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La ciencia y la gratitud

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Leemos en el libro de los Hechos que “Más bienaventurado es el dar que el recibir.” (Hechos 20:35). No es la primera vez que una enseñanza cristiana se vale de la paradoja para enseñarnos mejor como, a menudo, nuestro sentido común comete imprecisiones. ¿Cómo va a ser posible que nos alegremos más por dar algo que por recibir? ¡Nosotros, que somos tan egoístas, tan codiciosos, tan avaros! Absurdo y, sin embargo, estudios científicos recientes parecen indicar que es así.

El hombre moderno ha dado la espalda a Dios. Esto ha levantado la veda para multitud de actividades, muchas de ellas ciertamente muy lucrativas, que han permitido un crecimiento económico  y un estado de bienestar insólitos hasta la fecha. No obstante, esta prosperidad física va codo con codo con una ruina moral: nos vemos, frecuentemente, desprovistos de un sentido trascendente, sin rumbo, sin tradición ni valor que nos diga lo que somos o lo que debemos ser.

Es en nuestra crisis de valores que han aparecido los libros de autoayuda, y, que duda cabe, a mayor nuestra ruina, mayor su éxito, pues ya dice el refrán que “a río revuelto, ganancia de pescadores”: en 2024, los libros de autoayuda generaron 11.000 millones de dólares en todo el mundo. El mercado del desarrollo personal no parece dejar de crecer, y los gurús hablan a menudo de la gratitud. “Tras el yoga, junta las palmas y da gracias diciendo ‘Namasté’”; “Escribe tres cosas por las que estés agradecido al final de tu día”, etc. ¿Es esto efectivo?

Andrew Huberman, neurocientífico estadounidense y profesor de neurobiología en la Universidad de Stanford, afirma que sí son efectivas tales prácticas, aun cuando no son óptimas. De acuerdo con estudios científicos más recientes, sobre los cuales Huberman informa en uno de sus numerosos pódcast sobre salud, el  descubrimiento más revolucionario ha sido que la mejor gratitud es aquella en la que nosotros somos sus recipientes o testigos. ¿Qué significa esto?

Cuando alguien, por cualquier acción que hagamos — un gesto amable, un regalo, un oído atento —, nos da las gracias, nuestro cuerpo experimenta una sensación de bienestar  momentánea que, de entrenarse correctamente, derivará en multitud de beneficios médicos a largo plazo, como el fortalecimiento de nuestro sistema inmune, una mayor resiliencia o el desarrollo de nuestros circuitos neuronales.

Acciones tales como apuntar razones por las que estar agradecidos pueden contribuir a ordenar nuestros pensamientos o a experimentar una sensación de recogimiento o incluso de unión, pero, de acuerdo con Huberman, no generan, desde el punto de vista físico, la misma cantidad de neurotransmisores. En otras palabras: por pasivas, las técnicas de los libros de autoayuda actuales ni son tan agradables ni tan beneficiosas.

Respecto a esta pasividad, otro descubrimiento ha sido que, si nos es imposible recibir gratitud de esta forma, nuestra mejor opción es ser testigos de alguien recibiendo gratitud. Recalca Huberman que es esencial que nos involucremos en la historia, pues, cuanto más personalmente nos involucremos, mayor es nuestra conexión emocional con la persona, y, por ende, más beneficiosa será para nosotros la interacción. No basta con inventar una historia o forzarse: ha de haber una relación genuina.

Pero, en un mundo donde la empatía ha sido diezmada por la violencia gratuita y omnipresente; donde las relaciones interpersonales han sido reemplazadas por relaciones de usar y tirar; donde las redes sociales son cada vez más asociales; donde la narrativa se ha vendido por venderse más y ha prostituido su llamado de educadora en la moral, ¿es esto todavía posible? Dejo la pregunta abierta.

Finalmente, y de acuerdo a estos nuevos hallazgos, ¿cuál es el protocolo a seguir? ¿Cómo podemos sacar el mayor provecho a la gratitud? Busquemos conexiones humanas, reales, positivas. Busquemos hacerles felices, y ellos, agradeciéndonoslo, nos harán doblemente felices. Busquemos una conexión con Dios, leamos la Palabra, los ejemplos de gratitud con los que nos provee. Busquemos establecer una relación profunda, ver lo que nos dice. Demos, en definitiva, para que se nos dé.

La mejor gratitud es aquella en la que nosotros somos sus recipientes o testigos. ¿Qué significa esto? Compartir en X

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