fbpx

La médico de Sor Lucía: «Juan Pablo II siempre quería saber cómo estaba ella»

Iglesia

COMPARTIR EN REDES

Con motivo del estreno del nuevo documental de HM Televisión El Corazón de Sor Lucía, Forum Libertas publica una entrevista exclusiva con la doctora Branca Pereira Acevedo, médico personal de Sor Lucía dos Santos durante los últimos quince años de su vida. 

Su testimonio, tan íntimo como revelador, ofrece una mirada privilegiada al corazón espiritual de la vidente de Fátima y a la profundidad de una relación que transformó para siempre la vida de la propia doctora.

La ocasión no podría ser más oportuna: el 10 de diciembre se cumplió el centenario de las apariciones de Pontevedra, donde la Virgen y el Niño Jesús revelaron a Lucía la devoción al Inmaculado Corazón y la práctica de los cinco primeros sábados. Con este motivo, la Santa Sede ha concedido un Año Jubilar al santuario de la “Casa del Inmaculado Corazón de María”. 

En este contexto, el nuevo cortometraje y el testimonio de quien la acompañó hasta su muerte iluminan con especial fuerza la figura de una mujer cuya humildad, serenidad y fidelidad continúan inspirando a la Iglesia.

En la entrevista, la doctora Branca Pereira revive momentos decisivos junto a Sor Lucía: desde su profundo buen humor incluso en el sufrimiento, hasta su firme obediencia a Dios y a la Iglesia, pasando por su estrecha amistad con san Juan Pablo II, con quien mantenía un vínculo espiritual extraordinario.

Doctora Branca, usted tuvo con sor Lucía una relación muy cercana y muy cotidiana. ¿Cómo describiría, a partir de lo que vivió con ella, su personalidad? ¿Había algo especialmente extraordinario en ella que pudiera contarnos? ¿Cómo eran sus momentos cotidianos? ¿Qué destacaría de sus rasgos de carácter?

Sobre la hermana Lucía, solo puedo decir que era una persona completamente normal; quien no la conociera no diría lo que le había ocurrido, teniendo en cuenta el hecho tan significativo y tan grande que vivió. Pero mantenía una humildad, una sencillez y un buen humor que nos dejaban a todos realmente cautivados.

Ella solía decir, como santa madre Teresa: “Por fuera, como todas; por dentro, como ninguna”. Y ella era un ejemplo vivo de esa afirmación. Era sencilla.

En el Carmelo hacía el mismo trabajo que hacía cualquier otra hermana; no había excepciones para ella. De hecho, solo hubo un oficio que no llegó a desempeñar porque no quiso: el de maestra o el de superiora.

Se ocupaba de la cocina cuando estaba asignada a ese oficio. Se ocupaba de la ropa cuando estaba destinada a ese oficio. Era sacristana también.
Trabajaba en el jardín, ayudaba, confeccionaba… En resumen, hacía todo el trabajo que hacía cualquier otra hermana. Y en el trato era la sencillez y la alegría en persona.

Era una mujer sencilla; hacía en el Carmelo todo el trabajo que realizaba cualquier otra hermana. No había excepciones para ella. Solo hubo un oficio que no llegó a aceptar porque no quiso: el de maestra, la superiora.

Me llama mucho la atención que en la vida de sor Lucía el sufrimiento físico está muy presente. Usted, que convivió tanto con ella, ¿cómo encarnaba esa invitación que nos hace el Señor a vivir santamente los momentos difíciles?

Ella tenía mucha calma, mucha resistencia y mucha paciencia. Los sufrimientos físicos no le gustaban, porque ella no era masoquista; pero los aceptaba y los ofrecía por la conversión de los pecadores, fundamentalmente por el Santo Padre y por la conversión de los pecadores.

Sor Lucía hablaba con frecuencia de algo que hoy en día no está nada de moda, que es la mortificación. ¿Cómo entendía esta práctica?

Ayuda un poco lo que acabamos de decir del sufrimiento. Ella entendía la mortificación, sobre todo, cómo seguir la voluntad de Dios y decir “no” a aquello que muchas veces nos resulta agradable e incluso pecaminoso.

Por tanto, para ella, los principales sacrificios de mortificación eran negarse a sí misma, negar su propio ego, cumplir la voluntad de Dios y ayudar a los hermanos.

Esos eran los sacrificios que más valoraba.

Independientemente de eso, cuando venía un sufrimiento, lo aceptaba con la mejor buena voluntad y lo ofrecía como sacrificio.

Bromeaba incluso con su propio dolor. Recuerdo una historia que ilustra su carácter alegre y su buen humor.  En cierta ocasión tuvo un dolor ciático, porque tenía la columna vertebral muy desgastada y muy dañada.
Y como tenía esa ciática, decidimos —mi colega ortopedista y yo— aplicarle una faja de contención lumbar, para ver si conseguía mejorar. Ella aceptó enseguida, aunque decía en broma que no lo entendía.

