fbpx

Vestirse frente a la cámara: “Get ready with me”

Familia

COMPARTIR EN REDES

Cada mañana, cada vez más personas —especialmente jóvenes— encienden la cámara del móvil antes incluso de mirarse al espejo. “Get ready with me”, lo llaman.

La intimidad se ha mudado a Internet.

Un ritual nuevo donde el acto más cotidiano como es el de ponerse la ropa se convierte en contenido disponible para todos.

El problema ya no es la moda ni la estética, sino algo más hondo: hemos olvidado que vestirse es un gesto íntimo.

Vestirse es una forma de pensarse. Porque vestirse —en su sentido más hondo— no es mostrarse, sino velarse con intención.

Aunque nadie lo diga, vestirse es una confesión silenciosa de quién soy, cómo me entiendo y cómo deseo presentarme ante el mundo. Cada prenda tiene un significado, cada elección dice algo de nuestro yo. Y, como toda confesión, necesita su espacio de recogimiento. Por eso, es tan peligroso que el misterio personal se diluya en un inmenso escaparate digital.

San Juan Pablo II, lo explicó con una lucidez impresionante: el cuerpo no es un objeto que tenemos, sino parte de lo que somos. No se puede “usar” sin tocar el corazón de la persona. Por eso hablaba del pudor como una “defensa del yo”, una forma de proteger lo más profundo de la persona frente a la mirada que puede convertirla en cosa. El pudor, decía, no reprime el amor sino que lo hace posible, porque preserva el misterio donde el amor puede florecer libremente.

Y es aquí donde el fenómeno de las redes sociales se vuelve tan peligroso. En ellas, todo se convierte en producto, incluso el propio cuerpo, sin a priori pretenderlo. 

Miles de “me gusta” a cambio de un pequeño sacrificio: ceder un trozo de intimidad. Y poco a poco, sin darnos cuenta, el valor de la persona se mide por su impacto visual.

“Pero no pasa nada —se dice—, es solo un vídeo de moda, no hay malicia.”
Seguramente no haya intención mala, pero la banalidad también erosiona el alma

Mostramos cómo nos vestimos, cómo nos desvestimos, cómo nos duchamos, cómo nos maquillamos, cómo nos despojamos del pudor, sin darnos cuenta de que esa exposición constante nos va deshabitando.

Poco a poco todo nos va anestesiando hasta que ya no distinguimos lo que pertenece al corazón y lo que pertenece al público. Puede sonar a tremendismo pero se nos roba sin darnos cuenta un espacio reservado donde resguardar la dignidad.

Cuanto más muestras, más existes, este es el lenguaje actual.

 El pudor —ese antiguo escudo de la dignidad— no era una imposición moral, sino una forma de libertad: la de elegir a quién dejo entrar en mi mundo. La ropa no es un mero adorno es una frontera entre el misterio y el mundo.

Tal vez sea hora de recuperar un poco de esa sabiduría del silencio. De volver a vestirnos sin cámara, frente al espejo, con gratitud por el cuerpo que Dios nos dio. De elegir la ropa no para generar clics o atraer miradas, sino para decir algo verdadero sobre nosotros.

No se trata de esconderse por miedo, sino de custodiar el misterio que nos hace únicos.

Cada prenda, cada elección, puede ser una forma de decir: “mi cuerpo tiene sentido, no precio”. La vestimenta puede ser una forma de encontrarme con el otro y no simplemente buscar producir una imagen de mí.

Lo que más anhelamos todos es ser mirados de verdad, no vistos.

Pensémoslo, en el fondo nadie desea ser consumido.

Por eso, quizás ahí, en ese sencillo gesto de escoger una camisa o un vestido sin necesidad de cámaras, empiece una nueva forma de pudor: la valentía de seguir siendo misteriosos en un mundo que lo exhibe todo.

¿Te ha gustado el artículo?

Ayúdanos con 1€ para seguir haciendo noticias como esta

Donar 1€
NOTICIAS RELACIONADAS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.