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La Biblia en su contexto: “Juan esperaba un Mesías fuerte y Jesús parece débil” (Mt 11,2-11)

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El texto de Mateo (11,2-11; cf. Lc 7,18-35) podemos dividirlo en dos partes:

1. La pregunta de Juan el Bautista (11,2-6)

2. El testimonio de Juan (11,7-11)

1. La pregunta de Juan el Bautista (11,2-6): De Juan no tenemos más información en el evangelio desde que Jesús supo que fue arrestado (4,12). Mucho se ha especulado y se ha hablado sobre la pregunta que Juan le manda hacer a Jesús acerca si era el Mesías. Juan se encuentra preso por haber reprendido a Herodes por la unión adúltera que tenia con su sobrina (cf. 14,1-5). A juicio de Ulrich Luz (El Evangelio de san Mateo,2001, pag 230): “la pregunta « (eres tú el que tenía que venir?» ha evocado diversos pasajes del Antiguo Testamento (Sal 118, 26; ls 59, 20; Hab 2,3, Gen 49, 10; Zac 9, 9) pero no hay una determinada expectativa mesiánica ligada a esa expresión. Mateo piensa probablemente en el dicho de Juan sobre «el más fuerte» que «Viene detrás de mí» (3, 11), por tanto, en el Hijo del hombre. Es decir, como 3, 11 hace referencia al “Juez del fuego”, así hay que pensar también aquí en el futuro de Jesús como Hijo del hombre y Juez universal. No es casual que el evangelista hable más a menudo de la venida del Hijo del hombre en los capítulos 11 y 12, donde aparece por primera en el horizonte el juicio sobre Israel (11, 19; 12,32.40)”.

Juan esperaba un Mesías fuerte y Jesús parece débil. La duda y la desesperación de Juan por verificar si Jesús era verdaderamente el Mesías tenían que ser muy grande. Para el Bautista, en palabras anteriores dice que Jesús bautizaría con fuego, lo que indica que esperaba un Mesías fuerte. En el período después del exilio se esperaba que Yahvé aparecería para llevar la historia a su consumación, y fuego sería la señal anunciadora del día de Yahvé (Jl 2,30). Los enemigos de Yahvé serían destruidos por el fuego y la espada. Según Is 66,24, el fuego que destruye a los enemigos de Dios es inextinguible.

La respuesta de Jesús no se refiere a su persona sino a lo que hace “Vayan y cuéntele a Juan lo que han oído y visto; los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva. Y dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo” (Mt 11,4-6).

San Juan Crisóstomo reflexionando acerca de la pregunta de Juan el Bautista dice lo siguiente “Sabía cierto que sus discípulos andaban envidiosos de Cristo; y que buscaban ocasiones para difamarlo. Pero ¿cómo no se avergonzó delante de la plebe judía a la que tan numerosas veces tan grandes cosas había predicado? ¿Ni de qué le iba a servir semejante misión para librarse de la muerte? Pues no se le había aherrojado por causa de Cristo, ni por haber proclamado su virtud, sino por haber reprendido a Heredes por su malvado matrimonio. ¿No se habría echado encima la fama de muchacho insensato o de un loco cualquiera? Entonces ¿qué es lo que sucede? Puesto que semejante duda no puede suponerse en Juan ni en hombre alguno, aun suponiéndolo loco, como queda manifiesto por lo antes dicho. Falta pues solamente que demos solución al problema. ¿Por qué envió a preguntar? Los discípulos de Juan no veían con buenos ojos a Cristo, y es cosa para todos clara que continuamente estuvieron movidos de envidia. Y se comprueba por lo que dijeron a su Maestro: Aquel que estaba al otro lado del Jordán contigo, de quien tú diste testimonio, está ahora bautizando y todos se van con él.

