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Piensa bien y acertarás (también en verano)

Familia

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Verano. Tiempo de descanso, de helados, de tardes largas y de intentar no derretirse en la acera. Pero también es un momento perfecto para hacer limpieza… mental.

Nos pasamos el año corriendo y preocupándonos por mil cosas, y cuando al fin tenemos un rato para respirar, descubrimos que, aunque estemos de vacaciones, seguimos estresados.

¿Por qué? Porque los pensamientos no se toman descanso si no les damos permiso.

Muchas veces hemos oído eso de que no nos afecta lo que nos pasa, sino cómo interpretamos lo que nos pasa.

También lo sabes tú: la clave está en la mente. Pero solucionarlo, ay amigo, eso es harina de otro costal.

Porque es más fácil seguir quejándose del calor, del jefe o de la vecina, que hacer el esfuerzo de mirar la de otra manera.

Y sin embargo, ahí está nuestra mayor libertad: en elegir qué pensar.

Todo es un desastre

No podemos evitar que surjan pensamientos negativos cuando algo nos sale mal.

Como cuando vas en una atracción de feria, empieza a moverse como una coctelera, y de pronto tu cabeza hace clic: “Esto no es normal, seguro que algo falla, ¿qué es ese ruido?”. Y mientras tú entras en modo pánico, el de al lado se ríe plácidamente.

¿La diferencia? No las circunstancias, sino lo que cada uno se dice a sí mismo.

Lo mismo pasa en nuestro día a día. Se te rompe la lavadora, tu marido tiene un mal día y lo paga contigo, tu hijo suspende tres… ¿Y qué haces? ¿Te pasas el día pensando “¡qué desastre!”

Se trata de no ser ingenuos ni de fingir que todo es perfecto. Pero hay que decidir si ese pensamiento te sirve o te hunde.

Como cuando elegimos qué comer: sabemos que si desayunamos donuts, comemos pizza y cenamos chorizo todos los días, acabaremos mal. Pues lo mismo con los pensamientos.

Pensar bien no es negar la realidad, es interpretarla con confianza en Dios e  inteligencia emocional.

Es cultivar pensamientos de gratitud, de confianza, de fe, de perdón. Es elegir lo que te hace respirar frente a lo que te hunde. Y sí, es difícil. Lo aceptamos. Pero como todo en la vida, lo bueno cuesta.

Cambia

San Pablo lo tenía claro: “Transformaos por la renovación de vuestra mente” (Rm 12,2). En otras palabras, cambia tu forma de pensar y cambiará tu forma de vivir.

Porque lo que piensas condiciona lo que sientes, y lo que sientes determina cómo actúas.

Si vas por la vida pensando que todo es un rollo, que todo es horrible lo será.

Pero si aprendes a enfocar lo bueno, lo que tienes, lo que puedes mejorar… ¡verás cómo cambian las cosas!

Este verano, además de cuidarte por fuera, broncearte y tomarte ese granizado, cuida tu alma y tu mente. Haz una limpieza de pensamientos, reza, ofrece tus preocupaciones.

Pregúntate si lo que estás pensando te ayuda o te amarga. Confía en Dios y en su plan.

Y recuerda: nadie puede pensar por ti. Tú decides qué pensamientos riegas y cuáles arrancas.

Tal vez, tú no eres lo que piensas que eres… pero lo que piensas, eso sí, es lo que eres. ¿Dale una vuelta, vale?

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