He leído y oído tantas y tan discrepantes versiones acerca del significado de estas palabras, que la única conclusión a la que llego se puede resumir en una sola: babelismo. Quizá convenga viajar en el tiempo hasta la antigua Grecia, cuna de la democracia (y de la cultura) occidental, para encontrar significados claros y distintos, dejando de lado los racionalismos, incluido el cartesiano.
El Panteón (griego y romano) era el templo de todos los dioses, o sea, de todos los ídolos elaborados por la subcultura helénica, asimilados después por la romana. En un rincón del Areópago y de este ostentoso templo, del que quedan valiosos restos arqueológicos que espero que el caínismo yihadista no destruya como está haciendo con otros restos preislámicos, había un singular y humilde altar dedicado al dios desconocido.
Cuenta la historia que hubo un singular personaje llamado Sócrates, de cuya vida y obra sólo nos han llegado algunos fragmentos significativos, en su mayor parte gracias a sus discípulos más directos, pues dejó pocos escritos, y a quien se atribuye el oráculo “conócete a ti mismo”. No gustaba ni de los dioses ni de los mitos sofisticados que pretendían dar razón de todo sin razonar debidamente nada. Si hubiera existido la sopa de ajo, los sofistas seguramente habrían atribuido la receta a un oráculo del dios alilo, alelando a todo quisqui. Como Sócrates les ponía en evidencia diciendo “sólo sé que no sé nada, pues soy filósofo, no sofista” se ganó el odio de aquellos idólatras corruptores de menores que le llamaban ateo porque no adoraba a sus dioses. Paradójicamente, aquellos sofistas pueden considerarse de alguna manera precursores de todos los ateos, pasados y actuales.
Me pregunto si Sócrates ofrecía sacrificios en forma de buenas obras, basados en el desarrollo de principios éticos que, en buena medida, concuerdan con la ética natural a aquel dios desconocido. ¿Cómo habría reaccionado ante la elocuente disertación de San Pablo, que dio a conocer a los atenienses, después de “elogiar” con picardía su “gran religiosidad”, quien es el Dios desconocido al que unos pocos adoraban. Sea lo que fuere, considero que agnóstico es toda persona que en su yo más profundo adora al Dios desconocido, ofreciéndole todo tipo de buenas obras, y que mantiene su corazón, su inteligencia y su conciencia abiertos a la buena nueva del Evangelio. ¿Será Sócrates su patrón, aunque no santo? Una interesante pregunta socrática que cada cual puede responder, siguiendo el mencionado oráculo socrático, si quiere. Si prefiere encontrar la felicidad buscando no sé qué fuera de sí, tiene libre albedrío para hacerlo, aunque se engañe, encontrando esclavitud en lugar de libertad.
Yo prefiero a San Agustín, que llegó a la inteligente y bondadosa conclusión de que estaba buscando inútilmente a Dios fuera de sí mismo, y estaba dentro de sí mismo, llamándole desde una profundidad más profunda que su yo más profundo. Desde entonces, el amén de Agustín de Hipona duró toda su vida terrenal, y reconociéndose a sí mismo y a su Señor que le daba continuamente el ser, fue siendo cada vez más él mismo, hasta alcanzar la plenitud del nombre con el que Dios le llamaba siempre desde el principio: San Agustín de Hipona, Doctor de
San Juan Pablo II nos recuerda también que
http://www.churchforum.org/san-pablo-areopago.htm
http://www.diocesisdecanarias.es/pdf/confesionessanagustin.pdf
Un poeta muy popular, no gran místico, pero sí cristiano auténtico que reconocía sus muchas debilidades humanas y sus afanes mundanos, compuso hace siglos una sencilla poesía que me parece de valor muy actual y cuaresmal:
http://foro.catholic.net/viewtopic.php?f=192&t=24871&start=20