“No nos olviden”, parece ser el eco que se alza desde el Purgatorio, ese misterioso lugar de esperanza y sufrimiento. Las Almas Benditas del Purgatorio —como las llama con ternura la tradición católica— claman por nuestras oraciones, y son muchos los testimonios que confirman la fuerza de ese vínculo espiritual entre los vivos y los difuntos.
Una muestra de la misericordia divina
Desde niños, muchos han escuchado hablar del Purgatorio con temor, imaginándolo como un lugar de castigo o sufrimiento. Sin embargo, la enseñanza de la Iglesia lo presenta más bien como una manifestación del amor y la misericordia de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica que “los que mueren en gracia y en amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren una purificación final para alcanzar la santidad necesaria para entrar en el cielo” (n. 1030-1031).
No es, pues, un castigo, sino un proceso de amor: un fuego purificador que limpia lo que aún impide al alma contemplar plenamente el rostro de Dios. San Pablo, en su primera carta a los Corintios, lo expresa así:
La obra de cada cual será probada por el fuego… y aquel cuya obra quede abrasada sufrirá daño, pero él mismo se salvará, aunque como quien pasa a través del fuego” (1 Cor 3, 13-15).
Ayudar a las almas que esperan
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha enseñado que nuestras oraciones, sacrificios y obras de caridad pueden aliviar el sufrimiento de las almas del Purgatorio.
La misa, el rosario, las indulgencias y las comuniones ofrecidas con intención por ellas son poderosos medios de intercesión.
Existen numerosos testimonios de fieles que han experimentado señales misteriosas al orar por las almas. Claudio de Castro narra otro caso, el de su tío Raúl, en Costa Rica. Durante varias noches, su radio despertador se encendía inexplicablemente a las tres de la madrugada.
Historias varias y verídicas sobre las almas del purgatorio no buscan causar temor, sino recordar la responsabilidad espiritual que tenemos de rezar por quienes han partido.
“Más insensible —decía Santo Tomás de Aquino— sería quien no auxiliara a un amigo en el Purgatorio que a uno encarcelado en la tierra, porque las penas de allá son mucho más duras que las de aquí”.
Caridad y la esperanza
En cada misa, en cada rosario, podemos ofrecer nuestras oraciones por las almas olvidadas. No sabemos cuántos seres queridos aguardan nuestra ayuda silenciosa. Tal vez padres, amigos o desconocidos a quienes solo el amor de Cristo une a nosotros.
Las almas benditas son amigas fieles. Cuando les ayudas, ellas también te ayudan. Cuando las invocas en tus dificultades, interceden ante Dios por ti.
Durante este tiempo de conversión y oración, recordar a las Almas del Purgatorio es un acto de profunda caridad cristiana. Pedir por ellas no solo alivia su purificación, sino que también nos purifica a nosotros.
No las olvidemos.
«Señor, llévalas al Paraíso”, reza el corazón creyente.
Y ellas, agradecidas, responden desde la eternidad:
“No nos olviden.”





