En el evangelio de Lucas (13, 1-9) Jesús comenta dos “hechos de vida” acaecidos en su tiempo y que la gente interpretaba diversamente y cada cual a su manera. El primero, la brutal represión del gobernador Poncio Pilato sobre un grupo de galileos, pasados a cuchillo par las tropas romanas en el templo de Jerusalén, mientras ofrecían sacrificios de animales. El segundo, el derrumbe de una torre, junto a la piscina de Siloé, que había aplastado a dieciocho personas. La gente achacaba entonces esas “desgracias“ a un castigo del cielo por sus pecados, según las doctrinas retribuccionistas de los judíos. Jesús no está de acuerdo y corrige esta visión estrecha y reduccionista. No es indicio su muerte de que sean más pecadores que los demás. Estos sucesos – y los que a diario suceden- deben leerse como un aviso de conversión para todos en nuestra corta vida. Esta misma enseñanza la dio Jesús con el ciego de nacimiento (Jn. 9,2) “Ni éste ni sus padres pecaron, sino para que se manifieste en él la gloria de Dios”. Hay que interpretar los hechos de la vida a la luz de la fe, aceptándolos como signos indicativos de lo que Dios quiere. ¡SIGNOS DE LOS TIEMPOS!. Y lo que Dios quiere es que “el pecador (todos) se convierta y viva”. Sólo Dios es Justo y todos, absolutamente todos, necesitamos de perdón y misericordia, volviéndonos a Dios = conversión. La parábola de la higuera estéril en la que Cristo no halló fruto es un aviso para todos. La higuera es un símbolo del Pueblo de Israel (Os. 9.10); pero es también un aviso para nosotros cristianos, que formamos parte del Nuevo Israel. No basta estar bautizado, estar plantados en la viña del Señor, su Iglesia. Dios, como el dueño de la viña, busca principalmente que demos fruto de verdadera conversión. Obras son amores y no buenas razones.
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