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Cuando el placer reemplaza la vocación al amor

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Una encuesta reciente de la compañía Womanizer ha arrojado datos que sacuden tanto las estadísticas como las conciencias.

En España, las mujeres figuran entre las más activas en autoplacer a nivel mundial.

Pero más allá del dato estadístico, lo que se manifiesta es una cultura del deseo sin guía, promovida por un feminismo que ha perdido el norte ético y antropológico.

En nombre de la “liberación”, muchas mujeres han sido conducidas a una visión empobrecida de sí mismas. Se les dice que apropiarse de su placer es un acto de empoderamiento, cuando en realidad, muchas veces se trata de un acto profundamente solitario y desconectado de la verdad de su cuerpo, su dignidad y su vocación al amor.

La masturbación femenina, normalizada y promovida como signo de autonomía sexual, es en realidad reflejo de una herida más profunda: la desvinculación entre libertad y verdad.

La masturbación es un acto desordenado

La doctrina de la Iglesia Católica es clara y coherente. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2352, afirma:

«Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. (…) El Magisterio de la Iglesia ha afirmado constantemente que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado.”

Esta enseñanza no se basa en un desprecio por el placer o una visión represiva de la sexualidad, sino en una profunda comprensión del sentido del cuerpo humano y del amor verdadero.

La sexualidad, enseñan los Padres de la Iglesia, solo encuentra su plenitud cuando es vivida dentro del don total de sí en el matrimonio, abierto a la vida y a la comunión. Fuera de ese contexto, el uso del cuerpo —incluso el propio— para la autosatisfacción, es una distorsión de su finalidad.

Del don al dominio

Hoy asistimos a una mutación del feminismo, que de defender la dignidad de la mujer ha pasado a promover una caricatura de autonomía basada en el rechazo del varón, del matrimonio, de la maternidad y del sentido trascendente del cuerpo.

Este feminismo, radicalizado y sin anclaje ético, ha hecho del placer sexual un campo de “liberación”, despojándolo de toda referencia al amor, al otro y a Dios.

Las campañas que promueven la masturbación femenina no solo rompen con la moral objetiva, sino que desvirtúan el verdadero empoderamiento de la mujer, que no radica en dominar su cuerpo como un objeto, sino en integrarlo con su alma, su vocación, y su capacidad de amar en plenitud.

Convertir el cuerpo en instrumento de placer individual es aislamiento.

El Papa Benedicto XVI, en Deus Caritas Est, recordó con lucidez:

El eros degradado a puro ‘sexo’ se convierte en mercancía, en ‘objeto’, y ya no puede constituir una forma de verdadera comunión.”

El lenguaje del amor verdadero

San Juan Pablo II, en su extraordinaria Teología del Cuerpo, enseñó que el cuerpo tiene una capacidad única: revelar el amor. No cualquier amor, sino el amor que se entrega, que se dona por entero. La genitalidad separada del don, del otro, de la apertura a la vida, no comunica amor, más bien encierro.

El problema de la masturbación, femenina o masculina, no está solo en lo que se hace, sino en lo que se deja de vivir: el amor verdadero, libre, total, fiel y fecundo.

Hay un camino más alto, mejor, más humano y más divino.

La cultura del placer inmediato

El aumento en el uso de juguetes sexuales, incluso entre adolescentes, es preocupante. Según el estudio, en España una de cada dos mujeres posee al menos uno, y quienes los usan tienden a masturbarse con más frecuencia. ¿Qué nos dice esto?

Nos habla de una cultura que ha reemplazado la formación del corazón y del carácter por la gratificación inmediata.

Se educa en el derecho al placer, pero no en la virtud de la castidad.

Se predica la autosatisfacción, pero no se enseña la vocación al amor que se dona. De ahí que la población confunda libertad con capricho, y deseo con amor.

A las mujeres que han creído que masturbarse las empodera, la Iglesia les ofrece una propuesta infinitamente más grande: redescubrir su dignidad como hijas de Dios.

La Virgen María, modelo perfecto de mujer, nunca buscó poseerse a sí misma, sino donarse plenamente a Dios y a los demás.

En ella, el cuerpo femenino alcanza su culmen de belleza y fecundidad.

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