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Me he portado bien y quiero…¡Libros!

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Ojalá muchas cartas así estas navidades. Algunas habrá, digo yo, que me gusta confiar en que aún hay esperanza. No sé cuántas serán, pero más allá del número, creo que no pinta mal la cosa, pues atisbo un resquicio para incrementar aún más las tropas lectoras.

Y es que hay que aprovechar la buena disposición de aquellos que rubrican en sus cartas la fórmula mágica de “lo que Sus Majestades quieran”.

¡Ahí! Ahí entramos en acción padres, tíos, abuelos, padrinos… todo tipo de agentes regaladores, pajes reales oficiales u oficiosos. Por supuesto, como Sus Majestades son muy generosas, siempre podemos complementar las solicitudes formales con regalos no solicitados como… ¿libros? ¡Por ejemplo! Las sorpresas añadidas siempre son bien recibidas, sobre todo si están pensadas con mimo, lo cual facilita aún más la buena disposición hacia el regalo.

No cabe duda, pues, de que son fechas de bonanza para los libros. Pero, ¡ay, amigos! Una vez alcanzada la venia, hallada la vía, se abre ante nosotros un mundo ingente de posibilidades. ¿Alegría o quebradero de cabeza?

Vamos a procurar evitar lo segundo y lo primero vendrá dado.

Ni que decir tiene que cada uno puede adquirir los libros donde guste, pero, aquí entre nosotros, todos sabemos que no hay color entre las grandes cadenas de librerías y las librerías independientes.

Suelen contar estas últimas con un catálogo bien curado, que no muere al palo del número incontable y asfixiante de novedades expuestas en pirámides que intimidan, sino que eligen con toda la libertad que les es posible los títulos que ofrecen, los autores, las editoriales… Su selección es ya una garantía de calidad para los lectores, pues los criterios no son puramente comerciales, sino que están relacionados con la calidad literaria.

En cualquier caso, contemos o no con la ayuda de nuestros inestimables libreros o de cualquier otra persona con el conocimiento y criterio suficiente para recomendarnos, podemos considerar, en líneas generales, tres aspectos fundamentales a la hora de escoger títulos de literatura infantil o juvenil.

En primer lugar, valoraremos la calidad literaria, que, por ejemplo, en el caso de una narración se traslucirá en un trama lógica y bien armada o, en el de la poesía, en la musicalidad y en el uso de metáforas y otros recursos poéticos.

También podemos fijarnos en la riqueza y el cuidado del léxico y en el empleo de un lenguaje sencillo y legible, pero bello y simbólico al mismo tiempo, que desarrolle su imaginación. Todo ello teniendo en cuenta el grado de madurez del lector, que no tiene por qué coincidir con las recomendaciones por edades propuestas por las editoriales.

Otro aspecto importante que es preciso considerar es la transmisión de valores positivos o, por lo menos, la ausencia de valores negativos.

Esto, que tal vez suene subjetivo, en realidad no lo es tanto, pues podemos acordar que es positivo todo aquello que ennoblece y eleva a la persona, que favorece su plenitud acercándola a la belleza.

No es necesario que toda lectura que les proporcionemos tenga una enseñanza o moraleja. Puede que un libro “simplemente” tenga como objetivo el entretenimiento y el disfrute —la principal función de la literatura junto a la función estética, no lo olvidemos—, pero, también en ese caso, deberíamos exigirle la calidad literaria y la ausencia de valores negativos cuando menos.

Es importante, asimismo, que el tema abordado, sea el que sea, se trate con delicadeza, no solo para el público infantil, sino también —y sobre todo, porque se olvida muy a menudo— para los adolescentes y jóvenes.

En la literatura infantil y juvenil, se da —en distintos grados y modalidades— una relación muy estrecha entre texto e ilustración. Las ilustraciones, según su calidad, pueden enriquecer la historia, hacer volar la imaginación del lector… o bien, empobrecerla o distraerle. Por ello, conviene prestar atención no solo a la calidad del texto, sino también a la de las imágenes que lo acompañan. “Las ilustraciones proporcionan al niño o joven lector andamios mentales a través de los cuales construir su conocimiento del mundo”[1]. De nuevo, la búsqueda de la belleza, expresión visible del bien y de la bondad, puede ayudarnos en nuestras elecciones.

El último aspecto, el menos objetivo de los tres, es considerar el gusto de los lectores. En cierta medida, garantizados los dos anteriores, es fácil que se alinee este tercero.

Hay cuestiones que pueden ser indicios para nosotros de que la lectura que elijamos, si las contempla, será del agrado del futuro lector. Así pues, podemos valorar que responda al gusto por el juego, por la fantasía o por el humor o que trate los temas que interesan en estas etapas (amistad, amor, deporte, aventuras…) y que estén adaptados a cada edad.

Es importante, en cualquier caso, no tener en cuenta en nuestra selección solo este criterio del gusto, o no tenerlo por encima de los dos anteriores, ya que, en realidad, la calidad literaria y la transmisión de valores positivos son los principales garantes de una buena lectura.

En De libros, padres e hijos, Miguel Sanmartín nos explica que “los libros, los buenos libros […] guardan, como pequeños joyeros, las llaves de un sin fin de puertas que conducen, todas ellas, a preparar el alma, a través del sobrecogimiento y la maravilla, para el conocimiento de aquello que todavía podemos esperar del mundo”[2]. Y nos insta a que “alimentemos su imaginación con buenos libros con la esperanza de verlos cumplir con su destino de hombres”[3]. Es evidente la trascendencia de elegir bien y de facilitarles buenas lecturas. Pero se acabaron los quebraderos de cabeza: calidad literaria, transmisión de valores positivos y gusto de los lectores. ¡Seguro que aciertan los pajes!

[1] Sanmartín Fenollera, Miguel. De libros, padres e hijos. Rialp. Madrid, 2022.

[2] Ibidem.

[3] Ibidem.

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