«Jean Guitton dice que la belleza humana es un reflejo del alma, y se aprecia ante todo en los ojos y en la sonrisa. Es algo interior que ilumina, es la unidad de la persona que resplandece en la belleza. La belleza no es solo epidérmica y externa, sino que es de toda la persona humana. (…) Leonardo Da Vinci afirmaba: “qué lindo es ver en el atardecer los rostros humanos, en esa luz disminuida”.
Hace poco fui a un velatorio de una pobre italiana y allí había albañiles, bolicheros, gente del barrio. El más afectado por su muerte era un médico radical, candidato a intendente de la zona, que lloraba desconsoladamente. Era un llanto muy especial; este muchacho cuando estudiaba era repartidor de pan, y la italiana lo ayudaba todos los días con diez o veinte pesos, sin que los uniera ningún parentesco.
Yo estuve hablando con él y de vez en cuando se le caía una lágrima, porque se le había desmoronado un pedazo de su mundo. Al lado del médico había un albañil mayor que tenía un hermoso rostro de dolor y serenidad superpuestos, se apreciaba allí una gran alma. Esto me hizo acordar a una historia que se relata acerca de Edith Stein, esa carmelita de origen judío alemán a quien mataron en un campo de concentración.
Los que la vieron cuentan precisamente esto: que estaba profundamente triste y profundamente serena, en una gran belleza espiritual.
Nosotros estandarizamos y apreciamos sólo algunas cosas, pero nos privamos de un espectáculo enorme de belleza, porque una vez archivada la primacía de la contemplación y convertidos a la primacía de la acción, vemos sólo un pedacito de la inmensa belleza del mundo.
Si ustedes leen a San Francisco de Asís captarán esta visión de lo hermoso del mundo, que es muy importante en este momento de tan tremenda confusión.
Si perdemos de vista el orden básico de las cosas y sólo vemos el desorden, no podemos tener esperanza.
La desesperación no se debe a que las cosas están absolutamente mal, sino a que nosotros vemos sólo un sector.
Hasta el adversario y el autor que rechazamos y aún el que nos combate pueden tener algo positivo que tenemos que aceptar.
Porque ninguna acción mala destruye en el que actúa mal toda su bondad.»
Emilio Komar, Curso de metafísica, vol. IV. Acto, potencia, devenir. Buenos Aires: Sabiduría Cristiana, 2009, 107-108




