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La esencia del cristianismo, una reflexión

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No es posible vivir los mandatos del Señor con un corazón de piedra. Se necesita un corazón de carne (Ez, 19-20) y esto significa la capacidad de experimentar sufrimiento en relación a los demás, en otras palabras, de sentir compasión. El corazón de carne significa esto. Es la posibilidad de asumir la cruz gratuitamente y en favor del otro, de los otros. Creo que este es el significado de la Encarnación, que muestra el camino de la compasión de Dios hacia el hombre y le señala la disposición para asumir la cruz, el sufrimiento por tanto por los pecados de los otros. Esto es la expresión concreta del amor.

En nuestra época, es fácil observar cómo se confunde el amor, especialmente entre un hombre y una mujer, con la pasión, y algo inherente a los jóvenes por razones de su edad se ha generalizado en una pauta común. Pero, confundir el amor con la pasión puede ser grave, porque el acto pasional entraña generalmente en sí mismo no solo desear al otro con una fuerza incontenible sino también un determinado sentido de posesión. Y si esto sucede se trata de la actitud contraria a la del amor, que significa, en último término, querer el bien del otro mediante el acto de donación por nuestra parte, es decir incluso renunciando a la persona que se ama si esto implica alcanzar el bien. Una de las condiciones más elevadas de la compasión es la de sufrir con el otro, es la del silencio. La compasión que necesita audiencia, digámoslo así, que necesita ser proclamada, pierde su valor o al menos gran parte del mismo. Amor en términos cristianos, que significa además a todos, incluidos los adversarios. La advertencia es clara, si sólo amas a los que te aman, ¿en qué te diferencias de los gentiles? De ahí que quien no esté dispuesto a sufrir en nombre del amor y del bien del otro no puede amar.

Todo esto es muy difícil y alcanzarlo sólo es posible a través de la gracia (Col. 1, 12-14). Sólo la gracia de Dios nos permite alcanzar la condición del amor cristiano, y esta gracia se debe manifestar en la vida de cada día a través de las virtudes, es decir del desarrollo de las prácticas, de los hábitos, de las dimensiones personales que permiten a cada uno superar las limitaciones que posee para realizar el bien. El cristiano debe encarnarse en virtudes porque si no corre el riesgo de que la gracia que dice asumir sea una imaginación suya. La gracia transforma, pero esta transformación no puede ser entendida como algo ajeno a la voluntad humana. Dios siempre opera a través de la libertad del hombre, también en el caso de la gracia, y de ahí la necesidad de una exigencia personal.

¿Y todo esto qué sentido tiene?, podemos preguntarnos, especialmente si uno no anda muy convencido. Básicamente, la respuesta tiene dos sentidos fundamentales: uno es el de la plenitud, el de la felicidad, el que da, y esto está absolutamente corroborado, ya que tiene más acceso a la felicidad que el egoísta; y el segundo y mucho más importante es el de la salvación, salvarnos precisamente a través del ejemplo del seguimiento de Jesucristo, de la cruz, de la donación, del corazón de carne que es el que permite la encarnación de Dios en el hombre.

Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos

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