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Amor y odio

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El pasado 21 de septiembre tuvo lugar en Arizona el funeral de Charlie Kirk. En él, además de su viuda Erika y el presidente Donald Trump, se dieron cita más de setenta mil personas. Desde el primer momento, la muerte de Kirk no generó violencia ni disturbios de ningún tipo, sino más bien una suerte de despertar espiritual de miles de personas. La propia viuda relató que pudo ver cómo mucha gente que llevaba años sin rezar abrió de nuevo una Biblia, muchos volvieron a rezar después de tiempo sin hacerlo, otros asistieron a misa por primera vez en su vida. Siempre se ha dicho que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, y lo ocurrido tras la muerte de Kirk es la prueba más palpable de ello.

Lo más emocionante llegó cuando Erika Kirk subió al escenario, y entre lágrimas, y con un colgante de una cruz en el cuello, se dirigió a los allí congregados:

En la Cruz, nuestro Salvador dijo: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen. Yo perdono a ese joven, porque es lo que Cristo hizo. La respuesta al odio no es el odio sino el amor. Amor a nuestros enemigos y a los que nos persiguen.

El discurso de Erika fue la viva imagen de alguien que no solo ha comprendido, sino que lo ha integrado a la perfección, el mensaje de Cristo. Aquella mujer representó el claro reflejo del amor y del perdón con el que Cristo nos mandó edificar nuestras vidas.

Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: no repliquéis al malvado; por el contrario, si alguien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra (…) Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores. Mt 5, 38-48.

Bañada en lágrimas, pero con una serenidad digna de admiración, Erika perdonó de verdad al que Trump, instantes después, consideró su enemigo. Le perdonó sinceramente, no solo con palabras. Evidentemente, no me puedo meter en la piel de Erika, ni conocer sus más íntimos sentimientos. Pero escuchen ustedes su intervención y juzguen por sí mismos.

El mensaje del presidente fue radicalmente opuesto. Odio a mis oponentes y no quiero lo mejor para ellos. Lo siento, Erika. Esperanza y amor en el mensaje de Erika Kirk, frente a desesperación y odio en el de Trump.

Hasta cierto punto, las palabras de Trump son comprensibles. No queda lejos la campaña presidencial en la que, probablemente los mismos que ordenaron la ejecución de Charlie Kirk, intentaron acabar con su vida hasta tres veces. Hoy mismo, el presidente americano tiene que sufrir el odio de cientos de miles de compatriotas y el de otros muchos en el mundo entero. Por eso, hasta cierto punto, es comprensible su incapacidad (o su negativa) para perdonar. Pero comprensible no significa justificable. Se dice que Trump quiere la pena de muerte para Tyler Robinson, el presunto asesino de Kirk. Pero, ¿qué soluciona eso? ¿Va a devolverle a Erika a su marido? ¿A los pequeños huérfanos a su padre? ¿Va a impedir que cosas como la de Charlie Kirk vuelvan a suceder? No hace falta que diga yo cuál es la respuesta a estas preguntas.

El odio y la venganza siempre generan más odio y más venganza. No solucionan nada, sino todo lo contrario. Y si no, miren hacia Oriente Medio, a Israel y Palestina. El eterno conflicto, la eterna guerra alimentada por el odio de unos y otros y que parece no tener fin. El ojo por ojo, diente por diente.

el resentimiento es volver a sentir, una y otra vez, la ofensa recibida.

Charlie Kirk decía, según contó su esposa, que cada decisión deja una marca en tu vida. Y así es. En este caso, y en cualquier circunstancia de tu vida, puedes decidir perdonar o no perdonar, amar u odiar. Tú eliges. Pero elige bien, porque, efectivamente, tu decisión va a marcar el devenir de tu vida. Por supuesto, gracias a Dios, siempre hay segundas oportunidades. Pero cuando uno decide odiar, oscurece mucho su camino. Por el contrario, perdonar no solo libera al que ha cometido la ofensa. Libera también, me atrevo a decir que libera especialmente, al que perdona. No es nada agradable vivir con una ofensa a cuestas. De hecho, el resentimiento es volver a sentir, una y otra vez, la ofensa recibida. ¿De verdad eliges vivir así? Esto se ve muy bien en la película de Juan Manuel Cotelo, “El mayor regalo”. Véanla si no lo han hecho todavía.

A los pocos días del asesinato de Charlie Kirk hablé con un amigo por teléfono. Me decía que estaba viendo el telediario, y que se estaba poniendo enfermo. Todos hablaban, unos refiriéndose a los otros, de enemigos. ¡No!, imploraba amargamente mi amigo. ¡No hablamos de enemigos! No lo hagamos nunca. Ese no es el camino. Y tenía razón. El lenguaje es una herramienta muy poderosa, y quienes manejan los hilos del mundo lo saben. Quien domina el lenguaje domina la realidad. Cuidemos nuestro lenguaje, porque muchas veces ahí empieza todo: si nuestro lenguaje está marcado por el odio generaremos odio, si está marcado por el amor generaremos amor. Elijamos bien nuestras palabras.

En su intervención, Erika Kirk no cayó en el victimismo, ni en el odio, ni en la desesperanza, ni, mucho menos, en el deseo de venganza. Sus palabras fueron un testimonio desgarrador y a la vez sereno de fe, de esperanza y de amor. Trató de lanzar al mundo el mensaje de que las cosas no se resuelven mediante la violencia, sino mediante el diálogo, mediante la confrontación calmada de las ideas, mediante el amor, respetando siempre a las personas, perdonando.

El cristiano está llamado a transformar el dolor en ocasión de gracia y el odio en oportunidad de amar. Así, y solo así, se puede alcanzar la tan anhelada paz en el mundo. Y tú, ¿qué eliges? ¿Venganza, o perdón? ¿Odio, o amor?

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