También cuando se suscitó entre los judíos y los discípulos de Juan la disputa acerca de la purificación y se acercaron a Jesús para decirle: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y tus discípulos no ayunan? Porque no sabían aún quién era el Cristo; sino que por sospechar que Jesús era sólo hombre -pero Juan más que hombre- les molestaba la celebridad de Jesús y que Juan fuera decayendo, como él mismo lo había predicho. Esto era lo que les impedía acercarse a Cristo, porque la envidia les cerraba la entrada. Mientras Juan estuvo con ellos, frecuentemente les enseñaba y exhortaba sin acabar de persuadirlos. Pero cuando estaba ya para morir, se empeñó más aún en persuadirlos. Temía abandonarlos en la ocasión de una falsa creencia y que por lo mismo fueran a permanecer separados de Cristo. Lo procuraba; y a los principios a todos los conducía a Cristo. Pero como ellos no lo obedecieran, antes de morir usó de mayor instancia. Si les hubiera dicho: Id a Cristo, que es mejor que yo, tan adictos le estaban que no lo habrían obedecido, porque habrían pensado que lo decía por modestia, y así más se le habrían apegado. Y si hubiera callado simplemente, las cosas habrían quedado en el estado en que estaban. ¿Qué es, pues, lo que hace? Espera hasta que a ellos mismos se les ocurre decir que Cristo hace milagros. Y aun entonces, no los exhorta a creer, ni los envía a todos, sino a dos que tal vez creía él que estaban más inclinados a creer; con lo cual la pregunta no estaría sujeta a ninguna sospecha. Podían así saber, por los hechos mismos, cuán grande diferencia existía entre él y Jesús. Les dice, pues: Id y preguntad: Eres tú el que viene o esperamos a otro? Por su parte Cristo, comprendiendo el pensamiento de Juan, no les dijo: Yo soy; pues aunque bien lo podía decir, pero quizá hubiera escandalizado un poco a los oyentes. Deja pues que por los sucesos mismos lo conozcan. Porque dicen los evangelistas que Jesús, cuando aquellos discípulos se acercaron, obró muchas curaciones. En realidad, si Cristo no quería proceder como acabo de decir ¿qué nexo existiría entre ser El preguntado y nada responder El, sino al punto curar a muchos enfermos? Ciertamente el testimonio por las obras es mucho más creíble, así lo juzgaba El, y mucho menos expuesto a sospechas que el de solas palabras. (Crisóstomo – Mateo 36)”.

2. El testimonio de Juan (11,7-11): Al marcharse los discípulos de Juan, Jesús les dice: “Cuando ustedes fueron al desierto, ¿qué iban a ver? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué iban ustedes a ver? ¿Un hombre con ropas finas? Los que visten ropas finas viven en palacios. Entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un profeta? Eso sí y, créanme, más que un profeta. Este es el hombre de quien la escritura dice: Yo voy a enviar mi mensajero delante de ti, para que te preceda abriéndote el camino.

Yo se lo digo: de entre los hijos de mujer no se ha manifestado uno más grande que Juan Bautista, y sin embargo el más pequeño en el Reino de los Cielos es más que él”. Jesús reconoce la obra profética de Juan al servicio del Reino de Dios, realizada con voluntad firme (¡no fue una caña!) frente a los poderosos. Fue el mayor de los profetas y su obra ha servido de preparación a la de Jesús, de acuerdo con la Escritura (Ex 23,20 y Mal 3, 1). Pero en cuanto que no llega a comprender el tipo de mesianismo de Jesús es el menor en el Reino, aventajándole, a pesar de su grandeza, cualquiera que acepte el mesianismo en la línea del Siervo.

Actualización

Cuantas veces oímos hablar de toda clase de palabrería, en nuestro entorno, Jesús no aparece por ningún lado excepto en los momentos más duros de nuestra vida cuando sí imploramos algún favor divino.

De algo debemos estar seguros, que Jesús es el Mesías que va a venir y ya no tendremos tantas penalidades, por lo pronto, lo mejor será que siempre estemos transitando por el camino correcto, el camino del bien.

A Cristo debemos anunciarlo por todos lados por eso nos dice San Jerónimo: "Eres Tú el que viniste", sino "eres Tú el que has de venir". Hazme saber a mí, que he de descender a los infiernos, si debo yo anunciarte también a los infiernos, o si está reservado a otro, que ha de venir, la realización de este misterio” (Catena aurea ES 4102).

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