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¿Quién va a recoger la antorcha?

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La muerte de Charlie Kirk nos llena, por un lado, de desánimo y por otro nos invita a la esperanza: sus dos hijas ahora huérfanas y su mujer viuda son un grito al mundo de que el mal existe, pero también son una exhortación urgente a contraponer ese mal con el bien.

Esta tragedia de alguna forma nos devuelve a la bella y antiquísima receta del capítulo 12 de Romanos: «Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis». Y remata San Pablo: «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien».

Son pocos los que portan bien alta la antorcha. Y ahora que yace postrada en el suelo, ¿quién la va a recoger?

Tan elocuente como la idea paulina es esa imagen desoladora que ronda hace varios días el ambiente en Estados Unidos, pero también en Europa: la antorcha está en el suelo y el mundo es de alguna forma más oscuro desde el pasado 10 de septiembre. Esa luz de Kirk −que no era luz propia, nunca lo es− que antes iluminaba los campus universitarios estadounidenses, ahora parece parpadear en la penumbra. No son muchos los tipos valientes que han hecho de la verdad su mejor compañía, los que se atreven a plantar cara al mundo y a defender con pasión lo que creen verdadero. Son pocos los que portan bien alta la antorcha. Y ahora que yace postrada en el suelo, ¿quién la va a recoger?

Me entendéis la metáfora, claro, pero también entendéis que no lo es: no basta con lamentarnos por la oscuridad del mundo, con recrearnos en la capacidad de los malos −más «astutos y sagaces» que nosotros, sin duda− ni con repetir frases de ánimo, como si fuésemos influencers de Mr. Wonderful. Lo decisivo es entender que la historia se juega en lo concreto de cada día, en la carne de hombres y mujeres que deciden ponerse de pie cuando todo invita a sentarse. Frente a esto, no es que el mal avance porque sea más fuerte, sino porque muchos de los que creíamos buenos se hacen a un lado, creyendo que su vida no cuenta, tratando de justificar que ya se encargarán otros. Y, sin embargo, ahí está la trampa: no hay gigantes en nuestro bando. Estamos tú y yo.

Somos nosotros, tan sencillos y falibles, los que estamos llamados a algo grande.

Al tiempo que esta trágica muerte nos cubre con sus sombras, la Iglesia, con su memoria siempre fecunda, nos ha propuesto este último mes la figura de dos jóvenes santos: Carlo Acutis y Pier Giorgio Frassati. La vida de estos dos jóvenes italianos, por los que siento una admiración genuina, es un testimonio asombroso de que se puede vivir en serio la fe en medio del ruido contemporáneo, sin esperar condiciones perfectas ni tiempos mejores. Acutis y Frassati, con su juventud bien dirigida −esto es, poseedores de una fe alegre y audaz−, vienen a recordarnos que nuestra realidad es providente, y que en ella debemos volcar todos nuestros esfuerzos. Somos nosotros, tan sencillos y falibles, los que estamos llamados a algo grande.

De hecho, basta una mirada rápida al parlamento −al nuestro y a todos los demás− para concluir que todos nuestros sueños acerca de un mesías político caerán en saco roto. La redención viene siempre de un sagrario, pero requiere de nuestra decidida participación. Por eso nuestro tiempo y el mundo que nos rodea están en manos de los jóvenes que estudian hoy, que trabajan hoy, que forman familias hoy, que fallan hoy y se levantan hoy y que pueden elegir, también hoy, si recoger esta antorcha caída.

Entre tanto bla bla bla el mundo todavía espera, huérfano de coraje, rostros que ardan y testigos que encarnen lo que proclaman.

La saturación de discursos publicitarios, campañas de marketing y packs ideológicos que se contradicen entre sí ha inundado nuestro mundo de palabras huecas, es verdad. Entre tanto bla bla bla el mundo todavía espera, huérfano de coraje, rostros que ardan y testigos que encarnen lo que proclaman. Por eso la antorcha que yace en el suelo pide una mano concreta que la levante. Ojalá, entre tanta torpeza, pueda ser la mía. Ojalá, entre ciertos desánimos, sea la tuya. En un tiempo que se regocija en la penumbra, solo una mano decidida portará la antorcha de la luz. La de Kirk, como la de Acutis y Frassati, lo fue. ¿Y la tuya?

En un tiempo que se regocija en la penumbra, solo una mano decidida portará la antorcha de la luz. La de Kirk, como la de Acutis y Frassati, lo fue. ¿Y la tuya? Compartir en X

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