Y cuando fuimos a ponerle la faja de contención lumbar, se volvió hacia nosotros muy sonriente, bromeando, y dijo: “Estos médicos no entienden nada. Yo me quejo de un dolor en la pierna y ustedes me aprietan la barriga”. Así era: sabía bromear incluso con su propio sufrimiento.

Además, dedicaba muchos momentos a la oración y la adoración. Le encantaba ir a hacer compañía a Jesús y adorar al Santísimo.

Era una persona profundamente dedicada a la adoración.

Para ella, la voluntad de Dios y ayudar a los hermanos eran los sacrificios más valiosos. Independientemente de todo, cuando venía un sufrimiento, lo aceptaba con absoluta buena voluntad y lo ofrecía.

Hoy, estamos inmersos en una sociedad que vive de espaldas al sufrimiento, ¿Cómo médico tuvo alguna conversación con sor Lucía sobre la eutanasia?

Ella era completamente contraria a la eutanasia; cualquier cosa que atentara contra la vida, no. Ni eutanasia ni aborto, de ninguna manera. La vida es un don de Dios; solo Dios tiene derecho a darla y a quitarla. La eutanasia en ningún caso era aceptable para ella.

Cuando hablábamos de cómo el mundo avanzaba negando la dignidad de la persona, ella siempre respondía: “Tenemos que rezar, rezar mucho”.

Estaba informada de todo lo que pasaba fuera del convento. Las carmelitas, aunque vivan en clausura, saben lo que ocurre en el mundo, y rezan diariamente por las intenciones que se les presentan y que necesitan esa oración. 

¿Qué le impresionaba más de la manera en que Sor Lucía integraba su fe en la vida diaria? En los momentos de salud más delicada, ¿cómo vivía esa fe? ¿Qué enseñanza le queda a usted como recuerdo?

Ella abrazaba el sufrimiento tal como llegaba. Decía que Dios no quiere vernos sufrir, pero que cuando el sufrimiento aparece, no se desperdicia: se ofrece por algo, sobre todo por la conversión de los pecadores y, en particular, por el Santo Padre. Siempre.

¿Hay algún episodio concreto que nos pueda contar, donde usted haya visto claramente la profundidad espiritual de sor Lucía?

Hubo muchos momentos. Ella podía estar bromeando con nosotros y, de repente, surgir alguna situación que llevaba a profundizar en la fe, y ella, como respuesta, tenía frases que parecían venir directamente del Espíritu Santo. 

Ella profundizó enormemente en la Palabra de Dios, en la lectura de la Biblia, y en el mensaje de Fátima, siempre en conexión con la Escritura. 

Sor Lucía tiene un libro, “Llamadas del Mensaje de Fátima”, que vale la pena comprar y leer con calma, rezando y meditando profundamente. Este libro refleja muy bien lo que ella tenía en su corazón sobre Dios, la Biblia y la Palabra.

Yo vi su Biblia estudiada, subrayada, con anotaciones y muy trabajada. Es más, ella me enseñó a estudiarla. 

Era allí, en la Palabra,  donde encontraba fuerzas entre tanto sufrimiento, incluidas ofensas de las que era objeto que le llegaban por mensajes y cartas al Carmelo.

Y aun así, nunca se desesperaba. Decía siempre: “Tenemos que rezar”.

Estaba profundamente asentada y sostenida por la Palabra, la oración y la adoración al Santísimo. Allí buscaba el contacto íntimo con Cristo y con Nuestra Señora. Era muy cercana, íntima y amiga de Él.

Respecto a la relación con san Juan Pablo II,  hemos visto en el documental esa imagen tan impresionante cuando llega el telegrama del Santo Padre y  lo lee…
¿Qué destacaría de la relación entre sor Lucía y san Juan Pablo II?

Era una relación muy cercana, muy íntima y de mucha amistad. 

Conversaban a través de mensajes. Además, fueron muchas las personas que venían del Vaticano a visitarla, manteniendo conversaciones con Sor Lucía y llevándola pequeños obsequios: un rosario, una imagen, de parte del Santo Padre. Ella también correspondía.

Yo misma fui al Vaticano en febrero de 2003 para dar noticias a Juan Pablo II sobre la salud de la hermana Lucía, porque él siempre estaba interesado en saber cómo se encontraba. 

Y, efectivamente, era un vínculo muy estrecho el que había entre los dos. Yo estuve en tres ocasiones con Sor Lucía en las visitas de Juan Pablo II a Fátima. Pero creo que cuando fue la beatificación de Francisco y Jacinta, vi una alegría que verdaderamente trascendía aquella conversación entre los dos. Eran una relación muy muy estrecha.

Por último, en una frase muy corta, ¿cómo describiría la relación de sor Lucía con Nuestra Señora, la Virgen?

Madre e hija. Madre e hija, en el corazón, una de la otra.

 

¿Te ha gustado el artículo?

Ayúdanos con 1€ para seguir haciendo noticias como esta

Donar 1€
NOTICIAS RELACIONADAS
No se han encontrado resultados.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.