Lo que hoy conocemos como ¨culto al cuerpo¨ no es algo nuevo. El mundo grecorromano manifestó un gran interés en su manifestación artística y lo cuidó en su vida ordinaria. Este modelo sería reproducido durante el Renacimiento y tanto el Barroco como el resto de movimientos hasta nuestros días han cuidado con mimo la expresión de un cuerpo joven y hermoso como signo de belleza convirtiéndolo en un modelo cultural asumido. La literatura no le anduvo a la zaga adueñándose de máximas como el ¨carpe diem¨ o el ¨memento mori¨.
Sin embargo, en la actualidad, esta imagen que aúna el cuerpo, belleza y juventud está llegando a adquirir cotas que rozan el paroxismo. Una sociedad posmoderna profundamente secularizada como en la que nos hallamos inmersos necesita de creencias y de rituales y entre otros los encuentra precisamente en este contexto.
Eleva a la categoría de ¨gurús¨ a ¨youtubers¨ e ¨instragramers¨ que ofrecen consejos y recetas milagrosas en forma de lo que ellos denominan ¨contenido¨ en el cual es necesario estar bien, ser o parecer joven y acercarse a la máxima lapidaria de nuestros días; ¨ser la mejor versión de uno mismo¨. Convierte el gimnasio en templo moderno. El sitio donde moldeo y transformo mi cuerpo para adecuarlo a una perfección establecida, pero también el lugar en el que interactúo socialmente, porque únicamente las personas que acuden a él entienden mi filosofía, y el lugar que sirve para medir mi estatus porque mi categoría social depende de poder pagar tal o cual cuota. Y por último en el pequeño halo de transcendencia que le queda se aferra al movimiento ¨new age¨, tan afín al control del cuerpo, en el que una suerte de panteísmo domina el mundo y en el que el individuo (nunca la persona) se encuentra inmerso, convirtiéndolo a él mismo en Dios, teniendo en su haber la llave de la eterna juventud.
Así, el culto al cuerpo se convierte en religión, predicada a diestro y siniestro en las redes sociales y celebrada en gimnasios por doquier.
No existe la vejez en este mundo perfecto que construimos cada día. La vejez se esconde, se retrasa o simplemente se evita. No es aceptable y no queda bien en la foto que acabamos de colgar. La enfermedad nunca aparece. El cuerpo perfecto nunca se enferma, la belleza no siente el latido de la frustración. El dolor no es admisible, no se puede permitir, arruina un determinado estado de cosas y no se adapta a las nuevas creencias y los nuevos rituales.
Mientras, en el hilo musical del ¨gym¨ Alphaville y su clásico ¨Forever young¨ suena a modo de himno. Jóvenes para siempre, aunque dejemos aquello que nos constituye como humanos por el camino. Jóvenes para siempre, aunque arrinconemos la experiencia en aras de la belleza y el confort. Pero siempre jóvenes.