En esta ocasión, El hombre y la hormiga nos recuerda lo fácil que es ver la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el nuestro. Una tendencia que Esopo nos recuerda en su fábula del pasado, pero que sigue siendo perfectamente válida para el presente.
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El hombre y la hormiga
“Se fue a pique un día un navío con todo y sus pasajeros, y un hombre, testigo del naufragio, decía que no eran correctas las decisiones de los dioses, puesto que, por castigar a un solo impío, habían condenado también a muchos otros inocentes.
Mientras seguía su discurso, sentado en un sitio plagado de hormigas, una de ellas lo mordió, y entonces, para vengarse, las aplastó a todas.
Se le apareció al momento Hermes, y golpeándole con su caduceo, le dijo:
-Aceptarás ahora que nosotros juzgamos a los hombres del mismo modo que tu juzgas a las hormigas”.
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Hermes, el mensajero de los dioses, nos trae una enseñanza elemental: antes de condenar a tu hermano examina al menos tus últimas acciones. Y después, ese es el añadido cristiano, compréndele y perdónale. Así, cuando tú también te equivoques, recibirás el perdón de los que te rodean, y por añadidura de Dios. Si antes de emitir un juicio contásemos hasta diez, otro gallo cantaría.
Antes de juzgar el actuar ajeno, juzga primero el tuyo



