aquella sola vez en Manresa». Y cuando se le preguntaba por algunas cosas introducidas a la Compañía, hacía referencia a «un negocio que pasó por mí en Manresa». Lo que allí vio, probablemente, fue el nuevo rumbo que había de imprimir a su vida: cambiar el ideal del peregrino solitario por el de trabajar en bien de las almas, con compañeros que quisieran seguirlo en la empresa. En este sentido deben entenderse las Meditaciones del Reino y de las Banderas, de los Ejercicios. Diego Laínez dice que en este tiempo de Manresa se coció «como la sustancia» de los Ejercicios Espirituales, que él practicó antes de escribirlos.

Este esbozo son recortes de la estancia de Íñigo en Manresa, ya que lo que le pasó de verdad sólo él lo sabe y pocas cosas dijo que nos hayan llegado. Pero lo que marcó la espiritualidad de Íñigo, de sus primeros seguidores y de multitud de personas alrededor del mundo han sido los Ejercicios Espitituals.

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El Libro de los Ejercicios Espirituales

Los Ejercicios Espirituales escritos por Íñigo tienen su origen en las experiencias vividas mientras estuvo convaleciente en Loyola y durante su pernoctación en Montserrat y su estancia en Manresa, entre marzo de 1522 y febrero de 1523. Probablemente las principales meditaciones fueron delineadas en Manresa, y eso fue lo que comenzó a enseñar a otros. En el proceso de 1527, en Salamanca, se habla del libro por primera vez, llamándolo el «Libro de Ejercicios«. El texto existente más antiguo es del año 1541.

Los Ejercicios Espirituales son una manera de examinar la conciencia, de meditar, de razonar, de contemplar; toda forma de preparar y disponer el alma, para quitar todas las afecciones desordenadas con el fin de buscar y hallar la voluntad divina. Básicamente es un programa de aprendizaje o manual de usuario –dicho en palabras actuales– para aprender a rezar, es decir, para obtener más provecho de la oración. Un libro hecho de los éxitos y fracasos de Íñigo en el período convulso que vivió Manresa.

Este texto no estuvo exento de polémica, ya lo comentamos en el primer escrito, y los mismos jueces de la Rota, en Roma, también lo examinaron y dijeron lo siguiente: «…como el dicho Bienaventurado Padre escrivió los Exercicios en tiempo que era idiota, y sin letras, nos vemos necesitados a confesar que la luz, con que los escrivió, no fue naturalmente adquirida, sino sobrenaturalmente infusa.» (Hay que tener en cuenta que la expresión idiota no tenía la misma connotación hace 500 años que hoy).

 

Lugares de devoción Ignaciana

Cruz y ermita de la Guía

Se encontraban al pie del camino que llegaba de Montserrat, junto al Pont Vell, justo antes de entrar en la ciudad. La gente oraba antes de hacer camino. Íñigo, como hemos dicho al inicio, tuvo una visión de la Virgen y fue un lugar que frecuentó para hacer oración.

Antigua cueva del Puig de Sant Bartomeu y actual edificio de La Cueva

Era un lugar donde durante el siglo XVI vivían ermitaños y en una de ellas se recogía Íñigo para orar sin ser visto y molestado y desde donde veía la montaña de Montserrat. Aquí inició la redacción los Ejercicios Espirituales. En 1750 se inician las obras de lo que ahora es el Santuario de La Cueva

Hospital de Santa Lucía

Lugar donde vivió Íñigo durante un tiempo y donde tinge el «rapto espirtual» que le llevará ocho días. Más adelante se hizo una escultura yacente de San Ignacio para recordar este momento. En los años 50, en el mismo lugar y aprovechando parte de los escombros, se reconstruyó la Capilla de Santa Lucía y se puso la escultura yacente de San Ignacio.

Antiguo Colegio de San Ignacio (hoy Museo Comarcal)

Al lado del Hospital de Santa Lucía se edificó un Colegio, el segundo de los jesuitas en Cataluña, y que tenía mucho prestigio. (El padre del escritor i poeta Josep Maria de Sagarra fue uno de los alumnos). Problemas políticos generales y municipales de todo tipo hicieron que los jesuitas, cansados, se fueran. Era el 1892 y se lo quedó el Ayuntamiento. En 1899, ante los gastos que tenían, lo cedieron los Maristas por 30 años, pero tampoco tuvo éxito y a los diez años se fueron. En estas dependencias hoy está la Capilla del Rapto y el Museo Comarcal.

Finca y Cruz del Tort

Era una cruz de término cerca de la Finca del Tort, junto al camino real de Barcelona por el Pont de Vilumara. Íñigo venía a rezar a menudo y tuvo diferentes visiones. Al marchar de Manresa en esta casa dejó el cuenco de madera que utilizaba para comer. Hoy se conserva en La Cueva.

La cruz se malogró, pero el medallón, donde hay una imagen del Santo Cristo, se llevó a La Cueva para guardarlo. El año 1627, la esposa de un notario fue a rezar a la «cueva» ante el medallón y se dio cuenta que de por las llagas de la imagen y de la corona de espinas manaba sangre. Se instruyó un proceso eclesiástico para averiguar lo que había pasado.

Iglesias, ermitas y conventos donde iba a rezar

La Seu, Convento de Santa Clara, Convento de los padres dominicos, Convento de San Pablo, Cruz y Ermita de la Virgen de la Guía, Capilla de la Virgen del Pòpul, Ermita de la Salud de Viladordis, Cruz del Tort, Cruz del Pla de Cal Gravat, Cruz de la Culla, Imagen de la Inmaculada en la calle de santa Lucía…

La Salud de Viladordis

En la ermita de la Salud iba a menudo y allí dejó Íñigo el cíngulo que llevaba para ceñirse el hábito. Hoy se conserva en La Cueva.

Casa Amigant

Este lugar es hoy un espacio de culto: la Capilla de San Ignacio Enfermo, se ha restaurado y en el interior hay una pintura de la familia Amigant cuidando el peregrino.

Pozo de la Gallina

Después de que Íñigo dejara Manresa la devoción popular estaba muy extendida y se empezaron a recoger datos para la canonización. El 1602, 80 años después, ocurrió el hecho de que a una niña se le cayó una gallina en un pozo que había en la calle de Sobrerroca y se le ahogó. La niña, por temor a ser reprendida, se encomendó a Íñigo y la gallina salió viva.

Puerta de la acogida

Es un monumento nuevo situado cerca de la antigua iglesia de los predicadores. De hecho la obra está dedicada a las Íñigues, las mujeres manresanas que de un modo u otro acogieron a Ignacio, podemos ver el cuenco donde dicen que comía cogido por unas cuantas manos o una reproducción de su propio cinturón; la misma textura rugosa de la puerta viene a representar la indumentaria que llevaba Ignacio y que dio lugar a ser conocido como «el hombre del saco«.

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Hay tanta información sobre San Ignacio y Manresa que es imposible reproducirla toda aquí. Quien tenga interés en conocer más datos que klike estos dos enlaces y encontrará una información muy exhaustiva.

http://arquitecturamedieval-jespi.blogspot.com.es/2011/10/ignasi-de-loyola-manresa.html

http://arquitecturamedieval-jespi.blogspot.com.es/2014/04/ignasi-de-loiola-ribadeneira-i-creixell.html

 

 

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