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San Juan de Dios, un loco apedreado y vociferante, dio origen a 300 hospitales

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Hace más de cuatro siglos y medio que apareció la Orden de San Juan de Dios. Su aportación a un mundo mejor y más humano es indudable, tanto en el pasado como en la actualidad: 1.250 hermanos, 40.000 colaboradores, 300 centros hospitalarios y asistenciales en 50 países de los cinco continentes.

La Orden hoy se divide en 28 estructuras territoriales, que incluyen 23 Provincias y 5 Delegaciones Generales. Entre sus hospitales y centros asistenciales los hay que sólo se ocupan de un servicio determinado (hospitales generales, servicios sanitarios de base, servicios para enfermos mentales para discapacitados, para ancianos…) y los hay que abarcan todos esos servicios.

Quien quiera conocer las estadísticas mundiales la Orden de San Juan de Dios puede hacerlo desde la web de la Curia General de la misma, bajándose el siguiente informe en PDF, que corresponde a la situación en el año 2003.

http://www.oh-fbf.it/Resource/LIBROSTATISTICHEASSISTENZIALI2003-SPA.pdf

¿Cómo nació esta oleada de progreso humano y social? Empezó con un hombre vociferante al que apedreaban por loco.

La vida errante de Juan Ciudad

Juan Ciudad nació el 8 de marzo de 1495 en la portuguesa localidad de Montemor o Novo (Évora). Aunque no están claros muchos de sus datos biográficos, se sabe que era hijo de una familia muy piadosa. Huérfano de madre siendo todavía un niño, su padre acabó ingresando en un monasterio. A los ocho años de edad, un clérigo le trae a España, concretamente al pueblo toledano de Oropesa, donde fue acogido por la familia de Francisco Mayoral, a la cual sirvió como pastor de su ganado durante casi veinte años.

Siendo un joven mozo decidió alistarse en el ejército, sirviendo en la Compañía del Conde de Oropesa, al servicio del Emperador Carlos V. Intervino en la batalla de Fuenterrabía, localidad fronteriza que había sido atacada por Francisco I, rey de Francia. Algo no debió salir bien porque Juan estuvo a punto de morir ahorcado.

Tras volver a Oropesa, es llamado de nuevo para servir al Emperador en la batalla contra los turcos en Viena (Austria). Regresó a la península por mar, entrando por Galicia, de donde fue a su pueblo natal sin encontrar a nadie conocido allá. Otra vez en España, llevó una vida errante por Sevilla, Ceuta, Gibraltar y finalmente Granada, donde se dedicó a vender libros de caballería y religiosos. En Granada fue donde el 20 de enero de 1539 murió Juan Ciudad y nació San Juan de Dios.

Contagiado por San Juan de Ávila

San Juan de Ávila predicó aquel día en el emeritorio del Campo de los Mártires, a la vera de la Alhambra. De la siempre demoledora y bíblica predicación de Juan de Ávila, vendría la conversión de Juan de Dios. Al principio le tomaron por loco, incluso hubo gente que le tiró piedras. El vendedor de libros salió del eremitorio gritando “Misericordia, Señor, que soy un pecador” y revolcándose por el suelo. Al destruir su librería y continuar comportándose de forma poco comedida provocó que le encerraran en el Hospital Real de Granada.

Precisamente, fue en este hospital donde San Juan de Dios tuvo oportunidad de ver el mal trato que se dispensaba a los enfermos, especialmente los que sufrían trastornos psiquiátricos. Cuando el propio San Juan de Ávila se enteró de que estaba recluido allá, fue a verle y logró sacarle. Nuestro Juan pasó a ser entonces discípulo del gran santo predicador, quien supo orientar todas las energías del converso hacia la buena obra que habría de emprender. Bajo el consejo de dicho mentor, peregrinó al Santuario de la Virgen de Guadalupe. A su vuelta permaneció con su maestro durante un tiempo en Baeza, antes de regresar a Granada, donde comenzó su obra de atención a pobres, enfermos y necesitados.

Partiendo de la nada, recogiendo a los más pobres

Empezó como quien dice de la nada. Muchos pensaron que aquello era una nueva locura, pero pronto llegó a comprenderse su verdadera cordura. Trabajaba, pedía, recogía a los pobres, se entregaba a ellos. Al principio de forma solitaria, mas poco a poco se le fueron uniendo otras personas, voluntarios y bienhechores.

Su forma de pedir era muy original: “Hermanos haceos bien a vosotros mismos”. Y es que, efectivamente, sabía que no hay mejor bien para uno mismo que hacer el bien a los demás.

San Juan supo ver que la mejor medicina para los enfermos a los que recogía era el amor cristiano. El buen trato llegaba a donde no podían llegar los conocimientos médicos de la época. Enseñó con su ejemplo que a ciertos enfermos hay que curarles el alma con amor, si se quiere obtener la curación de su cuerpo.

El 3 de julio de 1549 su hospital se prendió fuego. San Juan fue el primero en jugarse la vida para salvar a los enfermos que estaban dentro. Desde entonces adquirió, aún más si cabe, fama de santidad.

En enero del año siguiente, tras salvar a un joven que se estaba ahogando en el río Genil, enfermó gravemente. El 8 de marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se arrodilló en el suelo y exclamó: "Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo". Y así murió, de rodillas.

Había trabajado durante diez años hasta la extenuación, dirigiendo su hospital de pobres, con tantos problemas económicos que a veces ni se atrevía a salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que tenía, y con la humildad de un santo, reconociéndose siempre como indigno pecador a pesar de ser el mejor ejemplo de caridad cristiana entre sus coetáneos y conciudadanos. De tal forma que aquel que había sido apedreado como un loco, fue acompañado al cementerio por el obispo, las autoridades y todo el pueblo, aclamado como un santo.

Es beatificado el día 21 de septiembre de 1630 y canonizado el día 15 de julio de 1691, siendo declarado Patrón de los Enfermos y de sus Asociaciones en 1930. Es también Patrón de la Enfermería y de los Bomberos.

El amor de Dios, aún hoy, es el mejor ansiolítico

Aunque la medicina ha avanzado enormemente, el amor que viene de Cristo sigue siendo el mejor calmante, el mejor antibiótico, el mejor ansiolítico contra la enfermedad y la depresión. Un amor que, si se sabe transmitir, da sentido a la vida aun en medio del dolor y del sufrimiento. Un amor que es el mejor arma para combatir una cultura de la muerte que busca plantar sus reales en una sociedad que hoy, más que nunca, necesita beber del espíritu de San Juan de Dios.

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