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Justicia social (y VII)

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Tras publicar el artículo imprescindible para celebrar la entrada de Charlie Kirk en la Gloria del Padre, terminamos hoy la serie que veníamos desarrollando.

Empezamos destacando que todo ser humano tiene una dignidad intrínseca de hijo de Dios. No obstante, sufrimos en el corazón y aceptamos en la mente la machaconería con que nos la trituran desde las instancias del poder, como si fuera el nuevo deporte global para conseguir sacar de nosotros lo que ellos deberían conseguir por sí mismos, no robando, sino trabajando para la unidad de la familia humana, y no dividirla para dominarla.

Se está extendiendo, más que una concepción, un abandono de nuestra responsabilidad que como hijos de un mismo Padre tenemos todos para hacer fructificar los dones que Dios ha puesto gratuitamente en nuestro corazón. No es moco de pavo, pues Dios ha llegado incluso a dar su vida por nosotros, asumiendo todos nuestros pecados para −como Padre, Hijo y Espíritu Santo− ponerse a nuestra disposición, sometiéndose incluso a nuestra libertad.

Puesto que la salvaje pléyade de esos que nos impelen a vernos como chinches en cabello ajeno (esos temidos piojos de todo escolar) buscan confundirnos, somos ingenuos al poner nuestra confianza en sus políticos, que ellos eligen con astucia retorcida entre la purria más infame y que ponen estratégicamente para que, externalizándola, nos organicen la vida desorganizándonos.

Por si fuera poco, somos tan ilusos que, ignorando el clamor de tantos hermanos nuestros que desfallecen en enfermedades mentales a causa de trabajos rudimentarios y mal pagados −sin que les tendamos la mano como se debe−, claudicamos con la siempre absente firmeza con la que si fuéramos avezados deberíamos defender lo que es nuestro: la tierra, el cielo, la familia… que, lejos de comportarse como “humana”, está siendo devorada por los rapaces canes sedientos de poder. Y todos esos hermanos nuestros que caen testificarán pronto en contra nuestra cuando nos encontremos todos en el Juicio que el padre Todopoderoso un día ha de entablar.

Cual torrente sanguinolento

¿De dónde salen esos codiciosos depredadores que brotan cual setas por las esquinas y que nos fuerzan a bajar la cabeza y a abdicar de nuestros derechos como ciudadanos de una misma comunidad de hijos? No es extraño que de ahí surjan y se extiendan en un in crescendo los virus del aborto, la injusticia y la corrupción, pues todo lo que de ahí emerge es un más de lo mismo. Todos esos sectarios que nos acechan con solapamiento pervertido y palabras halagadoras van a poner finalmente el mundo que nos han robado en manos de Uno que les halagará su ego, sin advertir que están colaborando en la metástasis de un cáncer que tarde o temprano les acabará malmetiendo su alma, creada no obstante para ser eternamente feliz. Cegados de orgullo, en esa piedra tropiezan uno tras otro.

Casi ya al final del camino, la secta que domina y somete nuestro mundo que creemos libre, está moviendo los hilos puestos conscientemente en el ego de todos sus títeres a condición de que finalmente, cuando suene la corneta de la guerra tras considerar sus capitostes que el momento es llegado, cedan el poder que usufructúan a manos ajenas; esas manos siniestras del Dominador, el Hijo de Satanás, el Anticristo que un día se manifestará y actúa ya oculto entre nosotros para poner a todo hijo de mujer bajo las garras del “Príncipe de este mundo, que −como afirma Jesús− conmigo no tiene nada” (Jn 14,30).

Entonces, tras una leve y corta paz artificial, sabremos todos que aquel idílico reino de libertad que nos vendieron no era tal, sino que habrá decaído en dominación, donde “el humo de Satanás” se habrá ya extendido por todo el orbe tras contaminar la Casa de Dios, parafraseando a Pablo VI. De hecho, ya nos advirtió él de que “el humo del Infierno ha entrado en el templo de Dios” (discurso profético, ya en 1972). Si la Casa está podrida, ¿quién podrá devolver la paz al mundo? El Vicario de Cristo en la Tierra (el Papa legítimo que deberá enfrentar un antipapa) nos conducirá a las verdes praderas con tesón y sacrificio, asistido por Dios para, finalmente, poner (ahora sí) toda la familia humana ya devastada en manos del Rey de reyes, Jesucristo Nuestro Señor (expresión en numerosos pasajes de la Biblia y en Apc 19,16).

Así, invocando a Dios nuestro Creador, finalizamos nuestra serie con la esperanza que juntos debemos mantener viva todos los hermanos cristianos, con todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad que quieran escucharnos para venir tras la Verdad con el espíritu firme, sabedores de que Jesús, el Cristo que había de venir, volverá (Hch 1,11) para “unir a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52). Ya nada será igual, y la muerte será vencida (cfr. Apc 21,4). La Santísima Virgen María nos trajo de Dios al Hijo del hombre, y Ella nos lo devolverá. ¡Ave María Purísima, sin pecado concebida! De ti, Medianera de todas las gracias, todo lo esperamos. “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Apc 22,20).

Twitter: @jordimariada

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